martes, noviembre 29, 2005

catrina




Catrina
La Catrina es un personaje fundamental en la historia artística de México. Creada por el grabador José Guadalupe Posada, justo antes de la Revolución Mexicana, a inicios del Siglo XIX, muestra a la muerte vestida en forma elegante. La palabra "catrina" significa bien vestida. La imagen ha sido tomada por un sinnúmero de artistas plásticos, incluido Diego Rivera. Es el prototipo gráfico de la muerte y como tal, se le rinde culto en todo el país. Originally uploaded by danielnavarro.




Transcribo por interesante el texto aparecido en el suplemento de libros Hoja por Hoja del periódico mexicano Reforma en su edición de diciembre:
"Difícil creer que José Guadalupe Posada muriera en el olvido, a los sesenta y siete años, pocos días después de la noche de navidad de 1912 y luego de haber enfermado de una aguda enteritis --dicen algunos que tras atacar el barril de tequila que cada año acostumbraba comprar, eso aunado a que no contaba con los recursos económicos para tratarse--. Murió en ese lugar tan popular como él: Tepito, donde quizás ahora sus calacas han encontrado nuevos sitios de recreo con el renacimiento del culto a la muerte, y que es además el espacio ideal para que sus personajes, como el célebre Chepito Marihuano, que aún pulula por las vecindades, hallen una segura continuidad en la gente del barrio. A pesar de que su obra ahora es difundida nutridamente y reconocida por los más variopintos críticos, nunca está de más contar con una publicación de generosas dimensiones, donde se privilegia a la imagen y se pueden apreciar en detalle algunos de los grabados que más fama le han dado al artista hidrocálido, pero sin olvidar que un buen texto explicativo siempre es necesario para entender tanto el contexto sociocultural, que influyó de manera nodal en estos grabados, como las características estéticas de los mismos, para lo cual incluye una revisión de diversos pasquines y de los afamados volantes. (JM)."


Créditos:
Imagen: La imagen de la Catrina de José Guadalupe Posada prácticamente se ha convertido en Dominio Público. Se desconoce el propietario de los derechos. La imagen fue obtenida de internet.
Posada. El Grabador Mexicano. Textos de Montserrat Gali Boadelia y Mercurio López Casillas, Sevilla - Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. 2005. 193 pp. ISBN 84-933036-9-0.
Hoja por Hoja, Suplemento de Libros, Año 9, Número 103, diciembre 2005. Pág. 6.

lunes, noviembre 28, 2005

A mi Catrina




A mi Catrina
Cuento
Daniel Navarro







Que yo recuerde, tres personas han visto a La Catrina. Mi historia surge a partir de una sesión de fotografía entre una joven estudiante y un fotógrafo... Pero no abreviemos; permítanme compartirla con ustedes en estas fechas tan importantes.




Primer verso
Observadora como es, cuando lo citó ya había estudiado detenidamente la clásica ilustración de Diego Rivera basada en el grabado de José Guadalupe Posada. La tienda de telas fue el suministro de todo el ajuar, excepto el sombrero con plumas de pavo real, que había encontrado en el viejo ropero que fuera anteriormente de su padre. Puntual, llegó al panteón perfectamente ataviada con el sombrero, la estola de zorro, su vestido largo y el chal. Aquella tarde ella lucía hermosa representando el personaje de la muerte. Se sentó sobre las losas de unas tumbas y extendió los brazos al cielo. De todo ello hubo registro fotográfico en ese atardecer. Su mirada, sus cejas, sus labios eran una nueva versión de lo que no pintó Rivera en La Alameda. Cuando terminaron la sesión, ella le dijo al hombre de la cámara, señalando una tumba: “Aquí hay una mujer y quiere hablar contigo.”

El fotógrafo estaba apurado registrando los rollos y el material que había utilizado, de modo que no puso demasiada atención en el detalle y siguió escribiendo.

En serio” - le instó con reiteración -, hay una mujer que quiere hablarte, que te conoce, dice. El fotógrafo levantó la vista para ver si estaba bromeando...

