Ciudad Gótica
Daniel Navarro
La vida llena de miseria de Jonah Hex había sido marcada desde cuando niño.
Una madre dedicada a la vida fácil acomodada entre los brazos de un padre alcohólico que lo vendió siendo apenas un infante, para que trabajara en los campos petroleros.
Ahí conoció penas mayores, su vida llena de dolor se hizo cada vez más insoportable, su cara fue deformada en forma deliberada como castigo por sus capataces con turbante, por un crimen que no había cometido.
El llanto de Jonah se transformó en rabia, en angustia sublimada como terror interno, y en una insuperable necesidad de destruir.
Con la inteligencia superior, desarrollada entre el bajo mundo de las refinerías en medio del desierto, Hex escapó con la piel totalmente destruida, con la cabellera llena de arena, con cabellos de camello entre sus propias barbas, y empezó a vivir una vida propia.
Al principio pedía caridad, como leproso, pero pronto rehizo su vida siguiendo un rastro invisible que le guiaba.
De los campos petroleros de Afganistán cruzó el océano y un día amaneció viendo a la Estatua de la Libertad que le saludaba.
Jonah Hex la vio impasible, con las huellas de su vida en cada pómulo cadavérico.
Ciudad Gótica era un sueño al que venía persiguiendo desde que se propuso encontrar a su padre, destruirlo, hacerlo sufrir por haberlo vendido.
Su pesadilla eran las 30 monedas que habían pagado –y que su padre seguramente había despilfarrado en alcohol barato- para cabalgar en esa larga jornada de su infierno.
No tardó Hex en hacer contacto con el bajo mundo de Ciudad Gótica, donde la personalidad de Joker le atrajo tanto.
En el mundo dividido, inmaculado, erótico, descarnado del payaso en bancarrota se ocultaban los síntomas conjuntos de Hex y ambos padecían de la misma amnesia de amor que amargaba y destruía.
Acompáñame, Jonah –le ordenó Joker, y juntos fueron hacia un lugar secreto, obscuro como los más indolentes callejones que se empujan entre los edificios del inicio del otoño.
Ahí llegaron a una cámara llena de dióxido de carbono sólido, hielo seco, que calaba hasta los huesos de Jonah, acostumbrado a los cálidos soles del desierto distante.
Lo vio: un hombre agonizaba.
Sin sorprenderse, vio reflejado su semblante en la piel era cristalina, metálica, espejeante del enfermo.
Los indicadores vitales del Dr. Víctor Fries, Mr. Freeze, se tornaban cada vez más críticos, había que rescatarlo antes de que le amputaran todo su cuerpo, aún más de cómo se encontraba.
Creyendo que su esposa nunca lo aceptaría siendo ya un monstruo, Dr. Freeze se dedicó al mal, convirtiendo otras vidas en una pesadilla tan amarga como la suya, sin poderse suicidar.
Matarse a sí mismo era imposible, ya lo había intentado de muchas maneras.
Oía las campanas de catedral y el órgano monumental en cada momento, enloqueciéndolo tras el paso de las horas.
Hacia el final del día, su espíritu estaba deshecho, la trágica historia que nunca acabaría, una antípoda de Prometeo, que usaba en vez del fuego, el frío para castigar a los hombres.
Todos se preparaban para una misma cita, convocada por Joker, con un detenido plan explicado en partes, con tremendas lagunas de información que generaban expectativas placenteras para lo torcido.
Únicamente la recaída de Víctor Fries podría retrasar la cita.
Era importante que se recuperara, ya que era hora de terminar con Ciudad Gótica.
El payaso ambicioso y siniestro Joker organizaba todo.
Su carácter sicótico y homicida lo habían llevado a niveles y alturas insospechadas.
Su externalidad era lo ridículo, mientras que su internalidad era totalmente serpenteante, ácida como sulfúrico derramado sobre sus arterias y corazón.
La cita era impostergable.
Faltaban una horas para “Ese Día que Vendrá por la Mañana de Mañana”, refiriéndose a un cada vez más deseado 11 de septiembre, antes de las 9:00.
Cerca de una estación de Madison Avenue, Joker tomaba el subterráneo y se dirigía a la cita en “The Iceberg Lounge”, el club nocturno propiedad de su viejo amigo, el chaparro y contrahecho Oswald Chesterfield Cobblepot.
Allí se desarrolló la cita sin Fries.
Ahí hablaron en pedazos, un conjunto de espectros, pero Jonah no pudo reconocerlos a todos, aunque le fueron presentados algunos singulares como Lyle Bolton, el hombre que trabajaba como carcelero en una prisión de Arkham.
Estaba también el antiguo Fiscal de Ciudad Gótica, Abogado Harvey Dent, ahora conocido como Two-Face, el supuesto amigo íntimo de Bruce Wayne.
