Oleaje
Daniel Navarro
El auto recorta el aire. El camino costero pocas veces es transitado. Ocasionalmente algunas personas descienden y se acurrucan en la orilla del mar. Los he visto con envidia hacerse el amor. A veces fantaseo con la idea absurda de que se convierten en esculturas de arena y el oleaje les marca el ritmo. Sin embargo, abandono esos pensamientos cuando alcanzo el punto del crepúsculo porque me da la impresión de que éste tiñe la piel de esos amantes que se hunden entre sus besos y promesas insondables de un futuro inexistente.
Aquella ocasión detuve mi auto. Me había invadido un irritante sentimiento de nostalgia. No había razón alguna. Estaba felizmente casado, o al menos así me lo había parecido hasta ese entonces. Había visto una pareja amarse y de rato, detuve mi auto. Descendí ya sin zapatos.
El pisar la arena solo acrecentó ese sentimiento vago de inestabilidad que me acometía de vez en vez. De ninguna manera existencialista, jamás leía mi horóscopo ni creía en otra cosa que no fuera la eficiencia laboral y administrativa. Mi modo estaba formando escuela en el complejo petroquímico para el cual trabajaba. Previsiblemente, mi actuar me colocó en una de las posiciones más envidiables de la estructura de la empresa. Entonces me parecía una enorme contradicción interna el por qué de ese recurrentemente sentimiento por algo que no lograba definir.
¿Había algo escrito? ¿Fue algo que escribiste tú? ¿Soy parte de tu historia?
dos
Me dirigí hacia el punto donde las orlas del mar se despliegan en arcos de burbujas como si lograran la ebullición instantánea. Estuve largo rato. Logré atisbar el primer instante cuando el sol parecía acelerar su descenso en el distante plano horizontal, y escabullirse en unos minutos, dejando una estela de colores que me ablandaron la memoria.
Te descubrí a no mucha distancia. Estabas en una silla de playa, cercana a esa cabaña donde algunas personas encendieron la luz. Tú ya me mirabas. Levantaste la mano en saludo. Caminé hacia ti.
La actividad en la cabaña continuaba. Por eso nos alejamos de rato, para charlar en más intimidad. Caminamos en la orilla del mar, y de pronto creí ver la silueta de cuerpos de amantes que no lograba distinguir. Yo procuraba esquivar la vista a esas figuras de arena. Me incomodaba tanta displicencia. Mas tú parecías divertida.
“Mira, somos nosotros...” me dijiste.
Entonces me fijé en los rasgos de los amantes y descubrí que efectivamente había cierto aire en una pareja que disfrutaba las caricias, ella montada sobre él. El rostro era parecido al nuestro, cubierto de arena y difuminado por la creciente escasez de luz.
Caminamos cada tarde por la misma senda y recurrentemente encontrábamos amantes en la orilla. Invariablemente me pedías que los mirara. Inevitablemente me hacía un vuelco el corazón cuando descubría que éramos nosotros amándonos. De rato, regresábamos a la cabaña donde proseguía la reunión, y volvías a tomar tu reclinada silla de playa, y quizás levantabas la mano en señal de despedida, cuando caminaba hacia mi auto. Manejaba descalzo el resto del trayecto, como un modo de continuar tu presencia por un rato, hasta el momento cuando alcanzaba la rutina de mi vida.
Descender, descubrirte una vez más, el saludo entre el aire, la caminata entre amantes en la arena, se convirtió en una obsesión. Me empecé a ausentar de mis actividades administrativas para refugiarme en la memoria de lo que había sucedido el día anterior, ansiando el reencuentro contigo una vez más. Ese sentimiento creciente alcanzó un grado tal que mi piel sintió por primera vez ese escalofrío de la ausencia. Los vellos se me erizaron cuando cruzó por mi mente la posibilidad de no encontrarte en la orilla, al lado de aquella cabaña donde ocurría noche a noche la misma reunión, los mismos asistentes.
tres
Mi trabajo resintió los cambios que ocurrían en mí. Algunas llamadas de atención, discretas y de alta jerarquía, no me hicieron volver a la concentración que mi actividad demandaba. Estaba consciente de que mi actividad era crucial para mantener los niveles de seguridad en la destilación y refinación de productos de alto valor en el mercado internacional. A pesar de que mi cuerpo tenía una equis inscrita dentro de aquel organigrama de flujos de capital, al crepúsculo salía disparado hacia un auto que recortaba el aire en un camino costero, apartado.
Al descender la tarde, revivía con alivio la escena de tu saludo. Invariablemente te buscaba y ya me estabas mirando. Nunca entendí eso, mas no me preocupó demasiado. Lo que deseaba era verte. Cada vez con mayor intensidad. Tocarte, acariciarte. Por eso, cuando nos transformamos tú y yo en estatuas de arena, movimos la intensidad del oleaje. Tus manos me recorrieron el cuerpo y sentí tus palmas, besé tus senos cubiertos de arena. Tus labios sobre mi pecho, tu llamado en voz baja, los ojos entrecerrados. Tu gemir, tu respirar en tajos. El abrazo posesivo, el volar montado en las alas abiertas de tus piernas. Ascender a las nubes púrpuras. Deslizarse con fuerza entre tus besos y volver a ser aquello que nunca fui. Me regresaste a un tiempo que nunca había ocurrido.
