martes, enero 01, 2008

EL CUENTO DEL JIMADOR

El cuento del Jimador
Daniel Navarro



uno
--Voltea, cabrón --lo retó con las palabras de hierro y la valentía que se deriva de sostener un revólver...
No replicó. Mantuvo la boca callada mientras un golpe de la cuchilla plana desprendía la penca del maguey, al cual mantenía sujeto con el pie izquierda, con fuerza pero sin arrancarlo. “Tras casi veinticinco o treinta golpes queda lista la piña” pensó.

El jinete siguió vociferando improperios cada vez más agresivos, llamándolo cobarde. Por su parte, el jimador concentró su violencia refinando los detalles para que no quedara exceso de peso. La fila de otros miraban con ansiedad.
Un golpe más y volteó. Se miraron de frente. Al mirarla sintió un dolor: “No puedo creer que hayas regresado con él”. Posteriormente se sentó y encendió un cigarrillo con mano temblorosa. Acercó el largo mango de la cuchilla. El jinete guardó su pistola y sujetó a su acompañante femenina que estaba compartiendo la montura, para que guardara el equilibrio mientras descendía del caballo.

Ese fue el instante.
Se levantó como rayo y antes de que pudiera actuar, ya había hundido la cuchilla en su espalda. Todavía no terminaba de liberar el estribo cuando cayó en el acto. Mecánicamente, el jimador sujetó los hombros del caído y como si separara una penca de su piña, el golpe fue seco, certero. A partir del codo, un antebrazo quedó inmóvil para siempre.


dos
Habías estado conmigo. Según tú, no eras feliz con él.
Te golpeaba, me dijiste. ¿Era verdad? Supuse que sí.
Lanzaste una larga fila de quejas a mi corazón indefenso que encontró en tu boca la manera de volcar mi esperanza por tenerte. Llegaste a mi penar solitario en los campos llenos de magueyes con espinas tan agudas que podrías atravesarte una mano. Te condoliste, ¿verdad? Yo no necesitaba tu lástima aunque ahora veo que fui un juguete de tus caprichos. Después de amarme regresabas a tu hacienda. Yo mismo te llevaba. Pero un día te esperé. Habíamos estados juntos tú y yo. No sé por qué me dio la corazonada de que debía de esperarte.

Me acerqué a tu casa, en silencio. Oculto estuve entre los matorrales, espiándote. De rato vi que alzabas la voz. El hacendado te contestaba con fuerte volumen. Ese intercambio de reclamos se extendió por largo rato. Mi corazón estrujado en varias ocasiones estuvo a punto de desfallecer. Me controlé por no ir a golpear a quien te faltaba con gritos.
Mas nunca pude entender lo que sucedió después. Tú saliste primero. Te vi. Después él. Montaron los dos en el caballo retinto. Y comenzaron a cabalgar lento, hacia el río. La luz de la luna me ayudó para distinguirlos a la distancia. Así fue como los seguí. Amarrada a él como te amarrabas conmigo, cerquita. Mi corazón no daba crédito al ver la profunda transformación que se notaba en ti. Primero conmigo, luego vociferando con tu marido. Ahora esto, con tus piernas abiertas, moviéndote al ritmo de la cabalgadura. ¡No podía creerlo!

Atrás, quise picar las espuelas para acelerar.
Acaricié el machete que siempre cargo. No tengo pistola. Pero en el manejo de las hojas de acero nadie me gana. No en balde un jimador acicala a un erizo vegetal poderoso y noble, que se entrega generoso para dotar de aguamiel y fermentarse en tequila.