Jonah no entendía las misiones encargadas a cada uno de ellos, únicamente tomaba notas en forma automática.
Sin quererlo se había convertido en una especie de auxiliar de Joker.
Kimberly Ventrix y su amigo imaginario, "Mojo", quien era un poco más que tangible y vocal para un ser imaginario, se harían cargo del correo, enviando cartas con polvillo blanco que Jonah confundió con cocaína.
Posteriormente descubrió que era una labor macabra, ya que este polvillo blanco, destinado a ser combinado con la droga, era una bacteria que Tygrus había traído desde una isla en Kazakstán.
Tygrus le parecía fascinante, con su cara gris y sus orejas alargadas, capaz de distinguir el menor ruido a la distancia de cinco millas.
Su agilidad y fortaleza eran el epítome de la obediencia total e incondicional a su creador, el Dr. Emile Dorian.
Este científico era experto en guerras bacteriológicas y tenía una isla cerca de Ciudad Gótica en donde se dedicaba a purificar las más letales armas.
De ellas, el ántrax inhalado era su favorita ya que resultaba perfecta para mezclarla con la también inhalada cocaína.
El plan de destrucción era inmaculado.
Las razones de la participación de Dorian en el plan eran totalmente diferentes, ya que había escapado del asilo para dementes de Arkham y ahora había logrado reinstalar su laboratorio en esa isla que pasaba desapercibida.
Al término de la reunión, los hombres, los medios y sus fines se dispersaron entre las sombras de la oscuridad de Ciudad Gótica.
Todos menos The Joker quien permaneció por un rato más con Cobblepot.
Jonah vagó por la ciudad, en busca de una mujer, una piel que le permitiera recuperar la suya perdida entre la brusquedad del desierto.
Una mujer que fuera la encarnación del sol del mediodía sin agua, seca como la arena, una mujer de ojos profundos como el escenario de las estrellas.
Deseaba a una mujer enmascarada, con uñas de gato, con movimientos tersos y aullantes al hacer el amor.
Pero no encontró nada.
Todas las personas se dirigían a sus destinos como autómatas entre los reflejos del pavimento, y apenas las gárgolas le parecían los seres más amigables que podía encontrar.
A la distancia del tiempo y cerca del espacio tangencial, apenas cruzando el anuncio que dice Gotham City Limits, la luz centelleante de las patrullas le rebasaron.
Se movían como serpientes de cascabel, y en una de ellas, Renee Montoya se comunicaba por radio.
“Commissioner Gordon here” le respondía la radio entre la estática de la lejanía.
Al fin, Jonah se dejó caer en un catre donde dormía después de ingerir media botella de bourbon.
Mañana era 11 de septiembre.
11 de septiembre...
“Hoy estaré en Twin Towers, Master Bruce” dijo Alfred Pennyworth, el mayordomo que apenas valía una moneda, vestía con la elegancia que le caracterizaba.
Era temprano, y había desayunado su tradicional café con el english muffin empapado de mantequilla auténtica, sin sal.
Su gula le había enviado un par de veces a reposo obligado por el médico, su colega, pero hoy Alfred tenía encomiendas fiscales de Wayne que debía atender: el petróleo era la base de su imperio, y se rumoraba que habría un incremento previsible en los precios internacionales.
En una limo, Alfred se desplazaba acercándose a los lujosos edificios cuando repentinamente, apenas cruzando el puente, pudo ver con toda claridad el impacto de un enorme jetliner sobre uno de los edificios que componen las torres gemelas.
Inmediatamente las emisoras de televisión cubrieron el accidente, o lo que se pensó sería un accidente.
Pero Joker convocó a junta urgente.
No había sido el plan aquel que se veía por las pantallas de la televisión.
“Cobblepot, idiota, repórtate conmigo!” increpaba a uno de sus secuaces, mientras observaba cómo un segundo jet se estrellaba contra la torre, esta vez frente a sus propios ojos.
No daba crédito.
Las llamadas de Arkham, de la isla, de la prisión, de todos sus siniestros amigos bloquearon finalmente las líneas de teléfono.
Joker estaba completamente irritado por lo que veía.
No había sido ése el plan. Se revolvía en su propia habitación sin saber exactamente qué hacer.
¡No lo podía creer! Finalmente, por su teléfono satelital, Joker logró recibir una llamada que le pareció singular, tanto por su contenido como por el acento de la voz afrancesada que apenas escuchaba.
Era de Emile Dorian, quien se escuchaba emocionado... “Joker, eres una maravilla, ¡qué locura de genialidad, te admiro...!” Joker le colgó mascullando palabras obscenas, maldiciones en swahili y urdu que había aprendido de niño en una de sus tantas historias inventadas sobre su propio pasado.
