miércoles, octubre 03, 2007

FRONTERA

Frontera
Por Daniel Navarro






“Crúzame bato, tu traes camioneta gringa” me pedía Pánfilo, con la cara de súplica. La camioneta era de la universidad norteamericana donde estaba haciendo mi maestría, y me encontraba en ese momento en mi pueblo natal, cerca de Reynosa y continuó: “en el otro lado hay unos Bolillos que me dan trabajo, pero necesito regresar. No tengo papeles, pero necesito dinero. Yo no sé por qué piden papeles si al fin y al cabo todo eso es territorio mexicano.”

No puedo hacer nada, le explicaba, la píckup me la dieron para mi trabajo de campo, para mis estudios, pero no puedo transportar gente por la frontera, es ilegal. Imposible de hacerme entender, me alejé lo más pronto que pude de aquella conversación y regresé al otro lado, donde los lodazales de Tamaulipas se convierten en el mágico valle del Río Grande. Manejando en la freeway, me dirigí al norte, cruzando el denominado rancho más grande del mundo, el King Ranch, conocido localmente en su versión españolizada como la "Quineña". Al llegar a Corpus Christi, en la noche, me estacioné frente a La Plaza Mexican Restaurant, donde ordené unos burritos y chili con carne.

Días después me enteré que unos mexicanos habían sido capturados al cruzar la frontera por el refugio faunístico de Santa Ana, en el condado de Weslaco, donde sus senderos están llenos de cámaras y otros dispositivos para detectar ilegales. Aunque nunca supe exactamente en dónde estaban colocados estos dispositivos, seguramente tenían fotos mías a todas horas, ya que era uno de mis sitios de trabajo de campo universitario. Yo era privilegiado, pues no era un wetback, a pesar de que seguramente mi destino alguna vez apuntó en esa dirección.

Uno de esos detenidos era Pánfilo, quien estaba tratando de llegar al contacto con sus patrones, en los inmensos algodonales texanos. Yo conocía a varios de esos fucking mezquins, la forma despectiva de llamarnos a los mexicanos, el sobrenombre del sobrenombre, el mezquino en vez del mexicano. Solamente el mencionar a los rinches, a los de la migra, son motivo de calambre de pies a cabeza, recorriendo la espina dorsal. Seguramente deportaron a mi amigo, como otras veces.

Pero en uno de tantos intentos, alguna vez tuvo éxito y ese día de suerte me llamó a mi casa en Corpus: “Ándale, vamos con las viejas en la noche, traigo unos dolarillos.” En la noche nos fuimos al Bull Room, un bar vaquero de un hotel, y estaba muy aburrido. “Hay que ser pobres, pero con dignidad, prefiero ser proletario del primer mundo que jodido del tercero.” Me dijo, mostrándome sus Wranglers, sus botas y su sombrero tejano Stetson y unos cuantos billetes verdes de 50 dólares. Ya nomás le faltaba su revólver Smith y Wesson para completar el cuadro. Animado me decía sin parar palabras y palabras que no registré. Me terminé mi Miller lite, y para no hacer el cuento largo, cruzamos la frontera de regreso a México y terminamos en Matamoros.

“De regreso a mis polvaredas, al salitre, al lodo, pero me encanta... te voy a enseñar un lugar de poca madre...” casi me gritaba mi amigo. Y terminamos en un tugurio de mala muerte. Estacioné la Polvorona, ese carrote Ford 8 cilindros, polvoso, vetusto, que tenía desde que tuve algo de feriecilla para comprárselo a un estudiante pakistaní, y entramos al bar.

En la pista de baile estaba una mujer meneando su cuerpo con voluptuosidad y encima de ella una película pornográfica mostraba detalladamente, con acercamientos, ángulos de la lente y minuciosidad, lo que la intimidad únicamente es capaz de mostrar. Mi amigo estaba feliz y le enviaba besos a la bailarina. Al llegar un mesero malencarado, le ordenamos unas cervezas, las cuales trajo con diligencia, limpiando nerviosamente la diminuta mesa.

