Mescalero
Daniel Navarro
Juan Vaquero fue un guerrero chichimeka, guachichil
chichimeka, mezcalero, perro sucio, incivil
Sergio E. Coria
El camino fue largo.
Todo el día fue un instante para cruzar el río (uno) o los múltiples (infinitos) que se le arremangaban como sonidos a los oídos (localizados como hendiduras en sus piernas).
Los otros lo seguían no muy lejos.
Caminando, saltando, volando: todos provenían de las tierras de los búfalos en el norte; cantando, recordando, renaciendo: habían recorrido las praderas donde una pisada particular podría desatar una estampida; eran ellos: habían sobrevivido la escasez de las temporadas de sequía y hambruna que les recorrían los senderos.
El sonido del atardecer poco a poco calmó la sed y aunque tardaron en orientarse, decidieron seguir el tramo que faltaba hasta las tierras donde el frío es menos intenso.
Los cañones se cruzaban en su muy peculiar forma de desplazamiento, mientras que las búsquedas de bisontes las hacían retomando sus ojos humanos.
Los mesquites eran marcas en el monte reseco y había que recordarlos cada uno de ellos.
Al llegar a las cercanías del sitio llamado “Paso del Águila” llegaron al río que tantas veces los había recibido en el pasado. Realizaron sus ceremonias y estuvieron por días y noches, instantes en el fulgurar de las estrellas.
Recordaron sus nombres: Limita, Conejero, Trementina, Lipan, aunque a final de cuentas sabían que su nombre zuñi significaba “enemigo”. La ofensa porque todos eran inde: la gente.
Nadie en las praderas de los búfalos que se prolongaban al cruzar el río con dirección al sur.
Avistaron con cuidado. Una manada fue descubierta por los ojos cuyas señales rebotaron en las nubes.
Los fantasmas de negro pelaje se movían erráticos por momentos y posteriormente apacentaban en rincones inesperados.
Creo que estaba con ellos. Por horas nos dedicamos a tratar de cazar un búfalo.
La fuerza y fiereza de esos animales es indescriptible.
Lucharon hasta el final, cuando el resultado nos fue favorable no solo por número sino por la suerte de la naturaleza.
Al final de la cacería, la tribu de mezcaleros desapareció en el aire.
Tras de sí dejaron los campos del Coahuila.
Únicamente recuerdo aquella ocasión cuando el llamado de las alas de los grillos en la noche me hicieron transformarme una vez más.
Por momentos cuya duración no puedo percibir, fui una vez más mescalero.
Divagué por las planicies en busca de búfalos, como antiguamente lo hacíamos, pero mi búsqueda fue infructuosa. Quizás por ello, en el vuelo de los grillos de la noche todavía persiste la esperanza de encontrar esa manada de fantasmas de negro pelaje.
Por alguna razón recuperé mi forma humana. Los designios eran demasiado complejos como para tratar de explicarlos.
Al atardecer encendí una fogata en ese desierto con montañas planas y cañones entrecortados por el afilado rugir de los ríos. El fuego me acompañó y entendí el canto de esos grillos durante el atardecer. Por su forma y ruido, supe que en la mañana harían una manga para volar por los cañones. Migrarían de regreso al Texas Panhandle, tierras antiguas con nombres modernos. Me invitaban a unirme a ellos. El canto suave de la noche apaciguó sus ruidos, aunque no mis propias cavilaciones.
Al amanecer, todo era movimiento. La migración iniciaría. Me esperaban. No sabía cómo podría realizar mi transformación en uno de esos organismos, aunque lo dejé al destino y a la volición comunitaria. Me concentré y pude admirar distancias desde alturas insospechadas, ríos en movimiento y caudalosos movimientos de hojarasca. Esa convicción era fragmentaria. Como parches en mi conciencia. Me sentía como un espantapájaros en medio de esa mañana llena de insectos adheridos a mi cuerpo, cantando una canción indescriptible. No sé cuánto transcurrió. Quizás sea irrelevante.
Cuando pude recuperar otra vez el dominio completo de mi percepción, ahí seguía, con los brazos extendidos. Ya no había movimiento ni sonido. Los mescaleros habían migrado al norte en busca de búfalos. Regresarían al transcurrir el año. Era un compromiso: Ahí asistiría a mi cita. El fuego se extinguió y cubrí de tierra los restos. Tomé mis escasas pertenencias y me aseguré que estuvieran en la mochila. La cargué en la espalda e inicié mi ruta de regreso, hacia el sur.
Tras días de caminata, terminé en un pueblito que decía “Eagle Pass”. Tomé un autobús Greyhound a San Antonio. La monotonía del viaje me arrulló y cruzamos horizonte sin fin. Luego nos encontramos cruzando un puente. Fue entonces, cuando mirando el río, que recordé toda esta historia. También recordé la razón del recordar.
Así ahora cumplo mi encomienda: narrar.
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miércoles, octubre 03, 2007
MESCALERO
Publicadas por danielnavarro a la/s 11:41 p.m.
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Acerca de mí
- danielnavarro
- Cancún, Mexico
- Escritor y Naturalista. Licenciado en Biología por la Universidad Nacional Autónoma de México, con estudios en Texas A&M University Campus Kingsville y The University of Florida.
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