Yeti
Daniel Navarro
Ella sirve una copa de vino tinto, “dos cubos...”, y perpetúa el rito.
Sintoniza la televisión y la mira en forma entrecortada mientras cocina. Sube y baja mechas, discrimina sazones y temperaturas con el acolchonado canto de su mano; mantiene diálogos tajantes, cuadriculados u oblicuos con un manojo de vegetales que le pintan de colores un breve plato.
Aparte de los componentes botánicos, pocos asuntos se suman al momento cuando ella pone atención al documental que en ese momento revela un enigma primordial de la humanidad:
“—El Hombre de las Nieves quizás sea un fósil viviente, habitante de los reinos de los glaciares perpetuos en el Asia.
“—Esta teoría es factible -–sigue la televisión— aunque no ha sido comprobada debido a la ausencia de registro fósil del Hombre de las Nieves. Por mucho tiempo calificado como animal mítico, se hablaba de él entre las tribus de los habitantes del Himalaya, dándole el nombre de Yeti.
“—A diferencia de otros homínidos, del Hombre de las Nieves se carece de los más elementales datos sobre su origen, inexplicablemente no se cuenta con datos sobre su apariencia física, su conducta...”
Corre por un trapo y se limpia la sangre de la cortada que se produjo en un descuido. De rato, apaga la televisión y se sienta.
Lo conoció en un bar. Le dijo que estaba solo, que se había divorciado recientemente. (Corroboró ella que efectivamente no portaba argolla). Le confesó que su vida era un permanente frío. Particularmente a partir de un momento cuando se sintió enfrentado con grandes mentiras. Descubrió -–le revelaría— que ser distante como el hielo le permitía sobrevivir.
“Es la era de la glaciación de mi existencia” le dijo. Alguna vez había amado con locura, pero que cuando su amor se estrelló con la terrible realidad, el corazón se le transformó en piedra. Fue entonces que perdió la capacidad de amar. Como un Rey Midas sin sentido, todo lo que tocaba se transformaba en cero absoluto, la temperatura del vacío estelar...
Yeti...—le murmuró ella al oído cuando la tomó por primera vez en sus brazos—, me cubre una sensación a invierno que me turba. Eres como un vacío sin palabras, mas ¿sabes? hoy te necesitaba.
Recordó cuánto lo quiso a pesar de su corazón amargo y frígido.
Cuando él se quedaba, su solitaria cama se convertía en paraíso glaciar. Las caricias le creaban un escalofrío inevitable que le recorría la espalda y la nuca petrificada se desgajaba poco a poco al derretirse.
Una y otra vez, el hombre de las nieves venía a calentar su vientre dolido por los años, a pesar de que su compañía era similar a la de un trozo de calle, como si fuera acompañada por la banca del parque...Las ventiscas del invierno rondaba nuestra presencia, parecíamos vivir permanentemente en los Himalayas, e incluso alguna vez al tomar vino se formaron copos de hielo sobre las copas.
—Idiotas —pensó al recordar los datos emitidos por el documental mientras giraba la copa de vino—. Si hay alguien que conoció, que amó al Yeti, soy yo.
«No obstante, el hombre de las nieves se fue cuando rompí mis lanzas y lo acosé. Le tiré de puñetazos. Encendí fuego por doquier, hice temblar al cielo. Tomé su corazón y lo corté paso a paso. Así.
«Su mirada... La mirada de tristeza de un hombre solitario y frío fue algo con lo que partió. Al mismo tiempo, se me quedó a mí también. Lágrimas como hielo polar que no se disuelve...
—Tenía que olvidarlo -–deliberó con amargura mientras servía de la ensalada en el único plato en la mesa—. Cuando vino a mi vida, pensé que un hombre con modos tan distantes no podría hacerme daño. Un hombre tan insolentemente frío difícilmente se ensañaría con mis previamente rasgados sentimientos. Nunca creí que su cristalizado granizo lograra permanentes arcoiris que tuvieron como razón el sol tras la lluvia de su amor.
El hielo resultó ser más caliente que mi propia boca y mi corazón. El témpano me transmutó en un grácil globo de helio surcando el infinito.
«Fue una tarde cuando descubrí que amarlo me dañaría mucho más. A final de cuentas, yo terminaría mucho peor, con mi corazón todavía más destrozado...
«Piel de gallina, los vellos erizados, con los ojos entrecerrados sintiendo el amor glaciar de un hombre que provocaba una noche de seis meses, como en los polos, le dije adiós.
«Enloquecida, desde entonces he vagado sin poder alcanzar el fin del período de oscuridad. Lo extraño. Procuro recordarlo pero de su apariencia no queda algo que no sea el reflejo del espejo cuando se rasuraba. No sobrevivió una camisa, un botón ni un mechón de cabellos, ya no digamos una fotografía.»
Ella mira en su plato la ensalada que está intacta.
Toma el último sorbo de vino.
Mientras un ocasional sonido del tenedor al chocar contra el plato rompe el silencio, en el fondo de su copa vacía permanecen dos cubos de hielo sin derretir.
.cancun
domingo, julio 06, 2008
YETI
Publicadas por danielnavarro a la/s 6:19 p.m.
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Acerca de mí
- danielnavarro
- Cancún, Mexico
- Escritor y Naturalista. Licenciado en Biología por la Universidad Nacional Autónoma de México, con estudios en Texas A&M University Campus Kingsville y The University of Florida.
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