Gigantes
Daniel Navarro
Un paso, violento amanecer en el océano. No los veo, cruzan en silencio. “No”. Levanto mis alas. “No por ahí”. No me ven, no existo. No estoy aquí.
La caminata continúa. Mis alas siguen en la misma posición, petrificado. El mar se sacude. Bato mis alas.
Las olas son formidables, los gigantes, en su andar también. Emigran. No son del pasado remoto, no vienen del futuro. Simplemente acontecen. Como yo. No existen, no están aquí. Nos encontramos sin saberlo, sin predecirlo. Al menos en mi mente no cruza esa idea. Cuando coincidimos levanto las alas: “No hay salida”. Agito mis alas.
Hemos coincidido muchas veces. No me ven. No los veo.
Cargan sus pertenencias que son ajenas: suciedad, crueldad, codicia y hambre. En silencio sus pieles, sus animales de tiro. Sus halcones solidarios, los violentos búfalos y sus pensamientos. Caminan y forman olas. Se anticipa su andar desde la orilla del mar. Cuando caen, todo se nubla. No se ve ninguna orilla del cielo. El tiempo, que a veces se asoma, huye despavorido. El mar es rojo. Violento.
Cuando cesa el exterminio, la mar se calma. Todo vuelve a ser quieto.
Mi tormento es la masacre. Mis cadenas no tienen nombre. Los gigantes. Los eternos gigantes son mi compañía. Y no los veo. No están ahora.
La mar es espejo. Tormento de imágenes de Narciso que se mira reflejado. Esperpento. La humanidad entera es esperpento ante mis ojos subrayado. Lo único bello en la existencia son los gigantes. Ellos son los encadenados. Arrastran la escoria ajena.
En su camino, el precipicio los acomete. Saben su tarea. La mía es recordarles que no vale la pena acarrear el escombro de la humanidad. Pero no escuchan, no me ven. No desean.
Son nobles los gigantes.
Las alas de la misantropía siguen en alto. Se yerguen en homenaje a los caídos.
ajusco. junio. 2008.
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