miércoles, octubre 03, 2007

BLOG DE OCTUBRE: LOS NATURALISTAS


El naturalista Gonzalo Pérez Higareda
Daniel Navarro



La curiosidad y el amor a la naturaleza se mezclan en el andar de un naturalista. México ha sido afortunado en recibir grandes personalidades, y también en forjar sus propios héroes. De los primeros recuerdo a Humboldt, el viajero alemán que vio y apuntó con clarividencia nuestros humedales, los procesos evolutivos, nuestra sociedad. De los forjados en México los nombres de Sessé y Mociño, Clavijero, Alfonso L. Herrera, Maximino Martínez, Enrique Beltrán, Efraim Hernández Xolocotzin, Miguel Álvarez del Toro, brillan con luz propia.

Yo he tenido la fortuna de conocer a un gran naturalista, quien además de mentor, ha sido amigo, compañero expedicionario, inquisitivo descriptor de joyas herpetológicas del trópico mexicano, e incansable defensor de las selvas: Gonzalo Pérez Higareda.

Viajero de islas, su trabajo en Isla Socorro es pionero, al igual que en los casquetes selváticos de las montañas neotropicales de Los Tuxtlas.

Catemaco donde actualmente reside, es un pueblo curioso donde se dan cita los brujos. Yo quise ser hechicero, seguramente por admiración a Gonzalo quien en alguna ocasión me mostraba su anillo mágico adornado con pelos de muerto.

Un solitario explorador montado en un viejo Jeep a la caza de niebla con piel escamosa, su trabajo herpetológico con serpientes me impresionó y seguramente mis escritos en donde hago memoria de cascabeles, nauyacas y otras especies, son una herencia y tributo a su amistad y enseñanzas. No me extrañaría que el músico cubano Silvio Rodríguez quien escribió “Sueño con serpientes”, haya tenido a un amigo herpetólogo.

Descubridor de nuevas especies, las siguientes fueron bautizadas para la ciencia por Gonzalo Pérez Higareda: Tantilla slavensi, Tantillita lintoni rozellae, Atropoides olmec, Geophis juliai, Pliocercus elaboides wilmarai, Sibon linearis, Micrurus limbatus spilosomus, y Conophis morai. Un alacrán de Los Tuxtlas fue bautizado como Diplocentrus perezi en reconocimiento a Pérez Higareda.

Como todo buen naturalista: visionario. Al mismo tiempo, partícipe de la tristeza de la desaparición de las selvas. Un célebre narrador de cuentos en la soledad de la noche, un extraordinario y sensible caminante de senderos que si acaso alguna vez inician, nunca terminan.

Vaya un abrazo a Gonzalo, y a todos los naturalistas de este mundo.


Nota: la validez científica de las nuevas especies de Pérez Higareda se reitera en la lista de reptiles y anfibios más actualizada hasta el momento: Liner, E. A. 2007. A checklist of the Amphibians and Reptiles of México. Occasional Papers of the Museum of Natural Science, Louisiana State University, Number 80 (1 may), 60 pp. En referencia a Diplocentrus perezi, véase W. David Sissom. 1991. Diplocentrus perezi, a new species of scorpion from southeastern Mexico (Diplocentridae). Journal of Arachnology, 19: 122-125.




__________________________________________
Para este Blog de octubre tenemos los siguientes textos:

Ciudad Gótica (Ficción)

Los jetliners habían impactado las torres...
“Joker, eres una maravilla, ¡qué locura de genialidad, te admiro...!” Joker le colgó mascullando palabras obscenas, maldiciones en swahili y urdu que había aprendido de niño en una de sus tantas historias inventadas sobre su propio pasado.
El maquillaje le disimulaba su piel negra, haciéndolo inmune a sus recuerdos infames, a su historia de vergüenza y de paria.


No hay montañas (Prosa poética)
Lo escrito con anterioridad
se ha borrado misteriosamente.


Frontera (Narrativa)
Mi amigo le empezó a decir cosas, pero la mujer no parecía hacerle caso, por lo que me dediqué a ver la película pornográfica que se exhibía en la televisión, en la parte superior del área de baile. Por más que mi amigo hacía intentos, la mujer lo ignoraba por completo.


Cobalto (prosa poética)
Cobalto.
¿Se habían preguntado cuál es mi nombre?
Me causa una comezón suave escribir mi nombre en la arena y desaparecer entre cada paso de olas juguetonas.
Me hacen olvidar mi resabio de una venganza añeja.


Mescalero (Ficción étnica)
Me sentía como un espantapájaros en medio de esa mañana llena de insectos adheridos a mi cuerpo, cantando una canción indescriptible. No sé cuánto transcurrió. Quizás sea irrelevante.






.Feliz Oktoberfest en la Villa.
.En el blog de noviembre tendremos la cobertura del festival Quimera.
Por lo pronto, para los interesados, el programa incluye la apertura con Óscar Chávez y la clausura con Luis Eduardo Auté. Véase el programa detallado en el siguiente enlace: Quimera




Créditos:
Fotografía "Gonzalo y Nauyaca": Daniel Navarro. ca. 1977. Estación de Biología Tropical "Los Tuxtlas". Veracruz. México.

