A mi Catrina
Cuento
Daniel Navarro
Que yo recuerde, tres personas han visto a La Catrina. Mi historia surge a partir de una sesión de fotografía entre una joven estudiante y un fotógrafo... Pero no abreviemos; permítanme compartirla con ustedes en estas fechas tan importantes.
Primer versoObservadora como es, cuando lo citó ya había estudiado detenidamente la clásica ilustración de Diego Rivera basada en el grabado de José Guadalupe Posada. La tienda de telas fue el suministro de todo el ajuar, excepto el sombrero con plumas de pavo real, que había encontrado en el viejo ropero que fuera anteriormente de su padre. Puntual, llegó al panteón perfectamente ataviada con el sombrero, la estola de zorro, su vestido largo y el chal. Aquella tarde ella lucía hermosa representando el personaje de la muerte. Se sentó sobre las losas de unas tumbas y extendió los brazos al cielo. De todo ello hubo registro fotográfico en ese atardecer. Su mirada, sus cejas, sus labios eran una nueva versión de lo que no pintó Rivera en La Alameda. Cuando terminaron la sesión, ella le dijo al hombre de la cámara, señalando una tumba: “Aquí hay una mujer y quiere hablar contigo.”
El fotógrafo estaba apurado registrando los rollos y el material que había utilizado, de modo que no puso demasiada atención en el detalle y siguió escribiendo.
En serio” - le instó con reiteración -, hay una mujer que quiere hablarte, que te conoce, dice. El fotógrafo levantó la vista para ver si estaba bromeando...
“Se llama Jovita y quiere decirte algo...”
El hombre de cincuenta y tantos años de edad no ocultó su desconcierto, ya que efectivamente había conocido una Jovita, muchos años atrás, pero había fallecido. No dijo nada, depositó su cámara en su maletín. Por curiosidad o corazonada, al acercarse a ver la inscripción de la losa leyó las iniciales: “JMF” y el año en el que había muerto.
Al notar demasiadas coincidencias como para que su modelo hubiera adivinado cosas personales sobre él, le preguntó a la Catrina “¿Y qué me quiere decir?” La respuesta le erizó la piel: “Nana Kutsi.”
Al salir de panteón, le contó de Jovita, su novia de juventud. Mientras la tarde se encaramaba en los árboles, le habló acerca de ella y sobre las tardes de fiesta en su pueblo, en la que juntos miraban los fuegos artificiales estallando en el cielo.
“Había tenido vacaciones de la escuela y fui a mi pueblo a celebrar. Tomé un poco de charanda. Yo me había ido primero a Morelia a buscar trabajo sin buen resultado, pues de varios me corrieron.” Continuaba narrando mientras se acercaban a la puerta principal del panteón. Al salir, una persona cerró con una cadena el portón.
“Un día me acerqué a pedir algo, lo que fuera de trabajo, en un pequeño estudio de fotografía. Allí aprendí a tomar fotos de ovalito, y estudios de novias elegantes y preciosas en el día de la boda. Soñaba con el día en el que Jovita y yo tuviéramos esa foto en la que yo luciría parado atrás de sus hombros, cuidándola, a la vez que ella sostendría un hermoso ramo. Junté unos centavos y fuimos a celebrar como lo hacíamos cada vez que había oportunidad. Un día le tomé unas fotos a ella solita, saliendo de misa. Después nos fuimos a la feria y luego al baile del pueblo.
“Por cierto, la próxima semana iré a mi tierra a la celebración de día de muertos. A usted, señorita Catrina, ¿no le gustaría conocer?”
Ella se quedó pensativa sin responder.
Cuando don Barí reveló el rollo, no encontró las imágenes que había tomado. Primero pensó que se había velado. El negativo era casi completamente homogéneo. Lo miró con detenimiento al encender la luz del cuarto oscuro y pudo discernir algunas manchas difusas en aquel. Volvió a apagar la luz y puso los negativos en el proyector para imprimir algunas placas en papel. Con los filtros anaranjados encendidos, colocó tres piezas del kodabromide e hizo exposiciones en bajo, mediano y alto contraste. Al sumergir las hojas de papel en el revelador, descubrió en una de ellas la imagen completa de una mujer conocida y que no era sin embargo la modelo. Al ver la imagen, nerviosamente la pasó al fijador, para detener lo que no podía creer: Era Jovita y vestía como aquella vez en que bailaron siendo jóvenes y se amaron en secreto.
Segundo verso“Hoy es día de muertos y he venido a celebrar con Jovita. Les notifico a todos quienes piensan que he bebido demasiada charanda... Es un poco lo que en realidad he bebido, pero la verdad estoy alegre.”
