sábado, septiembre 27, 2008

TEMPLOS, IGLESIAS, CATEDRALES

Templos, iglesias, catedrales
Daniel Navarro



Primer día: Ahora. Luz.
Nada existe después. Inicio.
Monotonía de una rueda.
Incienso, flores y penumbra.
Tocan las campanas.
todo está listo.


Templos, geometría astral en el desierto.
Voces a coro de hombres y mujeres que cantan a lo desconocido.
Implorando un momento de paz y misericordia.
Una cadena de inciertas enfermedades,
un leproso encabeza las voces. "Es hora"
Su garganta se cae a pedazos,
sus pies lacerados.
Cuando mirar enfoca infinito,
no hay dolor.


Las iglesias adoran piezas de escultura
que con suerte podrían sobrevivir pocos años,
gracias al retoque de campanas,
hostias,
bocas abiertas recibiendo un pan sin levadura,
llevan capas de siglos.


Tercer día: Se inflaman vientres.
Quinto: Ella enciende
los ojos entre los ciegos.
Los muertos encuentran sus reliquias
y acusan:
El aire que respiro es azul púrpura.


Volteo. Mi columna soy yo y mis actos
que encapuchados esperan.
Muchedumbre de letras, vasos, calvicies, rezos, calaveras,
principios nunca recatados,
finales entre armonías musicales.


Está ahí. Su ropa es espesa:
La catacumba, el piso húmedo,
las rocas de las paredes que hablan murmullos.
Su aliento guía mi olfato de sacrificio a tientas en la oscuridad.


Su divina corporeidad enciende el momento de la creación.
Toccata y fuga en teclado ascendiendo por mis poros.
Los rezos son palabras en latín,
los grandes y majestuosos rezos de una ceremonia
que se refleja en los muros de los siglos de los siglos.
Cantos y coros.


Ceremonia incendiaria,
recato de pescadores encadenados al oleaje y a la luna.
La música sacra sigue el vaivén de mis brazos,
la fuerza de mi pelvis,
las mordidas sobre mi pecho.
Ascensión de los oros,
la cera sobre los vitrales de su cuerpo.


Penitencia que ejecuto paso a paso.
Llanto de arrepentimiento
reza entre sollozos.
Su cuerpo no puede más
obligo a que se incorpore.
No hay paraíso sin el tañer de las campanas.


Y sucede.
Como todo hasta ese momento:
sin secuencia, sin lapso.
El sonido del bronce de mi cuerpo resquebraja sus dientes.
El cráneo no será más nido del pensamiento
ni su corazón la celebración del latido,
su cuerpo es ahora prolongación del mío.


Alcanzo el momento de los días octavo y noveno.
Aquellos cuyo texto sólo unos cuantos pueden conocer.
Una tela sobre su rostro:
Ella mira.


En la magnitud del silencio,
una trinidad ante mí:
su alma sujeta a las rocas,
su agua sanguínea para sedientos
y su polvo de cuerpo ahora cubierto de levadura.


Catedral de siglos, al salir del túnel escucho trompetas.
Los ángeles pétreos en las esquinas
salvaguardan monumentales actos de fe
y vuelan en alegoría vespertina.
Apocalipsis que no cesa:
Se inicia la procesión de los hechos.


Es el décimo día.
“Recorrerás desde el fin hasta el inicio”
y en cada lapso te escucharán
templos,
iglesias,
catedrales.

Así empezó el tiempo
recorriendo camino andado, ordenando instantes
-no reinventándolos-
un orden con arbitrio no aparente
botellas en el mar
letras en palabras.
Poemas inconclusos que poco a poco
me escriben.












Desierto de los Leones, México.
sept 2008.

jueves, septiembre 18, 2008

RAPSODIA SOBRE UN TEMA DE PIZARNIK

Rapsodia sobre un tema de Pizarnik
Daniel Navarro





Probablemente he sido poeta, mentor de aprendices de idiomas que no se usan más. Acaso he andado algunas calles sin rumbo fijo. No lo recuerdo. Si Usted me pregunta, podría inventar una respuesta. La verdad no lo sé.