CIUDAD GOTICA

Ciudad Gótica
Daniel Navarro


La vida llena de miseria de Jonah Hex había sido marcada desde cuando niño.
Una madre dedicada a la vida fácil acomodada entre los brazos de un padre alcohólico que lo vendió siendo apenas un infante, para que trabajara en los campos petroleros.
Ahí conoció penas mayores, su vida llena de dolor se hizo cada vez más insoportable, su cara fue deformada en forma deliberada como castigo por sus capataces con turbante, por un crimen que no había cometido.
El llanto de Jonah se transformó en rabia, en angustia sublimada como terror interno, y en una insuperable necesidad de destruir.
Con la inteligencia superior, desarrollada entre el bajo mundo de las refinerías en medio del desierto, Hex escapó con la piel totalmente destruida, con la cabellera llena de arena, con cabellos de camello entre sus propias barbas, y empezó a vivir una vida propia.
Al principio pedía caridad, como leproso, pero pronto rehizo su vida siguiendo un rastro invisible que le guiaba.
De los campos petroleros de Afganistán cruzó el océano y un día amaneció viendo a la Estatua de la Libertad que le saludaba.


Jonah Hex la vio impasible, con las huellas de su vida en cada pómulo cadavérico.
Ciudad Gótica era un sueño al que venía persiguiendo desde que se propuso encontrar a su padre, destruirlo, hacerlo sufrir por haberlo vendido.
Su pesadilla eran las 30 monedas que habían pagado –y que su padre seguramente había despilfarrado en alcohol barato- para cabalgar en esa larga jornada de su infierno.


No tardó Hex en hacer contacto con el bajo mundo de Ciudad Gótica, donde la personalidad de Joker le atrajo tanto.
En el mundo dividido, inmaculado, erótico, descarnado del payaso en bancarrota se ocultaban los síntomas conjuntos de Hex y ambos padecían de la misma amnesia de amor que amargaba y destruía.


Acompáñame, Jonah –le ordenó Joker, y juntos fueron hacia un lugar secreto, obscuro como los más indolentes callejones que se empujan entre los edificios del inicio del otoño.
Ahí llegaron a una cámara llena de dióxido de carbono sólido, hielo seco, que calaba hasta los huesos de Jonah, acostumbrado a los cálidos soles del desierto distante.
Lo vio: un hombre agonizaba.
Sin sorprenderse, vio reflejado su semblante en la piel era cristalina, metálica, espejeante del enfermo.


Los indicadores vitales del Dr. Víctor Fries, Mr. Freeze, se tornaban cada vez más críticos, había que rescatarlo antes de que le amputaran todo su cuerpo, aún más de cómo se encontraba.
Creyendo que su esposa nunca lo aceptaría siendo ya un monstruo, Dr. Freeze se dedicó al mal, convirtiendo otras vidas en una pesadilla tan amarga como la suya, sin poderse suicidar.
Matarse a sí mismo era imposible, ya lo había intentado de muchas maneras.
Oía las campanas de catedral y el órgano monumental en cada momento, enloqueciéndolo tras el paso de las horas.
Hacia el final del día, su espíritu estaba deshecho, la trágica historia que nunca acabaría, una antípoda de Prometeo, que usaba en vez del fuego, el frío para castigar a los hombres.


Todos se preparaban para una misma cita, convocada por Joker, con un detenido plan explicado en partes, con tremendas lagunas de información que generaban expectativas placenteras para lo torcido.
Únicamente la recaída de Víctor Fries podría retrasar la cita.
Era importante que se recuperara, ya que era hora de terminar con Ciudad Gótica.
El payaso ambicioso y siniestro Joker organizaba todo.
Su carácter sicótico y homicida lo habían llevado a niveles y alturas insospechadas.
Su externalidad era lo ridículo, mientras que su internalidad era totalmente serpenteante, ácida como sulfúrico derramado sobre sus arterias y corazón.


La cita era impostergable.
Faltaban una horas para “Ese Día que Vendrá por la Mañana de Mañana”, refiriéndose a un cada vez más deseado 11 de septiembre, antes de las 9:00.


Cerca de una estación de Madison Avenue, Joker tomaba el subterráneo y se dirigía a la cita en “The Iceberg Lounge”, el club nocturno propiedad de su viejo amigo, el chaparro y contrahecho Oswald Chesterfield Cobblepot.


Allí se desarrolló la cita sin Fries.
Ahí hablaron en pedazos, un conjunto de espectros, pero Jonah no pudo reconocerlos a todos, aunque le fueron presentados algunos singulares como Lyle Bolton, el hombre que trabajaba como carcelero en una prisión de Arkham.
Estaba también el antiguo Fiscal de Ciudad Gótica, Abogado Harvey Dent, ahora conocido como Two-Face, el supuesto amigo íntimo de Bruce Wayne.
Jonah no entendía las misiones encargadas a cada uno de ellos, únicamente tomaba notas en forma automática.
Sin quererlo se había convertido en una especie de auxiliar de Joker.


Kimberly Ventrix y su amigo imaginario, "Mojo", quien era un poco más que tangible y vocal para un ser imaginario, se harían cargo del correo, enviando cartas con polvillo blanco que Jonah confundió con cocaína.
Posteriormente descubrió que era una labor macabra, ya que este polvillo blanco, destinado a ser combinado con la droga, era una bacteria que Tygrus había traído desde una isla en Kazakstán.


Tygrus le parecía fascinante, con su cara gris y sus orejas alargadas, capaz de distinguir el menor ruido a la distancia de cinco millas.
Su agilidad y fortaleza eran el epítome de la obediencia total e incondicional a su creador, el Dr. Emile Dorian.
Este científico era experto en guerras bacteriológicas y tenía una isla cerca de Ciudad Gótica en donde se dedicaba a purificar las más letales armas.
De ellas, el ántrax inhalado era su favorita ya que resultaba perfecta para mezclarla con la también inhalada cocaína.


El plan de destrucción era inmaculado.
Las razones de la participación de Dorian en el plan eran totalmente diferentes, ya que había escapado del asilo para dementes de Arkham y ahora había logrado reinstalar su laboratorio en esa isla que pasaba desapercibida.
Al término de la reunión, los hombres, los medios y sus fines se dispersaron entre las sombras de la oscuridad de Ciudad Gótica.
Todos menos The Joker quien permaneció por un rato más con Cobblepot.


Jonah vagó por la ciudad, en busca de una mujer, una piel que le permitiera recuperar la suya perdida entre la brusquedad del desierto.
Una mujer que fuera la encarnación del sol del mediodía sin agua, seca como la arena, una mujer de ojos profundos como el escenario de las estrellas.
Deseaba a una mujer enmascarada, con uñas de gato, con movimientos tersos y aullantes al hacer el amor.


Pero no encontró nada.
Todas las personas se dirigían a sus destinos como autómatas entre los reflejos del pavimento, y apenas las gárgolas le parecían los seres más amigables que podía encontrar.


A la distancia del tiempo y cerca del espacio tangencial, apenas cruzando el anuncio que dice Gotham City Limits, la luz centelleante de las patrullas le rebasaron.
Se movían como serpientes de cascabel, y en una de ellas, Renee Montoya se comunicaba por radio.
“Commissioner Gordon here” le respondía la radio entre la estática de la lejanía.


Al fin, Jonah se dejó caer en un catre donde dormía después de ingerir media botella de bourbon.


Mañana era 11 de septiembre.
11 de septiembre...




“Hoy estaré en Twin Towers, Master Bruce” dijo Alfred Pennyworth, el mayordomo que apenas valía una moneda, vestía con la elegancia que le caracterizaba.
Era temprano, y había desayunado su tradicional café con el english muffin empapado de mantequilla auténtica, sin sal.
Su gula le había enviado un par de veces a reposo obligado por el médico, su colega, pero hoy Alfred tenía encomiendas fiscales de Wayne que debía atender: el petróleo era la base de su imperio, y se rumoraba que habría un incremento previsible en los precios internacionales.


En una limo, Alfred se desplazaba acercándose a los lujosos edificios cuando repentinamente, apenas cruzando el puente, pudo ver con toda claridad el impacto de un enorme jetliner sobre uno de los edificios que componen las torres gemelas.


Inmediatamente las emisoras de televisión cubrieron el accidente, o lo que se pensó sería un accidente.


Pero Joker convocó a junta urgente.
No había sido el plan aquel que se veía por las pantallas de la televisión.
“Cobblepot, idiota, repórtate conmigo!” increpaba a uno de sus secuaces, mientras observaba cómo un segundo jet se estrellaba contra la torre, esta vez frente a sus propios ojos.
No daba crédito.
Las llamadas de Arkham, de la isla, de la prisión, de todos sus siniestros amigos bloquearon finalmente las líneas de teléfono.


Joker estaba completamente irritado por lo que veía.
No había sido ése el plan. Se revolvía en su propia habitación sin saber exactamente qué hacer.
¡No lo podía creer! Finalmente, por su teléfono satelital, Joker logró recibir una llamada que le pareció singular, tanto por su contenido como por el acento de la voz afrancesada que apenas escuchaba.


Era de Emile Dorian, quien se escuchaba emocionado... “Joker, eres una maravilla, ¡qué locura de genialidad, te admiro...!” Joker le colgó mascullando palabras obscenas, maldiciones en swahili y urdu que había aprendido de niño en una de sus tantas historias inventadas sobre su propio pasado.
El maquillaje le disimulaba su piel negra, haciéndolo inmune a sus recuerdos infames, a su historia de vergüenza y de paria.


En ese momento una de las torres se venía abajo, colapsándose.
Era el inicio de un acto final o el prefacio de una obra inconclusa... no se sabía.


Alfred estacionó su lujoso auto en donde pudo, mirando la gente aterrada correr por las calles que se empezaron a llenar de polvo.


Acostumbrado a faenas de alto riesgo, por su propia encomienda con la familia a la que servía, Alfred trató de establecer contacto con Wayne Manor, lo cual no era fácil dado el incremento de llamadas.
Dejó su teléfono de lado y tomó el sistema de radio de alto alcance.
Cuando una voz respondió, antes de que pudiera decir otra cosa, lo que escuchó lo dejó sin habla...
“Alfred, ¿está Bruce contigo? Responde, Alfred, ¿me copias?” Sin contestar, la voz en el radio insistió:
“Alfred, responde, repito, ¿Bruce está contigo? Se supone que te esperaría en Twin Towers, cambio...”
Alfred ya no podía responder ante la certeza que se cernía sobre su cabeza, como viento helado, como el contacto con la muerte colectiva.

“Alfred, ¿me copias?”








“Master Bruce...” escucha impávido Alfred, viendo el desplome de las Twin Towers, majestuosas como eran, como todavía mantenían esa distinción aún para colapsarse con elegancia, como un movimiento de ballet.
Si Bruce Wayne no estaba con Alfred, entonces significaba... “que Master Bruce debió haber estado en las oficinas de WayneCorp al momento del impacto...” calculó Alfred.


Twin Towers se desplomaban ante sus ojos.
Todo ello era ahora una caída en cascada entre las nubes, un venirse abajo desde los cielos, un desborde de la ira del sol, de los dioses, de la furia de la fuerza gravitatoria que empujaba hacia el centro como impactada por una honda celestial.


Twin Towers, la causa de una de las guerras más sangrientas de la historia de Ciudad Gótica se desplomaba junto con su historia, llenándola de polvo con olor a masacre.
Desaparecían del horizonte que las había visto nacer y crecer de la rabia y la inquina de arquitectos geniales.


La familia Wayne había mandado construirlas como un símbolo de éxito y logro, escogiendo una arquitectura pareada, dos torres idénticas, encargándoselas a uno de los arquitectos de la estirpe Kindred. Sin embargo, al interior existió una pugna, descalificando a Kindred, por lo que los arquitectos Antoni Gaudi, junto con los rivales Pulson y Kelvin fueron seleccionados.
Gaudi posteriormente declinó y Wayne pidió que los rivales construyeran las torres gemelas, más altas que la Catedral de Ciudad Gótica.


Con una altura de 3,003 pies, ahora viniéndose hacia el pavimento, con vidrios, y su estructura básica de esqueleto de acero.


Parecía que aquella rivalidad de los dos arquitectos que la construyeron se perpetuaba en el presente.
Las diferencias que dieron lugar a riñas con tintes cada vez más álgidos iniciaron la guerra de las gemelas.
En esa guerra, uno de ellos trataba de aventajar al otro, imprimiendo su estilo de construcción, sólo para verse rebasado con el estilo de construcción de su rival y los trabajadores eran asesinados si trabajaban para el arquitecto rival.


Las torres de piedra y acero, con partes neo-góticas, mezcladas con Art Decó y Brutalistas, estaba siendo parte de la historia de Ciudad Gótica, un espacio en el aire que repentinamente era nostalgia.


Alfred trataba de entender que la torre occidental donde las oficinas centrales de WayneCorp International, con un restaurant en la cima, el Tower Height’s Restaurant, ya no estaba en pie.
Al lado, en la torre oriental, de tipo residencial, la penthouse de Selina Kyle era ahora piedra anquilosada, arremangada contra el subsuelo.
Los fierros retorcidos de las torres eran uno con los fierros retorcidos de los jets de pasajeros que se habían fundido en un abrazo en el espacio por un momento.


Todo era un maremagnum de fuego, de olor a combustible, de incendio, de explosión, de majestuosidad destructiva.


Sin saber qué hacer, Alfred depositó el radio en el asiento de la limo, sin contestar a la persona que le insistía por saber de Bruce Wayne.
La estática del sistema de radiocomunicación se convirtió en un ruido más de la estruendosa mañana.
La multitud corría despavorida, gentes de todas las edades en dirección indefinida, alejándose de las torres colapsadas.
Solamente Alfred permanecía como estatua vestida de negro, mirando fijamente hacia el cúmulo de roca, piedra, acero, vidrio que se arremolinaba enfrente de sí, brindando un espectáculo formidable.


El viento le recorrió las arrugas de la cara al mismo tiempo en que una gran cantidad de almas se escurrían de su armadura física y salían catapultadas hacia el infinito.
Se sabe que solamente los gatos y algunas aves perciben en toda su magnitud este desprendimiento magnífico, este momento brutal de nuestra existencia.
Alfred, un médico de carrera que devino en mayordomo, sabía la magnitud de la tragedia, y la sorpresa lo había acorralado.


Los carros de bomberos, las sirenas, los autos de negros con la franja y la leyenda GCPD, Gotham City Police División, con hombres tan aterrados como el resto de los habitantes de la ciudad, todos ellos trataban de correr en las calles para alcanzar a cubrir sus puestos de acción.


Corriendo a contracorriente, los bomberos fueron los primeros en llegar, alzando sus escaleras, sus chorros de agua, sus colores llamativos.
El humo cubrió una gran extensión, y a la distancia, Ciudad Gótica era el espectáculo de una ciudad de llamas, y por ahí algún Nerón estaría tocando el violín.


La histeria colectiva, el caos de las líneas de comunicación, los lenguajes fundidos a la desesperación, la televisión incrédula repitió una y mil veces más las imágenes como tratando de convencerse de que aquello era real y no la secuencia de un filme con argumento kafkiano.
Sin embargo, la realidad era tan monumental como la imaginación más perversa.
Una danza macabra era instrumentada desde un podio invisible, una orquesta bajo una batuta invisible, que no era la de Joker, se montaba y dirigía un scherzo grandioso.


Pero Alfred sabía que un scherzo es el tercer movimiento de una sinfonía...
¿Cuáles eran los otros dos movimientos previos, y cuál sería el último movimiento?


Solamente las almas en movimiento, apiñando el cielo lo sabían, y no había modo de preguntarles. “¿Estaría el alma de Bruce entre ellas?... Oh Dios, no lo permitas” murmuraba Alfred.


Las mujeres, los hombres de la Ciudad, que con sus 7.5 millones de habitantes, reprodujo los ideales de Solomon Zebediah Wayne quien algún día encontró ese sitio para edificar la ciudad, la fortaleza, “el baluarte contra la malignidad silvestre donde debemos nutrir los dones de la civilización cristiana y protegernos del salvajismo que acecha en la naturaleza indómita” como diría ante la Asociación de Propietarios de Ciudad Gótica.
Sin embargo, en su lecho de muerte, el creador de Ciudad Gótica se lamentaba y dijo antes de morir: “Mi deseo era arrancar la maldad de las viviendas y de los corazones de los hombres.
Creo que en su lugar, les di los medios para conservarla.”


Alfred se persignó lentamente, antes de regresar al auto.
A sus espaldas, una ciudad se desplomaba no sólo en sus cimientos, sino en su resquebrajado valor.
La lucha que se anticipaba, ese cuarto movimiento de la sinfonía, sería seguramente, una partitura de caos, de ambición, de excusas para la tortura, la violencia, las muertes de miles de inocentes más que derramarían su sangre, llenando las ciudades con un odio renacido, con una sed de venganza que arrimaría a los mercenarios, a los aventureros, a los guerreros de uno y otro bando, en una lucha por el espacio competido de la ineptitud humana para entenderse.
La lucha de los dioses estaría azuzada por guerras santas, espadas flamígeras y venganzas infinitas.


...continuará



Nota del autor: Los nombres de los personajes que figuraron en este cuento a dos partes, pertenecen a D.C. Comics, y se utilizaron con propósitos culturales no lucrativos. (Para los amantes del comic: tuve la corazonada de que el derribo de las Torres Gemelas de Nueva York pudiera estar reflejada con anterioridad en algún fascículo de Batman, por lo que me dediqué a buscarla. Tras una larga búsqueda, en una tienda de libros usados de la ciudad de México tuve suerte. Una secuencia del derribo de las Twin Towers, con Batman en el interior, se narra en el número 218 de Batman, código LODK-27/2-92, “El Destructor, 2ª. Parte” en un argumento de Denny O’Neil). Por mi parte, he respetado el espíritu de los personajes originales, y creado a posteriori una historia nueva sobre un suceso real, conocido por todos nosotros, donde la imaginación, la verdad y la irrealidad se entretejen. La historia queda abierta. Quizás algún día escriba el final.





.

NO HAY MONTANAS

No hay montañas
Daniel Navarro



Mirar hipnotizado tu lejanía,
el cabello en alto
persiguiendo una nube.
Noche fría de invierno.
Pensé en escribir una narración
mas inspiración no encuentro.
La robaste de mis labios.
Una a una, palabras y versos.
Anoche la tenía.

Así en tu boca escribí una novela fantasmal.
Apareciste de la nada y creaste personajes
que vinieron en cascada.
Un beso y era río caudaloso
los interminables búfalos cruzando.
Una mirada y perdía la batalla
en el ocaso de mi existencia.
Sentí desgarrarse mi diccionario,
saltar al precipicio,
abandonar mis costillas.
Te refugiaste gélida entre mis brazos
y ya no tuve más pliegos petitorios
en ninguna asamblea de maravillas.

No posesión personal en declarar
ninguna historia permanente:
Lo escrito con anterioridad
se ha borrado misteriosamente.
No registro mi existencia,
ni siquiera en el recuerdo de una mañana
mirando aquella águila calva.
No hay montañas en mi pelvis
ni sombra en mi andar.
El horizonte ha desaparecido.

Hasta ayer era.
Hoy no sé en donde me encuentro.
Mi inspiración se fue atrapada en tu perfume.
En la breve huella de tu cuerpo
perdida en la sombra del mío.






.

FRONTERA

Frontera
Por Daniel Navarro






“Crúzame bato, tu traes camioneta gringa” me pedía Pánfilo, con la cara de súplica. La camioneta era de la universidad norteamericana donde estaba haciendo mi maestría, y me encontraba en ese momento en mi pueblo natal, cerca de Reynosa y continuó: “en el otro lado hay unos Bolillos que me dan trabajo, pero necesito regresar. No tengo papeles, pero necesito dinero. Yo no sé por qué piden papeles si al fin y al cabo todo eso es territorio mexicano.”

No puedo hacer nada, le explicaba, la píckup me la dieron para mi trabajo de campo, para mis estudios, pero no puedo transportar gente por la frontera, es ilegal. Imposible de hacerme entender, me alejé lo más pronto que pude de aquella conversación y regresé al otro lado, donde los lodazales de Tamaulipas se convierten en el mágico valle del Río Grande. Manejando en la freeway, me dirigí al norte, cruzando el denominado rancho más grande del mundo, el King Ranch, conocido localmente en su versión españolizada como la "Quineña". Al llegar a Corpus Christi, en la noche, me estacioné frente a La Plaza Mexican Restaurant, donde ordené unos burritos y chili con carne.

Días después me enteré que unos mexicanos habían sido capturados al cruzar la frontera por el refugio faunístico de Santa Ana, en el condado de Weslaco, donde sus senderos están llenos de cámaras y otros dispositivos para detectar ilegales. Aunque nunca supe exactamente en dónde estaban colocados estos dispositivos, seguramente tenían fotos mías a todas horas, ya que era uno de mis sitios de trabajo de campo universitario. Yo era privilegiado, pues no era un wetback, a pesar de que seguramente mi destino alguna vez apuntó en esa dirección.

Uno de esos detenidos era Pánfilo, quien estaba tratando de llegar al contacto con sus patrones, en los inmensos algodonales texanos. Yo conocía a varios de esos fucking mezquins, la forma despectiva de llamarnos a los mexicanos, el sobrenombre del sobrenombre, el mezquino en vez del mexicano. Solamente el mencionar a los rinches, a los de la migra, son motivo de calambre de pies a cabeza, recorriendo la espina dorsal. Seguramente deportaron a mi amigo, como otras veces.

Pero en uno de tantos intentos, alguna vez tuvo éxito y ese día de suerte me llamó a mi casa en Corpus: “Ándale, vamos con las viejas en la noche, traigo unos dolarillos.” En la noche nos fuimos al Bull Room, un bar vaquero de un hotel, y estaba muy aburrido. “Hay que ser pobres, pero con dignidad, prefiero ser proletario del primer mundo que jodido del tercero.” Me dijo, mostrándome sus Wranglers, sus botas y su sombrero tejano Stetson y unos cuantos billetes verdes de 50 dólares. Ya nomás le faltaba su revólver Smith y Wesson para completar el cuadro. Animado me decía sin parar palabras y palabras que no registré. Me terminé mi Miller lite, y para no hacer el cuento largo, cruzamos la frontera de regreso a México y terminamos en Matamoros.

“De regreso a mis polvaredas, al salitre, al lodo, pero me encanta... te voy a enseñar un lugar de poca madre...” casi me gritaba mi amigo. Y terminamos en un tugurio de mala muerte. Estacioné la Polvorona, ese carrote Ford 8 cilindros, polvoso, vetusto, que tenía desde que tuve algo de feriecilla para comprárselo a un estudiante pakistaní, y entramos al bar.

En la pista de baile estaba una mujer meneando su cuerpo con voluptuosidad y encima de ella una película pornográfica mostraba detalladamente, con acercamientos, ángulos de la lente y minuciosidad, lo que la intimidad únicamente es capaz de mostrar. Mi amigo estaba feliz y le enviaba besos a la bailarina. Al llegar un mesero malencarado, le ordenamos unas cervezas, las cuales trajo con diligencia, limpiando nerviosamente la diminuta mesa.

Después de varias canciones, la mujer que casi desnuda bailaba en la pista de baile, hizo una leve pausa que mi amigo aprovechó para ir al baño. Durante ese lapso, tres mujeres entraron al bar y ocuparon una de las pequeñas mesas, entre la semioscuridad. Apenas alcancé a verlas y pude discernir que eran guapas y bien vestidas.

Mi amigo Pánfilo regresó a la mesita y pidió otra ronda de cervezas, haciéndola una seña al mesero, pero esta vez no se sentó sino que se fue a bailar directamente con la mujer que reanudaba su show. Mi amigo le empezó a decir cosas, pero la mujer no parecía hacerle caso, por lo que me dediqué a ver la película pornográfica que se exhibía en la televisión, en la parte superior del área de baile. Por más que mi amigo hacía intentos, la mujer lo ignoraba por completo.

Sin darme cuenta, el tiempo pasaba y mi amigo seguía con sus infructuosos intentos de que la bailarina le hiciera caso. Finalmente, las tres mujeres que habían entrado al bar, se levantaron y se dirigieron a la pista de baile, y se apretujaron alrededor de la bailarina y mi amigo. Yo no le di importancia al hecho y pensé que era pura suerte el tener a tantas mujeres. Sorprendentemente, la bailarina respondía al contacto con las mujeres, se sonreían, se acariciaban.

Por otro rato, las mujeres bailaron al compás de la música, y no me percaté de que una de ellas, sacaba un cuchillo de su chamarra de mezclilla y atacaba a mi amigo. Entre la música, no se oyó nada, únicamente vi a mi amigo caer y que no se podía levantar, entre las piernas de las mujeres. Ninguna de ellas dejó de bailar y seguían apretujadas en torno a la bailarina.

La sangre que corría por el piso fue lo que me alertó. Al acercarme a ver lo que sucedía, descubrí que Pánfilo estaba surcado por una herida profunda en el abdomen. Nadie de los clientes del bar se movió y las mujeres seguían bailando, con sus cuerpos sumamente cercanos, y podría decir que apretadas entre sí.

Todavía en el piso, mi amigo muy malherido, deteniéndose dificultosamente la sangre con sus manos, me alcanzó a hacer una súplica... “Prométeme una cosa” –me dijo, “que escribirás un cuento en donde inventarás toda mi historia, y dirás que nos fuimos a un bar y me clavaron un cuchillo, o me dieron un balazo, o lo que quieras inventar, haz una historia y oculta la verdad, no digas que estoy aquí, viejo y enfermo, tirado en un cuarto, perdido en el abandono” –mi amigo se exaltaba de imaginar la historia que quería que yo escribiera, y me continuó diciendo: “Haz de mí un héroe de tus cuentos, cuéntame una historia sobre mí mismo. Mírame y rejuvenéceme con una historia, una historia de bandidos, cambia mi nombre, píntame como cowboy de las películas, cuéntame cómo es mi frontera mexicana, cuéntame cómo es el cruzar el Río Bravo, dime cómo se vive por allá... Te escucho...”


Al terminar de contarle la historia que justo acabo de inventar, nos ganó la risa.










Cancún, México. 2002.

Nota: Me da gusto recordar que leí este texto durante alguna visita de Alí Chumacero a Cancún.

Maridaje: Este cuento surgió originalmente como una serie de apuntes para la letra en español de "Sultan of Swing", la vieja canción de Dire Straits. Qué mejor compañía musical para acompañar entonces esta historia que el sonido de un dinosaurio.

COBALTO

Cobalto
Daniel Navarro



Oh, ascender por el tronco, deslizarme y percibir la inútil como áspera crítica.
Me siento iluminada por un destino sin igual.
Me miran y desprecian, mas florezco entre sus sentimientos puros y creadores.
Mira, el artesano me construye con paciencia y amor.
El barro de por sí colorado, cuando me recrea se enciende.
¿Piensas?
El fuego lo mantienen sus manos, negras, tersas, húmedas y transmiten una cadencia que me hace estremecerme.
Voluptuosidad es una palabra compleja y es casi tan rítmica como mi movimiento.
Siento la piel de las manzanas, aspiro el aroma del símbolo de un mundo prohibido.

Desde el inicio aquellos cielos africanos me enervaron al atardecer y hoy reproduzco sus colores en todas las latitudes.
¡Quién lo fuera a decir!
Los púrpuras son mi predilección única, piel de manzana en el azul del cielo.
Incendio de sabanas para ahuyentarme, brigadas de piedra y tornados.
Me detesto.
En cada instante mi serpenteante y escamado lenguaje me traiciona.
Quizás porque escribo me inspiro.
Si vieran mi piel traducida en letras sentirían ruborizar sus más hondos sentimientos de piedad.

Cobalto.
¿Se habían preguntado cuál es mi nombre?
Me causa una comezón suave escribir mi nombre en la arena y desaparecer entre cada paso de olas juguetonas.
Me hacen olvidar mi resabio de una venganza añeja.
Ese sentimiento hace mucho desapareció, pero a veces renace.
Quizás no existe remedio.
Mi individualidad perpetua me mantiene intacta.
Ahora gozo con la reproducción fiel y certera de mi figura en cada árbol de la vida.

Poca voz me atribuyen, mas repentinamente me da por hablar, y me gustan las palabras largas y seductoras.
Serpiente no es lo suficientemente sensual, me gustaría más ser llamada como mi nombre original, olvidando la pueril cursilería que me atribuyen.
Si alguien supo filosofía desde el inicio, fui yo.
La he fundado en cada curva de mi huella. Si alguien deduce, escribe, dilucida, imagina, trasciende, es gracias a mi acto sin igual.
Me entretiene leer las creaciones de mis más fervientes admiradores en cada lengua de mi lengua bífida.

Jamás esperen una sonrisa de mi enclavado rostro.
Tú que lees, mírame.
Me deslizo por este tronco de áspera corteza.
No espero nada, excepto mirar cuando acaricias con sensualidad, la manzana que tienes entre tus manos.
Mientras tanto, escribe, piensa.
Yo te inspiro.
Muerde.











.

MESCALERO

Mescalero
Daniel Navarro



Juan Vaquero fue un guerrero chichimeka, guachichil
chichimeka, mezcalero, perro sucio, incivil

Sergio E. Coria



El camino fue largo.
Todo el día fue un instante para cruzar el río (uno) o los múltiples (infinitos) que se le arremangaban como sonidos a los oídos (localizados como hendiduras en sus piernas).
Los otros lo seguían no muy lejos.
Caminando, saltando, volando: todos provenían de las tierras de los búfalos en el norte; cantando, recordando, renaciendo: habían recorrido las praderas donde una pisada particular podría desatar una estampida; eran ellos: habían sobrevivido la escasez de las temporadas de sequía y hambruna que les recorrían los senderos.
El sonido del atardecer poco a poco calmó la sed y aunque tardaron en orientarse, decidieron seguir el tramo que faltaba hasta las tierras donde el frío es menos intenso.
Los cañones se cruzaban en su muy peculiar forma de desplazamiento, mientras que las búsquedas de bisontes las hacían retomando sus ojos humanos.
Los mesquites eran marcas en el monte reseco y había que recordarlos cada uno de ellos.
Al llegar a las cercanías del sitio llamado “Paso del Águila” llegaron al río que tantas veces los había recibido en el pasado. Realizaron sus ceremonias y estuvieron por días y noches, instantes en el fulgurar de las estrellas.
Recordaron sus nombres: Limita, Conejero, Trementina, Lipan, aunque a final de cuentas sabían que su nombre zuñi significaba “enemigo”. La ofensa porque todos eran inde: la gente.


Nadie en las praderas de los búfalos que se prolongaban al cruzar el río con dirección al sur.
Avistaron con cuidado. Una manada fue descubierta por los ojos cuyas señales rebotaron en las nubes.
Los fantasmas de negro pelaje se movían erráticos por momentos y posteriormente apacentaban en rincones inesperados.
Creo que estaba con ellos. Por horas nos dedicamos a tratar de cazar un búfalo.
La fuerza y fiereza de esos animales es indescriptible.
Lucharon hasta el final, cuando el resultado nos fue favorable no solo por número sino por la suerte de la naturaleza.


Al final de la cacería, la tribu de mezcaleros desapareció en el aire.
Tras de sí dejaron los campos del Coahuila.
Únicamente recuerdo aquella ocasión cuando el llamado de las alas de los grillos en la noche me hicieron transformarme una vez más.
Por momentos cuya duración no puedo percibir, fui una vez más mescalero.
Divagué por las planicies en busca de búfalos, como antiguamente lo hacíamos, pero mi búsqueda fue infructuosa. Quizás por ello, en el vuelo de los grillos de la noche todavía persiste la esperanza de encontrar esa manada de fantasmas de negro pelaje.
Por alguna razón recuperé mi forma humana. Los designios eran demasiado complejos como para tratar de explicarlos.
Al atardecer encendí una fogata en ese desierto con montañas planas y cañones entrecortados por el afilado rugir de los ríos. El fuego me acompañó y entendí el canto de esos grillos durante el atardecer. Por su forma y ruido, supe que en la mañana harían una manga para volar por los cañones. Migrarían de regreso al Texas Panhandle, tierras antiguas con nombres modernos. Me invitaban a unirme a ellos. El canto suave de la noche apaciguó sus ruidos, aunque no mis propias cavilaciones.


Al amanecer, todo era movimiento. La migración iniciaría. Me esperaban. No sabía cómo podría realizar mi transformación en uno de esos organismos, aunque lo dejé al destino y a la volición comunitaria. Me concentré y pude admirar distancias desde alturas insospechadas, ríos en movimiento y caudalosos movimientos de hojarasca. Esa convicción era fragmentaria. Como parches en mi conciencia. Me sentía como un espantapájaros en medio de esa mañana llena de insectos adheridos a mi cuerpo, cantando una canción indescriptible. No sé cuánto transcurrió. Quizás sea irrelevante.
Cuando pude recuperar otra vez el dominio completo de mi percepción, ahí seguía, con los brazos extendidos. Ya no había movimiento ni sonido. Los mescaleros habían migrado al norte en busca de búfalos. Regresarían al transcurrir el año. Era un compromiso: Ahí asistiría a mi cita. El fuego se extinguió y cubrí de tierra los restos. Tomé mis escasas pertenencias y me aseguré que estuvieran en la mochila. La cargué en la espalda e inicié mi ruta de regreso, hacia el sur.


Tras días de caminata, terminé en un pueblito que decía “Eagle Pass”. Tomé un autobús Greyhound a San Antonio. La monotonía del viaje me arrulló y cruzamos horizonte sin fin. Luego nos encontramos cruzando un puente. Fue entonces, cuando mirando el río, que recordé toda esta historia. También recordé la razón del recordar.
Así ahora cumplo mi encomienda: narrar.










.

Acerca de mí

Mi foto
Cancún, Mexico
Escritor y Naturalista. Licenciado en Biología por la Universidad Nacional Autónoma de México, con estudios en Texas A&M University Campus Kingsville y The University of Florida.