“Se llama Jovita y quiere decirte algo...”

El hombre de cincuenta y tantos años de edad no ocultó su desconcierto, ya que efectivamente había conocido una Jovita, muchos años atrás, pero había fallecido. No dijo nada, depositó su cámara en su maletín. Por curiosidad o corazonada, al acercarse a ver la inscripción de la losa leyó las iniciales: “JMF” y el año en el que había muerto.

Al notar demasiadas coincidencias como para que su modelo hubiera adivinado cosas personales sobre él, le preguntó a la Catrina “¿Y qué me quiere decir?” La respuesta le erizó la piel: “Nana Kutsi.”

Al salir de panteón, le contó de Jovita, su novia de juventud. Mientras la tarde se encaramaba en los árboles, le habló acerca de ella y sobre las tardes de fiesta en su pueblo, en la que juntos miraban los fuegos artificiales estallando en el cielo.

“Había tenido vacaciones de la escuela y fui a mi pueblo a celebrar. Tomé un poco de charanda. Yo me había ido primero a Morelia a buscar trabajo sin buen resultado, pues de varios me corrieron.” Continuaba narrando mientras se acercaban a la puerta principal del panteón. Al salir, una persona cerró con una cadena el portón.

“Un día me acerqué a pedir algo, lo que fuera de trabajo, en un pequeño estudio de fotografía. Allí aprendí a tomar fotos de ovalito, y estudios de novias elegantes y preciosas en el día de la boda. Soñaba con el día en el que Jovita y yo tuviéramos esa foto en la que yo luciría parado atrás de sus hombros, cuidándola, a la vez que ella sostendría un hermoso ramo. Junté unos centavos y fuimos a celebrar como lo hacíamos cada vez que había oportunidad. Un día le tomé unas fotos a ella solita, saliendo de misa. Después nos fuimos a la feria y luego al baile del pueblo.

“Por cierto, la próxima semana iré a mi tierra a la celebración de día de muertos. A usted, señorita Catrina, ¿no le gustaría conocer?”

Ella se quedó pensativa sin responder.

Cuando don Barí reveló el rollo, no encontró las imágenes que había tomado. Primero pensó que se había velado. El negativo era casi completamente homogéneo. Lo miró con detenimiento al encender la luz del cuarto oscuro y pudo discernir algunas manchas difusas en aquel. Volvió a apagar la luz y puso los negativos en el proyector para imprimir algunas placas en papel. Con los filtros anaranjados encendidos, colocó tres piezas del kodabromide e hizo exposiciones en bajo, mediano y alto contraste. Al sumergir las hojas de papel en el revelador, descubrió en una de ellas la imagen completa de una mujer conocida y que no era sin embargo la modelo. Al ver la imagen, nerviosamente la pasó al fijador, para detener lo que no podía creer: Era Jovita y vestía como aquella vez en que bailaron siendo jóvenes y se amaron en secreto.



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Segundo verso
“Hoy es día de muertos y he venido a celebrar con Jovita. Les notifico a todos quienes piensan que he bebido demasiada charanda... Es un poco lo que en realidad he bebido, pero la verdad estoy alegre.”

Miró las corundas con jocoque, las veladoras, el champurrado, chongos y charamuscas, torrejas y pan de muerto. En una calaverita estaba inscrito su propio nombre y en la otra las palabras Nana Kutsi. En un marco de madera, estaba la fotografía que había revelado en la que se mostraba una mujer joven vestida de gala.

Se dirigió a la concurrencia compuesta por algunas personas que se encontraban celebrando la fiesta de los difuntos con adornos similares. “Yo mismo he traído mi ofrenda para decirle que siempre la amé. Qué sí, que me tomo mis copitas de vez en cuando, pero no mucho porque no quiero que se enoje conmigo.” El bullicio parecería ser mucho mayor al que podría generar el número de personas presentes en la celebración.

“Cada uno de ustedes está con sus muertitos y yo estoy con Jovita... ¡Qué lindos tus ojos bellos, negros como el carbón!”