Alguien me dijo que me amó en otra vida. Quizás tenga elementos para reconocerme. Yo no puedo pensar en algo que no sea aquella ocasión en un parque, cuando un payaso me invitó al centro. (¿Debo deducir que fui payaso en alguna parte de mi existencia?) Además, ella, la que me lo dijo, se ha ido a Budapest, hacia alguna villa de apellido de General, a las Islas de alguna parte del océano que no logro ubicar. Probablemente en el este.

De todo, lo que me trae un recuerdo que me gusta sentir es una serie de compases, armonías, tocadas en piano: Una rapsodia. Me lo dijo alguna de esas emperatrices que andan por los conservatorios y que me regaló un pedazo de tiempo cuando no podía controlar mi emoción al escuchar su interpretación. “No sé lo que es una rapsodia” le dije, pero lo apunté en mi cuaderno de notas. Ella volvió a interpretar la pieza. Alguna vez lo sabré, en esta o en otra existencia, o alguna vez lo supe. Se me viene a la mente la pregunta: ¿Ella fue mi amor también en alguna vida pasada?

Para qué camino sin rumbo si me puedo abstener de llegar a cualquier parte. Antes me entusiasmaba. Iniciaba con todo mi corazón y decía: “aquí” y pensaba en “allá”. Al llegar, la nostalgia de “aquí” era la de “ayer” y así se me acumulaban los puntos de inicio. No aparecía lo que pudiera decirme: “ya llegaste”. Entonces, pensaba nuevamente en el “aquí”.

Hoy leí un poema que dice: “Cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado y las palabras no guarecen, yo hablo”. Lo escribió una mujer: pensé en ella. ¿Sería acaso la misma que tocó la rapsodia para mí en aquella tarde? Así me puso la piel al leer su poema. La misma emoción. Aunque son cosas distintas una rapsodia y unas cuantas letras.

Miserias que me sirven como intento de cobijo ante la indigencia del mundo. No alcanzaré alguna vez la esquina que me pregunte: “Rapsodia, ¿De dónde apareció el poema?”

Los amantes viven en mundos diferentes, las miradas no pueden rebasar la niebla ni mi memoria traer al presente lo que he vivido, lo que he sido. Palabras de otros idiomas que nadie habla. Pero no es necesario explicar todo. Yo solo me entiendo. Y lo que no pueda expresar, que una rapsodia o un poema lo digan por mí. Incluso lo que no recuerdo.









ajusco. 18 sept. 2008
El fragmento de Alejandra Pizarnik proviene de La extracción de la piedra de la locura, 1968. Argentina.

martes, septiembre 16, 2008

TALULAH

Talulah
Daniel Navarro







Talulah en abstracto, en madera labra su nombre. Los caracteres no son sencillos. L.A.U.T.
Ha decidido abandonarse a su futuro. La búsqueda de un universo en llamas. Se pregunta en su interior si vale la pena. Mas rápidamente aleja la duda: lo ha decidido. Es madrugada. Han sido dos días consecutivos con el cuchillo sobre el pedazo de roble. Un vendaje no ha sido de ayuda, le sangran las manos.

No salió la luna anoche. Las nubes oscurecieron lo que otrora fueran limpias oscuridades, interrumpidas por estrellas y luciérnagas. Quiere dejar su nombre, por si acaso se pierde. Ella lo hereda de un antepasado: la lista de desaparecidos no la incluyó. “Si se perpetúa un nombre brilla una luciérnaga. Uno nace para continuar una historia en esa diminuta luz.”

Talulah, la antigua, había sido la primera en saberlo en aquellos tiempos de tormenta. Cuando un relámpago había sido su visita, los susurros cimbraron a capella; su vientre creció como las manzanas, rojo y oloroso. Su piel, sus labios y su cabello fueron dulce viento del atardecer.

“Yo nací. Me criaron los huertos, los paisajes de riscos. Nunca conocí el mar. Talulah, la antigua me decía que de allá vienen las tormentas. Ella me describía un fuego en el cielo, una saeta de luz entre las nubes. Ruido ensordecedor que acalla los sollozos. Me dijo adiós una madrugada. La escuche toda la noche hablarle a las estrellas. Me dijo que iría en busca de una tormenta.

