Templos, iglesias, catedrales
Daniel Navarro
Primer día: Ahora. Luz.
Nada existe después. Inicio.
Monotonía de una rueda.
Incienso, flores y penumbra.
Tocan las campanas.
todo está listo.
Templos, geometría astral en el desierto.
Voces a coro de hombres y mujeres que cantan a lo desconocido.
Implorando un momento de paz y misericordia.
Una cadena de inciertas enfermedades,
un leproso encabeza las voces. "Es hora"
Su garganta se cae a pedazos,
sus pies lacerados.
Cuando mirar enfoca infinito,
no hay dolor.
Las iglesias adoran piezas de escultura
que con suerte podrían sobrevivir pocos años,
gracias al retoque de campanas,
hostias,
bocas abiertas recibiendo un pan sin levadura,
llevan capas de siglos.
Tercer día: Se inflaman vientres.
Quinto: Ella enciende
los ojos entre los ciegos.
Los muertos encuentran sus reliquias
y acusan:
El aire que respiro es azul púrpura.
Volteo. Mi columna soy yo y mis actos
que encapuchados esperan.
Muchedumbre de letras, vasos, calvicies, rezos, calaveras,
principios nunca recatados,
finales entre armonías musicales.
Está ahí. Su ropa es espesa:
La catacumba, el piso húmedo,
las rocas de las paredes que hablan murmullos.
Su aliento guía mi olfato de sacrificio a tientas en la oscuridad.
Su divina corporeidad enciende el momento de la creación.
Toccata y fuga en teclado ascendiendo por mis poros.
Los rezos son palabras en latín,
los grandes y majestuosos rezos de una ceremonia
que se refleja en los muros de los siglos de los siglos.
Cantos y coros.
Ceremonia incendiaria,
recato de pescadores encadenados al oleaje y a la luna.
La música sacra sigue el vaivén de mis brazos,
la fuerza de mi pelvis,
las mordidas sobre mi pecho.
Ascensión de los oros,
la cera sobre los vitrales de su cuerpo.
Penitencia que ejecuto paso a paso.
Llanto de arrepentimiento
reza entre sollozos.
Su cuerpo no puede más
obligo a que se incorpore.
No hay paraíso sin el tañer de las campanas.
Y sucede.
Como todo hasta ese momento:
sin secuencia, sin lapso.
El sonido del bronce de mi cuerpo resquebraja sus dientes.
El cráneo no será más nido del pensamiento
ni su corazón la celebración del latido,
su cuerpo es ahora prolongación del mío.
Alcanzo el momento de los días octavo y noveno.
Aquellos cuyo texto sólo unos cuantos pueden conocer.
Una tela sobre su rostro:
Ella mira.
En la magnitud del silencio,
una trinidad ante mí:
su alma sujeta a las rocas,
su agua sanguínea para sedientos
y su polvo de cuerpo ahora cubierto de levadura.
Catedral de siglos, al salir del túnel escucho trompetas.
Los ángeles pétreos en las esquinas
salvaguardan monumentales actos de fe
y vuelan en alegoría vespertina.
Apocalipsis que no cesa:
Se inicia la procesión de los hechos.
Es el décimo día.
“Recorrerás desde el fin hasta el inicio”
y en cada lapso te escucharán
templos,
iglesias,
catedrales.
Así empezó el tiempo
recorriendo camino andado, ordenando instantes
-no reinventándolos-
un orden con arbitrio no aparente
botellas en el mar
letras en palabras.
Poemas inconclusos que poco a poco
me escriben.
Desierto de los Leones, México.
sept 2008.