El maquillaje le disimulaba su piel negra, haciéndolo inmune a sus recuerdos infames, a su historia de vergüenza y de paria.
En ese momento una de las torres se venía abajo, colapsándose.
Era el inicio de un acto final o el prefacio de una obra inconclusa... no se sabía.
Alfred estacionó su lujoso auto en donde pudo, mirando la gente aterrada correr por las calles que se empezaron a llenar de polvo.
Acostumbrado a faenas de alto riesgo, por su propia encomienda con la familia a la que servía, Alfred trató de establecer contacto con Wayne Manor, lo cual no era fácil dado el incremento de llamadas.
Dejó su teléfono de lado y tomó el sistema de radio de alto alcance.
Cuando una voz respondió, antes de que pudiera decir otra cosa, lo que escuchó lo dejó sin habla...
“Alfred, ¿está Bruce contigo? Responde, Alfred, ¿me copias?” Sin contestar, la voz en el radio insistió:
“Alfred, responde, repito, ¿Bruce está contigo? Se supone que te esperaría en Twin Towers, cambio...”
Alfred ya no podía responder ante la certeza que se cernía sobre su cabeza, como viento helado, como el contacto con la muerte colectiva.
“Alfred, ¿me copias?”
“Master Bruce...” escucha impávido Alfred, viendo el desplome de las Twin Towers, majestuosas como eran, como todavía mantenían esa distinción aún para colapsarse con elegancia, como un movimiento de ballet.
Si Bruce Wayne no estaba con Alfred, entonces significaba... “que Master Bruce debió haber estado en las oficinas de WayneCorp al momento del impacto...” calculó Alfred.
Twin Towers se desplomaban ante sus ojos.
Todo ello era ahora una caída en cascada entre las nubes, un venirse abajo desde los cielos, un desborde de la ira del sol, de los dioses, de la furia de la fuerza gravitatoria que empujaba hacia el centro como impactada por una honda celestial.
Twin Towers, la causa de una de las guerras más sangrientas de la historia de Ciudad Gótica se desplomaba junto con su historia, llenándola de polvo con olor a masacre.
Desaparecían del horizonte que las había visto nacer y crecer de la rabia y la inquina de arquitectos geniales.
La familia Wayne había mandado construirlas como un símbolo de éxito y logro, escogiendo una arquitectura pareada, dos torres idénticas, encargándoselas a uno de los arquitectos de la estirpe Kindred. Sin embargo, al interior existió una pugna, descalificando a Kindred, por lo que los arquitectos Antoni Gaudi, junto con los rivales Pulson y Kelvin fueron seleccionados.
Gaudi posteriormente declinó y Wayne pidió que los rivales construyeran las torres gemelas, más altas que la Catedral de Ciudad Gótica.
Con una altura de 3,003 pies, ahora viniéndose hacia el pavimento, con vidrios, y su estructura básica de esqueleto de acero.
Parecía que aquella rivalidad de los dos arquitectos que la construyeron se perpetuaba en el presente.
Las diferencias que dieron lugar a riñas con tintes cada vez más álgidos iniciaron la guerra de las gemelas.
En esa guerra, uno de ellos trataba de aventajar al otro, imprimiendo su estilo de construcción, sólo para verse rebasado con el estilo de construcción de su rival y los trabajadores eran asesinados si trabajaban para el arquitecto rival.
Las torres de piedra y acero, con partes neo-góticas, mezcladas con Art Decó y Brutalistas, estaba siendo parte de la historia de Ciudad Gótica, un espacio en el aire que repentinamente era nostalgia.
Alfred trataba de entender que la torre occidental donde las oficinas centrales de WayneCorp International, con un restaurant en la cima, el Tower Height’s Restaurant, ya no estaba en pie.
Al lado, en la torre oriental, de tipo residencial, la penthouse de Selina Kyle era ahora piedra anquilosada, arremangada contra el subsuelo.
Los fierros retorcidos de las torres eran uno con los fierros retorcidos de los jets de pasajeros que se habían fundido en un abrazo en el espacio por un momento.
Todo era un maremagnum de fuego, de olor a combustible, de incendio, de explosión, de majestuosidad destructiva.
Sin saber qué hacer, Alfred depositó el radio en el asiento de la limo, sin contestar a la persona que le insistía por saber de Bruce Wayne.
La estática del sistema de radiocomunicación se convirtió en un ruido más de la estruendosa mañana.
La multitud corría despavorida, gentes de todas las edades en dirección indefinida, alejándose de las torres colapsadas.
Solamente Alfred permanecía como estatua vestida de negro, mirando fijamente hacia el cúmulo de roca, piedra, acero, vidrio que se arremolinaba enfrente de sí, brindando un espectáculo formidable.
El viento le recorrió las arrugas de la cara al mismo tiempo en que una gran cantidad de almas se escurrían de su armadura física y salían catapultadas hacia el infinito.
Se sabe que solamente los gatos y algunas aves perciben en toda su magnitud este desprendimiento magnífico, este momento brutal de nuestra existencia.
Alfred, un médico de carrera que devino en mayordomo, sabía la magnitud de la tragedia, y la sorpresa lo había acorralado.
Los carros de bomberos, las sirenas, los autos de negros con la franja y la leyenda GCPD, Gotham City Police División, con hombres tan aterrados como el resto de los habitantes de la ciudad, todos ellos trataban de correr en las calles para alcanzar a cubrir sus puestos de acción.
Corriendo a contracorriente, los bomberos fueron los primeros en llegar, alzando sus escaleras, sus chorros de agua, sus colores llamativos.
El humo cubrió una gran extensión, y a la distancia, Ciudad Gótica era el espectáculo de una ciudad de llamas, y por ahí algún Nerón estaría tocando el violín.
La histeria colectiva, el caos de las líneas de comunicación, los lenguajes fundidos a la desesperación, la televisión incrédula repitió una y mil veces más las imágenes como tratando de convencerse de que aquello era real y no la secuencia de un filme con argumento kafkiano.
Sin embargo, la realidad era tan monumental como la imaginación más perversa.
Una danza macabra era instrumentada desde un podio invisible, una orquesta bajo una batuta invisible, que no era la de Joker, se montaba y dirigía un scherzo grandioso.
Pero Alfred sabía que un scherzo es el tercer movimiento de una sinfonía...
¿Cuáles eran los otros dos movimientos previos, y cuál sería el último movimiento?
Solamente las almas en movimiento, apiñando el cielo lo sabían, y no había modo de preguntarles. “¿Estaría el alma de Bruce entre ellas?... Oh Dios, no lo permitas” murmuraba Alfred.
Las mujeres, los hombres de la Ciudad, que con sus 7.5 millones de habitantes, reprodujo los ideales de Solomon Zebediah Wayne quien algún día encontró ese sitio para edificar la ciudad, la fortaleza, “el baluarte contra la malignidad silvestre donde debemos nutrir los dones de la civilización cristiana y protegernos del salvajismo que acecha en la naturaleza indómita” como diría ante la Asociación de Propietarios de Ciudad Gótica.
Sin embargo, en su lecho de muerte, el creador de Ciudad Gótica se lamentaba y dijo antes de morir: “Mi deseo era arrancar la maldad de las viviendas y de los corazones de los hombres.
Creo que en su lugar, les di los medios para conservarla.”
Alfred se persignó lentamente, antes de regresar al auto.
A sus espaldas, una ciudad se desplomaba no sólo en sus cimientos, sino en su resquebrajado valor.
La lucha que se anticipaba, ese cuarto movimiento de la sinfonía, sería seguramente, una partitura de caos, de ambición, de excusas para la tortura, la violencia, las muertes de miles de inocentes más que derramarían su sangre, llenando las ciudades con un odio renacido, con una sed de venganza que arrimaría a los mercenarios, a los aventureros, a los guerreros de uno y otro bando, en una lucha por el espacio competido de la ineptitud humana para entenderse.
La lucha de los dioses estaría azuzada por guerras santas, espadas flamígeras y venganzas infinitas.
...continuará
Nota del autor: Los nombres de los personajes que figuraron en este cuento a dos partes, pertenecen a D.C. Comics, y se utilizaron con propósitos culturales no lucrativos. (Para los amantes del comic: tuve la corazonada de que el derribo de las Torres Gemelas de Nueva York pudiera estar reflejada con anterioridad en algún fascículo de Batman, por lo que me dediqué a buscarla. Tras una larga búsqueda, en una tienda de libros usados de la ciudad de México tuve suerte. Una secuencia del derribo de las Twin Towers, con Batman en el interior, se narra en el número 218 de Batman, código LODK-27/2-92, “El Destructor, 2ª. Parte” en un argumento de Denny O’Neil). Por mi parte, he respetado el espíritu de los personajes originales, y creado a posteriori una historia nueva sobre un suceso real, conocido por todos nosotros, donde la imaginación, la verdad y la irrealidad se entretejen. La historia queda abierta. Quizás algún día escriba el final.
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1 comentario:
Cuento extraño, agradable diría yo, pero como fan de The Joker lo considero un poco aburrido. Me hubiera gustado algo más de acción por su parte, tomando en cuenta su historia que yo leí debería tener mínimo una loca trabajando para él (no piensen mal, je, je).
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