“Así que con el permiso de ustedes, yo la invité a bailar...”, y tomaron la calle como pista de baile en medio de procesiones, sin música.

“No estamos solos porque todos bailan.” Durante un buen rato los presentes compartieron esa alegría de estar juntos otra vez, vivos y muertos, en la noche del primero de noviembre.

Al terminar el baile, descubrió a la Catrina que se acercaba y por lo que le dijo al oído a Jovita:

“La Catrina ha venido a acompañarnos en nuestra velada.” Fueron juntos de la mano a recibirla.

Él le dio la bienvenida al pie de un camino empedrado cubierto con flores de cempasúchil.

“Eres nuestra invitada...”, celebró con una caravana acompañando sus palabras.

“Sí, ya los vi bailar”, contestó la Catrina, luciendo su hermosa sonrisa. Jovita la tomó del brazo y la guió con alegría hasta la ofrenda. Las mujeres parecían conocerse por la confianza con que se hablaban.

Llegaron a la mesa en la que se hallaban depositados aparte de los alimentos y las veladoras, la fotografía de Jovita. La Catrina la vio e hizo la observación: “Ya conozco esta fotografía.” Siguió cubriendo de halagos el arte de la ofrenda y el exquisito color de las flores de cempasúchil combinadas con otras flores moradas, rosas y blancas. Al descubrir la calaverita de azúcar, la Catrina la tomó entre sus manos y le preguntó: “Nana Kutsi, qué significa, don Barí?”

“Es purépecha, Mi luna”, le respondió con voz quebrada por la emoción. Sonriendo, Jovita se juntó hacia él, como antes solía hacerlo, muy cerquita. Y sus facciones brillaron bajo la luz de las velas.



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Tercer verso
La Catrina los miró enternecida. Depositó la calaverita de azúcar en su lugar y les dio las gracias en señal de despedida.

Volteó y recorrió con su vista a su alrededor mientras todo el mundo hablaba con sus muertos en esa gran fiesta. Cada quien a su manera, en su lenguaje o con rezos, con canciones o poesía, entre el humo del copal y la luz de las veladoras, los vasos de agua calmaban la sed de los viajeros procedentes de lejanos confines. Sin decir nada se retiró y sola recorrió las calles empedradas de Pátzcuaro hablando con no sé quiénes, su voz perdiéndose en el canto del grillo berbiquí, que es el murmullo amalgamado entre los vivos y los muertos.

Fui yo quien la vio al doblar la esquina. Prendado de su belleza, alcancé a notar que el viento hacía volar un poco el sombrero adornado con plumas de pavo real. Creo que levantó su mano para decirme adiós. Creí oírla decir emocionada: “Adiós Papá.” Tan seguro estuve de que me había visto que apuré mis pasos etéreos para hablarle por unos momentos, pero al llegar a la otra esquina únicamente encontré el sombrero cubierto con flores de cempasúchil.

El amanecer difuminó mis formas y se disolvieron en el humo del copal, sembrando ausencia.

El canto de las aves de otoño arremolinadas en los árboles fue lo último que escuché antes de perderme en la nada.





Créditos:
Modelo: Las imágenes de la Catrina son personificaciones de Danielle realizadas específicamente para el presente texto. Se respetó sombrero y plumas, así como parte de la indumentaria del grabado original de la Catrina de José Guadalupe Posada.
Fotografía: Las fotografías fueron tomadas en el Cementerio Municipal de Chetumal, Quintana Roo por el artista invitado Gelfis Martínez.
Texto: El cuento participó en el concurso anual de cuento de la Casa de la Cultura de Cancún. No fue ganador.
El texto e imágenes son propiedad intelectual de Daniel Navarro. Derechos Reservados.

domingo, noviembre 20, 2005

COHESION MITOLOGICA, EXILIO Y REALIDAD EN MEXICO




Moneda mexicana
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Reverso de una Moneda de 10 pesos en la cual se observa el águila devorando una serpiente, el mito central de México.