Cuando inscribimos una depresión en la arena con nuestros cuerpos semihundidos entre el perfil de la noche, escuché tu voz por primera vez diciendo que me amabas. Te miré con una emoción que creía inexistente en mí. No pude evitar una sonrisa de posesión, de felicidad extrema. Te besé y te dije que también te amaba. Nos acariciamos en una forma que el oleaje marcó ritmo... entendí la causa de la marea diurna y nocturna.
Así nos amamos con una intensidad que resultó en proporción inversa al desempeño de mi actividad. Las cosas empeoraron día a día en la empresa. Al mes se consideró una junta de ejecutivos que fue pospuesta sólo una semana. El color de mis ojos había cambiado. Mi piel se tornó granulosa al principio en forma imperceptible. Posteriormente fue la sensación completa, particularmente a la hora de tomar el baño. Me humedecía en forma diferente.
No podría describirlo, pero la necesidad de ti era demasiado poderosa entre el agua.
En cada ocasión, al acercarme al punto de encuentro, tras recorrer ese camino costero donde poco tránsito existe, mis sentimientos se afinaban, como instrumento musical con cuerdas tensas en el nivel armónico. Una vez más descendí del auto, ya sin calzado. Caminamos como cada atardecer y poco a poco poblamos la orilla con nuestros cuerpos de arena. Cuando vi a aquellos amantes la primera vez y me dijiste que éramos nosotros, no lo creí. Conforme nos amamos cada noche, el número de amantes se incrementó y efectivamente recordaba que éramos nosotros amándonos en las noches anteriores. De alguna forma, la arena recordaba nuestros cuerpos y podíamos distinguirlos mientras caminábamos.
cuatro
Cada noche hicimos marea, oleaje espeso. Cada noche tejimos suspiros como pegamento a la arena y construimos nuestra propia historia. Entonces sucedió algo que no esperaba. Me pediste que me quedara contigo. Amanecer, mirar la luz del nuevo día.
Me pediste abandonar todo.
Mi cuerpo te contestó inmediatamente que sí. Parecía que todos los cuerpos en la orilla suspendieron su amarse y pusieron atención a lo que transcurría entre nosotros. Te tomé entre mis brazos y nos fundimos junto con el resto de las estrellas y las nubes.
Amar fue tu enseñanza. Tu mirada alegre, tu retozar, ascender, dejarse ir en picada como pelícano bajo la superficie del mar.
No he regresado desde entonces.
Soy uno más de esos amantes que pueblan la orilla del mar. Cuando amanece, nuestras pieles se resecan y nos hundimos bajo la superficie de la arena. Cuando anochece, emergemos y somos una escultura que se ama incansablemente. Caminamos en la orilla junto con la multitud de otros amantes.
Sabía que ya no éramos visibles ante los demás. Lo sé porque una vez un amigo me consideró demente cuando le traté de explicar lo que me sucedía. Nunca vio nada mas que la orilla del mar y el oleaje tal cual. Nunca distinguió la multitud de cuerpos.
Ahora sé que es irrelevante si nos miran o no. Estamos tú y yo. Juntos caminamos esta orilla y nos sentamos en nuestras sillas de playa, que reclinamos para ver el atardecer. Miramos el descender amoroso de un astro buscando el mar, desaparecer igual que nosotros, bajo la piel de la arena. Amándonos.
cinco
Vemos los autos recortar el aire. Miramos a los seres ocupados en sus asuntos. Algunos de ellos ocasionalmente descienden y caminan con zapatos. “Esa fue la diferencia” me explicaste una vez. “Tú dejaste el calzado en el auto...” y ante la mirada de incredulidad de mi parte, me dijiste que sabías que me quedaría desde el momento en que decidí caminar descalzo en la arena.
“Viniste a verme.”
“Sí, vine a quedarme contigo.”
Una noche de julio, muchos meses después, una grúa se acercó. Enganchó el auto que había sido reportado Abandonado. Te dije con voz baja al oído: “Sí. Vine a quedarme contigo” y te miré fascinado, perdido entre tu cabellera, con nuestros cuerpos cubiertos de arena.
Mientras arrastraban el auto, los operadores de la grúa momentáneamente dirigieron su vista y no vieron otra cosa que una playa desierta.
Una playa desiert_.
Una _lay_ _es_er__.
_n_ __a __s___.
___________
miércoles, febrero 06, 2008
OLEAJE
Publicadas por danielnavarro a la/s 8:05 p.m.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
Contenido
-
▼
2008
(42)
- ► octubre 2008 (1)
- ► septiembre 2008 (4)
- ► agosto 2008 (5)
- ► julio 2008 (1)
- ► junio 2008 (1)
- ► abril 2008 (14)
- ▼ febrero 2008 (6)
- ► enero 2008 (5)
-
►
2007
(49)
- ► diciembre 2007 (7)
- ► noviembre 2007 (7)
- ► octubre 2007 (6)
- ► septiembre 2007 (14)
- ► agosto 2007 (11)
- ► julio 2007 (1)
- ► febrero 2007 (3)
-
►
2006
(10)
- ► marzo 2006 (1)
- ► febrero 2006 (9)
-
►
2005
(7)
- ► diciembre 2005 (3)
- ► noviembre 2005 (3)
- ► junio 2005 (1)
Acerca de mí
- danielnavarro
- Cancún, Mexico
- Escritor y Naturalista. Licenciado en Biología por la Universidad Nacional Autónoma de México, con estudios en Texas A&M University Campus Kingsville y The University of Florida.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario