Cobalto
Daniel Navarro
Oh, ascender por el tronco, deslizarme y percibir la inútil como áspera crítica.
Me siento iluminada por un destino sin igual.
Me miran y desprecian, mas florezco entre sus sentimientos puros y creadores.
Mira, el artesano me construye con paciencia y amor.
El barro de por sí colorado, cuando me recrea se enciende.
¿Piensas?
El fuego lo mantienen sus manos, negras, tersas, húmedas y transmiten una cadencia que me hace estremecerme.
Voluptuosidad es una palabra compleja y es casi tan rítmica como mi movimiento.
Siento la piel de las manzanas, aspiro el aroma del símbolo de un mundo prohibido.
Desde el inicio aquellos cielos africanos me enervaron al atardecer y hoy reproduzco sus colores en todas las latitudes.
¡Quién lo fuera a decir!
Los púrpuras son mi predilección única, piel de manzana en el azul del cielo.
Incendio de sabanas para ahuyentarme, brigadas de piedra y tornados.
Me detesto.
En cada instante mi serpenteante y escamado lenguaje me traiciona.
Quizás porque escribo me inspiro.
Si vieran mi piel traducida en letras sentirían ruborizar sus más hondos sentimientos de piedad.
Cobalto.
¿Se habían preguntado cuál es mi nombre?
Me causa una comezón suave escribir mi nombre en la arena y desaparecer entre cada paso de olas juguetonas.
Me hacen olvidar mi resabio de una venganza añeja.
Ese sentimiento hace mucho desapareció, pero a veces renace.
Quizás no existe remedio.
Mi individualidad perpetua me mantiene intacta.
Ahora gozo con la reproducción fiel y certera de mi figura en cada árbol de la vida.
Poca voz me atribuyen, mas repentinamente me da por hablar, y me gustan las palabras largas y seductoras.
Serpiente no es lo suficientemente sensual, me gustaría más ser llamada como mi nombre original, olvidando la pueril cursilería que me atribuyen.
Si alguien supo filosofía desde el inicio, fui yo.
La he fundado en cada curva de mi huella. Si alguien deduce, escribe, dilucida, imagina, trasciende, es gracias a mi acto sin igual.
Me entretiene leer las creaciones de mis más fervientes admiradores en cada lengua de mi lengua bífida.
Jamás esperen una sonrisa de mi enclavado rostro.
Tú que lees, mírame.
Me deslizo por este tronco de áspera corteza.
No espero nada, excepto mirar cuando acaricias con sensualidad, la manzana que tienes entre tus manos.
Mientras tanto, escribe, piensa.
Yo te inspiro.
Muerde.
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