Cohesión mitológica, exilio y realidad en México
Ensayo
Daniel Navarro



Mi ciudad es chinampa en un lago escondido
...es un bosque de espectros que cuidan castillo

Guadalupe Trigo, Mi ciudad


El mito permite la relación y ordenamiento entre la sociedad humana y la naturaleza porque ayuda a tratar de explicar fenómenos cuyo alcance es desconocido. Mas no sólo eso, sino que permite agrupar y cohesionar a amplios grupos de población con características de exilio o durante otras variedades de crisis sociales. Para el caso de México, una extraordinaria variedad de mitos indios se transformaron desde el inicio, en un fenómeno de nacionalidad. De hecho en los símbolos patrios coexisten estos aspectos indígenas prehispánicos posteriormente mezclados con la cristiandad impuesta durante la Conquista y tiempos posteriores.

Uno de estos mitos, una creencia prehispánica mexica, ha trascendido los más de mil años de existencia de todo un país. Una feliz coincidencia de factores condujo a que dicho mito tuviera una representación gráfica, una imagen que se perpetúa todavía a través de los siglos, y que al inicio del milenio, se extiende más allá de las fronteras.

Cuando el Virrey de Mendoza, una vez concluida la Conquista de México, ordenó la escritura de un documento que reflejara ante su Alteza, la riqueza, diversidad y valor de las tierras recientemente sometidas, los escribanos abrieron el universo con una poderosa imagen que a la postre se convirtió en una suerte de ícono nacional mexicano. De hecho, la primera página del Códice Mendocino trasciende una visión histórica, el resumen cartográfico requerido, y se convirtió en lo que considero es la representación gráfica del mito central mexicano.

Pero no siempre fue así. Un conjunto de símbolos y creencias lo conformaron como guía de un pueblo con características de exilio. El mito señala que cuando los mexicas fueron expulsados de una región norteña e iniciaron su deriva hacia el sur, tuvieron como guía una combinación del bestiario indiano que marcaba el punto geográfico preciso donde se ubicaría el restablecimiento de la población dispersa. Justo en ese punto, la tribu nómada se reagruparía y lo convertiría como centro religioso.

La señal que tuvo la utilidad de servir de guía a un pueblo guerrero sin lugar fijo, consistía en encontrar a un águila posada sobre un nopal, y devorando a una serpiente. De acuerdo con los registros y sus posteriores interpretaciones, dicha visión se convirtió en realidad y a partir de entonces se inicia la compleja historia de los mexicas en lo que hoy es la ciudad de México.

Podríamos pensar que el tema del águila y la serpiente no está exento de candidez y cierta ingenuidad, pero no podemos negar que es sorprendente su continuidad prácticamente inalterada. La idea central que sirvió de inspiración y fortaleza para la búsqueda de esa visión a través de los años, guiaría al pueblo azteca en una especie de éxodo indio en busca de la tierra pródiga. Los orígenes del símbolo se pierden en la historia, pero es posible suponer que pudo haberse originado –me atrevería a sugerir--, asociado a experiencias alucinantes con plantas religiosas. Por otra parte, esta conjunción de águila y serpiente difícilmente es un evento fortuito. Requiere de continuidad en las condiciones tanto culturales como naturales.

No es difícil pensar que la base de este pensamiento que mezcla al águila y la serpiente, tenga su base en el concepto o deidad conocida como Quetzalcóatl, que podríamos ver como un dragón en el nuevo mundo. Dicho dios, es el símbolo de la pluma y la escama, el ave del conocimiento conjugado con el dolor de la tierra, la continuidad del sentimiento asiático en la vastedad de las tierras ignotas de un continente sagrado.

Al establecerse alrededor de este símbolo, los aztecas iniciaron una labor expansiva y el símbolo prevaleció sin integración religiosa en el sentido estricto. Por otra parte, al ser una cultura transformada en todos los sentidos durante la Conquista, el símbolo se convirtió en una parte de la Nueva España. Por ende, el símbolo cubría un territorio geográfico de enorme extensión.