“Crecí. Las mujeres que alcanzaban una cierta edad, caminaban hacia un puerto y se embarcaban. Cada una de ellas estaba obligada a escribir su nombre, tatuándolo sobre un pedazo de madera. Cuando pasaba el tiempo, si no regresaba, la madera servía de leña. Así desaparecieron casi todos los linajes.”

Talulah en abstracto regresó. Se dice, o acaso son imaginaciones mías, que cuando se alejó de la costa, una tormenta la cubrió de nubes y oleaje. Una llamarada en el cielo abrió la memoria en los bosques de las islas. Ella vio la tormenta y se abrazó a sí misma. Sintió el rayo en su interior. Calcinada, perdió la memoria.

La madera fue cubierta de líquenes y musgo, perdiéndose el nombre debajo de la capa de vegetales. Así fue que se apagó esa luz. La luciérnaga no encendió el nombre.





L.A.U.T. Por azares del destino me ha sido posible leer la inscripción. He solicitado la recolecta de todo el material arqueológico. Las inscripciones en otros materiales, particularmente piedra, parecen ser interesantes también. Los epitafios son especialmente crípticos, y aparentemente inconexos. No obstante, alcanzo a discernir algunos puntos importantes en la historia. Mitológica percepción de un pueblo antiguo, sin duda.

He armado historias con base en apenas retazos de expresión. Mi especialidad: la paleoescritura. No tengo demasiados aliados, porque los escritores me desprecian por falta de objetividad, y los pocos colegas me toman a risa los conceptos en los que creo.

He sustraído la madera de la lista catalogada de materiales, claramente un delito. Pero un roble con unas letras tatuadas no puede ser obra de alguien que no tuviera la eternidad muy presente en su mente, en su pensamiento.

Una tormenta cubría el atardecer. La luz en la oficina del especialista permanecía encendida, a pesar de la hora. La lluvia pertinaz cada vez más insistente. Cerró las ventanas, y buscó el sombrero. El paraguas. Era tarde de domingo.

Un relámpago cayó con tanta fuerza que interrumpió de inmediato el suministro de electricidad.

Cerré la puerta de la oficina, no sin antes guardar el pedazo de madera. Abrí el paraguas y sin darme cuenta, un curioso y enigmático nombre se me vino a la mente:


La noche y sus oscuridades invadieron la calma universitaria. Una luciérnaga encendida se posó en una de las ventanas de la oficina.








ajusco. 16 sept. 2008

miércoles, septiembre 10, 2008

BARCOS

Barcos
Daniel Navarro



Los barcos: cuántas letras se han derramado acerca de viajes, muelles, anocheceres en el vaivén oceánico, tormentas, tragedias, descubrimientos. No hay barco que no tenga un sinfín de historias, algunas verídicas, otras arrancan complicidades.



Propelas. banderas, barbas retorcidas, perico de malas palabras apertrechado en el hombro, recetas de ratatouille, visiones de un lugar que empezó con el viento y termina con cruces en los cementerios.



Ya nadie viaja en barco, las noticias los han abandonado, los piratas no tienen pata de palo, los instrumentos de navegación son piezas de museo. Añoranza del oleaje roto por la quilla.



Abandono del mar, las sirenas son ahora el cuerpo naval. Asolean sus voluptuosidades envueltas entre sábanas al amanecer. Son ellas, nos conocemos, saben que vine a verlas. Se recorta mi perfil en el horizonte y el barco me llama con su silbato; me detienen las nubes para que ascienda por sus escalerillas.


Desde la punta de proa escribo. Me ilumina una vela. Una sirena me cuenta su canción al oído.


Visiones nocturnas para quien me lee y al hacerlo, recuerda sus propios puertos.







.veracruz y mis sirenas. sept. 2008.

Acerca de mí

Mi foto
Cancún, Mexico
Escritor y Naturalista. Licenciado en Biología por la Universidad Nacional Autónoma de México, con estudios en Texas A&M University Campus Kingsville y The University of Florida.