Después de varias canciones, la mujer que casi desnuda bailaba en la pista de baile, hizo una leve pausa que mi amigo aprovechó para ir al baño. Durante ese lapso, tres mujeres entraron al bar y ocuparon una de las pequeñas mesas, entre la semioscuridad. Apenas alcancé a verlas y pude discernir que eran guapas y bien vestidas.

Mi amigo Pánfilo regresó a la mesita y pidió otra ronda de cervezas, haciéndola una seña al mesero, pero esta vez no se sentó sino que se fue a bailar directamente con la mujer que reanudaba su show. Mi amigo le empezó a decir cosas, pero la mujer no parecía hacerle caso, por lo que me dediqué a ver la película pornográfica que se exhibía en la televisión, en la parte superior del área de baile. Por más que mi amigo hacía intentos, la mujer lo ignoraba por completo.

Sin darme cuenta, el tiempo pasaba y mi amigo seguía con sus infructuosos intentos de que la bailarina le hiciera caso. Finalmente, las tres mujeres que habían entrado al bar, se levantaron y se dirigieron a la pista de baile, y se apretujaron alrededor de la bailarina y mi amigo. Yo no le di importancia al hecho y pensé que era pura suerte el tener a tantas mujeres. Sorprendentemente, la bailarina respondía al contacto con las mujeres, se sonreían, se acariciaban.

Por otro rato, las mujeres bailaron al compás de la música, y no me percaté de que una de ellas, sacaba un cuchillo de su chamarra de mezclilla y atacaba a mi amigo. Entre la música, no se oyó nada, únicamente vi a mi amigo caer y que no se podía levantar, entre las piernas de las mujeres. Ninguna de ellas dejó de bailar y seguían apretujadas en torno a la bailarina.

La sangre que corría por el piso fue lo que me alertó. Al acercarme a ver lo que sucedía, descubrí que Pánfilo estaba surcado por una herida profunda en el abdomen. Nadie de los clientes del bar se movió y las mujeres seguían bailando, con sus cuerpos sumamente cercanos, y podría decir que apretadas entre sí.

Todavía en el piso, mi amigo muy malherido, deteniéndose dificultosamente la sangre con sus manos, me alcanzó a hacer una súplica... “Prométeme una cosa” –me dijo, “que escribirás un cuento en donde inventarás toda mi historia, y dirás que nos fuimos a un bar y me clavaron un cuchillo, o me dieron un balazo, o lo que quieras inventar, haz una historia y oculta la verdad, no digas que estoy aquí, viejo y enfermo, tirado en un cuarto, perdido en el abandono” –mi amigo se exaltaba de imaginar la historia que quería que yo escribiera, y me continuó diciendo: “Haz de mí un héroe de tus cuentos, cuéntame una historia sobre mí mismo. Mírame y rejuvenéceme con una historia, una historia de bandidos, cambia mi nombre, píntame como cowboy de las películas, cuéntame cómo es mi frontera mexicana, cuéntame cómo es el cruzar el Río Bravo, dime cómo se vive por allá... Te escucho...”


Al terminar de contarle la historia que justo acabo de inventar, nos ganó la risa.










Cancún, México. 2002.

Nota: Me da gusto recordar que leí este texto durante alguna visita de Alí Chumacero a Cancún.

Maridaje: Este cuento surgió originalmente como una serie de apuntes para la letra en español de "Sultan of Swing", la vieja canción de Dire Straits. Qué mejor compañía musical para acompañar entonces esta historia que el sonido de un dinosaurio.

No hay comentarios.:

Acerca de mí

Mi foto
Cancún, Mexico
Escritor y Naturalista. Licenciado en Biología por la Universidad Nacional Autónoma de México, con estudios en Texas A&M University Campus Kingsville y The University of Florida.