Posteriormente, durante los dos siglos XIX y XX, el símbolo mexica fue adoptado como elemento central en la bandera nacional mexicana. No obstante, no hay que olvidar que la simbología de la bandera evolucionó desde una base mariana (azul y blanco, al estilo de la actual bandera argentina), pasando por un esquema tricolor con estrellas doradas. En la primera aparición del símbolo, el águila mantiene una posición de alas extendidas y después el águila se modificó para presentarse de perfil regresando a la representación gráfica del Códice Mendocino. Es interesante añadir que la mayoría de los elementos gráficos mantuvieron su identidad, excepto la culebra, que básicamente se adaptó para ser reconocida como una serpiente de cascabel.

Águila devorando serpiente: la patria muriendo con cada individuo, renaciendo intacta entre las espinas del nopal en el islote de la existencia mortal de un mexicano. La aspiración de la muerte como virtud, herencia azteca indeleble que al perpetuarse otorga sentido a la existencia dolorosa de una nación abierta en canal. Cohesión mitológica que se convierte en lanza y escudo, el milagro viviente del creer, que permite enfrentar molinos y adversidad.

Desde una perspectiva probabilística, el evento de atestiguar a un águila devorando a una serpiente, como elemento guía para señalar el lugar exacto de la tierra prometida, revela que aunque desde el principio el mito se restringía a condiciones ecológicas similares, existe la probabilidad de que en cualquier parte de Mesoamérica se pudiese observar dicho evento. El concepto “águila” devorando “serpiente” en un islote rodeado por bosque representa en efecto una posibilidad real en varios lugares no sólo de México sino que pudiera haber ocurrido en la actual Guatemala, o incluso más al sur. Asimismo, el mito fue lo suficientemente amplio como para poder haber sido comprobado en forma reiterada.

Una vez satisfecho el fin de la profecía, cuando los aztecas fundaron Tenochtitlan, el hecho se transformó en mito. Sin utilidad ulterior, una vez descubierto el sitio donde se cumplieron los requerimientos estipulados en tiempos previos al exilio, el concepto se convirtió en elemento vigente hasta la llegada de los Conquistadores. El símbolo se cubrió de sangre, de derrota, de amargura permanente. El águila abierta en canal, desangrándose por siglos. Entonces se cubrió con la máscara colectiva del mexicano.

Hoy, a poco más de quinientos años después de la Conquista, reaparece con fuerza el fenómeno de la migración entre los descendientes aztecas. A inicios del siglo XXI, el águila y la serpiente ocupa nuevos espacios en la geografía del continente. El mito trasiega fronteras y campos algodoneros en la piel de campesinos mexicanos con fuertes raíces indígenas que eligen el autoexilio como forma de vida.

No me es personalmente distante el fenómeno. En mi rostro existen evidencias de un pasado nómada, en los muros de mi hogar infantil todavía resuenan los monótonos ritmos marcados por danzantes emplumados y semidesnudos. Elementos de mi familia se encuentran en forma dispersa en campos agrícolas de Estados Unidos, congregados únicamente por el idioma, el águila devorando la serpiente, y curiosamente por una herencia propiamente española - mexica: una virgen india.

Ahora la Virgen de Guadalupe --Alter Ego india de la Virgen María --, se ha unido para acompañar la soledad del exilio y de la distancia del lenguaje y de la vastedad del horizonte. Los mitos como estandarte de la nueva tierra prometida. Expulsado de la patria original, los nuevos aztecas intentan una y otra vez, encontrar el lago donde asentarse, el islote promisorio de futuro. Un águila devorando la vida y alcanzar el virtuosismo de la muerte renacida cada día primero de noviembre. La continuidad de una sociedad deshecha, expulsada, sin hogar, valerosamente aferrada a un estandarte de mitos con el cual se yerguen ante lo pavorosamente desconocido.

Acerca de mí

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Cancún, Mexico
Escritor y Naturalista. Licenciado en Biología por la Universidad Nacional Autónoma de México, con estudios en Texas A&M University Campus Kingsville y The University of Florida.