Miró las corundas con jocoque, las veladoras, el champurrado, chongos y charamuscas, torrejas y pan de muerto. En una calaverita estaba inscrito su propio nombre y en la otra las palabras Nana Kutsi. En un marco de madera, estaba la fotografía que había revelado en la que se mostraba una mujer joven vestida de gala.
Se dirigió a la concurrencia compuesta por algunas personas que se encontraban celebrando la fiesta de los difuntos con adornos similares. “Yo mismo he traído mi ofrenda para decirle que siempre la amé. Qué sí, que me tomo mis copitas de vez en cuando, pero no mucho porque no quiero que se enoje conmigo.” El bullicio parecería ser mucho mayor al que podría generar el número de personas presentes en la celebración.
“Cada uno de ustedes está con sus muertitos y yo estoy con Jovita... ¡Qué lindos tus ojos bellos, negros como el carbón!”
“Así que con el permiso de ustedes, yo la invité a bailar...”, y tomaron la calle como pista de baile en medio de procesiones, sin música.
“No estamos solos porque todos bailan.” Durante un buen rato los presentes compartieron esa alegría de estar juntos otra vez, vivos y muertos, en la noche del primero de noviembre.
Al terminar el baile, descubrió a la Catrina que se acercaba y por lo que le dijo al oído a Jovita:
“La Catrina ha venido a acompañarnos en nuestra velada.” Fueron juntos de la mano a recibirla.
Él le dio la bienvenida al pie de un camino empedrado cubierto con flores de cempasúchil.
“Eres nuestra invitada...”, celebró con una caravana acompañando sus palabras.
“Sí, ya los vi bailar”, contestó la Catrina, luciendo su hermosa sonrisa. Jovita la tomó del brazo y la guió con alegría hasta la ofrenda. Las mujeres parecían conocerse por la confianza con que se hablaban.
Llegaron a la mesa en la que se hallaban depositados aparte de los alimentos y las veladoras, la fotografía de Jovita. La Catrina la vio e hizo la observación: “Ya conozco esta fotografía.” Siguió cubriendo de halagos el arte de la ofrenda y el exquisito color de las flores de cempasúchil combinadas con otras flores moradas, rosas y blancas. Al descubrir la calaverita de azúcar, la Catrina la tomó entre sus manos y le preguntó: “Nana Kutsi, qué significa, don Barí?”
“Es purépecha, Mi luna”, le respondió con voz quebrada por la emoción. Sonriendo, Jovita se juntó hacia él, como antes solía hacerlo, muy cerquita. Y sus facciones brillaron bajo la luz de las velas.
Tercer versoLa Catrina los miró enternecida. Depositó la calaverita de azúcar en su lugar y les dio las gracias en señal de despedida.
Volteó y recorrió con su vista a su alrededor mientras todo el mundo hablaba con sus muertos en esa gran fiesta. Cada quien a su manera, en su lenguaje o con rezos, con canciones o poesía, entre el humo del copal y la luz de las veladoras, los vasos de agua calmaban la sed de los viajeros procedentes de lejanos confines. Sin decir nada se retiró y sola recorrió las calles empedradas de Pátzcuaro hablando con no sé quiénes, su voz perdiéndose en el canto del grillo berbiquí, que es el murmullo amalgamado entre los vivos y los muertos.
Fui yo quien la vio al doblar la esquina. Prendado de su belleza, alcancé a notar que el viento hacía volar un poco el sombrero adornado con plumas de pavo real. Creo que levantó su mano para decirme adiós. Creí oírla decir emocionada: “Adiós Papá.” Tan seguro estuve de que me había visto que apuré mis pasos etéreos para hablarle por unos momentos, pero al llegar a la otra esquina únicamente encontré el sombrero cubierto con flores de cempasúchil.
El amanecer difuminó mis formas y se disolvieron en el humo del copal, sembrando ausencia.
El canto de las aves de otoño arremolinadas en los árboles fue lo último que escuché antes de perderme en la nada.
Créditos:Modelo: Las imágenes de la Catrina son personificaciones de Danielle realizadas específicamente para el presente texto. Se respetó sombrero y plumas, así como parte de la indumentaria del grabado original de la Catrina de José Guadalupe Posada.
Fotografía: Las fotografías fueron tomadas en el Cementerio Municipal de Chetumal, Quintana Roo por el artista invitado Gelfis Martínez.
Texto: El cuento participó en el concurso anual de cuento de la Casa de la Cultura de Cancún. No fue ganador.
El texto e imágenes son propiedad intelectual de Daniel Navarro. Derechos Reservados.