De rato, regresaron. Los miré a la distancia. Entre llantos de orgullo despedazado por los celos.


tres
Los días subsecuentes te evité. Me concentré en la corta de hojas de maguey. En lograr los quintales de piñas. Sentir en cada golpe una puñalada en el corazón, desquitando mi dolor sobre la nobleza de un impertérrito agave. Habías regresado con él y ahora... ¡querías sólo mi amistad! Eso me dijiste después de entregarte a mí. ¿Amistad? ¡Por favor! No señor, no puedo hacerlo. Me vuelve loco el sólo pensarlo. Para matar un amor que quieres se transforme en amistad golpeo los magueyes con mi hoja. No me quieres, soy tu juguete. No puede ser.



cuatro
Una noche ella se esfuma. Busca a jimador. Lo encuentra. Está sudoroso después de su trabajo. Lo mira, se acerca, lo reta con la mirada. Le toca el pecho. Él no responde excepto con los latidos y la respiración... la palabra amistad trata de mantenerse en el escenario mental... ella se quita la blusa. El atardecer se refleja en su torso. Posteriormente, sin tocarlo, le quita la camisa sin prisa. Posteriormente se la pone. Se quita su falda larga y sus zapatillas y calza sus sandalias y se pone sus pantalones de manta. Él queda en taparrabos. Ella toma el arma y corta una espina. La acerca e un hombro de él. Lo pincha. Lo sangra. Entonces acerca su boca y le besa la herida. Entonces él entendió el significado de la amistad. Se dejó sangrar de un hombro, de la espalda. De la boca entre besos. Se tomaron en sus brazos y la ropa quedó despedazada entre las pencas.



cinco
Al día siguiente, cuando me acerqué a tu casa a buscarte, cambiaste tus modos. No me volviste a dirigir la palabra. Me esquivaste. Fue esa noche cuando vi la escena del río.
Por eso, al día siguiente que me topé con ustedes, cuando él me dijo “Voltea, cabrón” yo me hice el desentendido. Te preguntó que quién era yo. Tú le contestaste: “Es un amigo, igual que tú...” Eso me encendió el alma. Me hirvió la sangre. Ya no tenía lugar a dudas. Por eso, mantuve bien agarrado al maguey para que no se me escapara la penca, y la corté de tajo. Por eso, cuando volteé a verte, cuando te vi juntita otra vez, ¡en el mismo caballo! Me reventaron las heridas frescas en el hombro, en la espalda. Me mordí los labios para recordar tus besos.
Mi mirada te buscó cuando encendí el cigarrillo y tu desdén me resultó imposible de entender. Acaricié el mango de mi arma para cortar sueños y cuando descendió el infeliz me pregunté: “¿Entonces él es también su amigo?”
Mi respuesta es que entonces yo le brindaría mi amistad también... ¡Cómo chingados no!... Por eso todavía no terminaba de desmontar cuando hundí la cuchilla plana en su espalda, como habías hecho conmigo con la espina del maguey. Por eso lo sujeté en el suelo cuando estuvo caído . Por eso levanté con fuerza la navaja y le corté del codo hacia el suelo.
Te miré un instante en que pensé que te desmayarías...

“Seguimos siendo amigos” Te dije con desprecio.
Limpié mi arma con tierra.
Y me fui a buscar otros magueyales.
No volteé a ver tu cuerpo desbarrancándote a gritos pidiendo ayuda. Los otros jimadores acudieron en auxilio.

No había caminado mucho cuando pasó algo que todavía no entiendo. No puedo negar que me sorprendió verte caminando atrás de mis pasos. Mujer altiva. Imperturbable. Extraña.
No niego que todavía me sorprende saber que caminaste entre los magueyes para seguirme. Voluble. Hermosa. Temeraria.
No niego que el amor entre los agaves es para aquellos que aman de veras. Inteligente. Mordaz. Hiriente.
No niego que el sabor del tequila es mordida de besos.
Amores apasionados que no entienden de sentimientos.
Que la tierra espinada se levanta en clamores dolorosos. Es empujar mi cuerpo contra el tuyo, hasta tumbarte. Lograr la ruina de este maldito mundo que no vale nada si no estás conmigo...
Agua miel lista para el fermento. Cuando te pregunté si dejabas todo por mí, me respondiste:
“Tú qué crees?”

Hemos hecho de los magueyales nuestra tierra.
Aramos y cultivamos agave azul de día. Cuando te pregunté si seguirías conmigo, me respondiste: “No me preguntes eso. No lo sé”.
De noche dormimos entre las pencas del maguey. Pienso que pronto te irás. No hay para siempre. Cuando aparezca otro amigo. Le partiré la espalda o me la partirá.



epílogo
Una mujer camina y se acerca a la pareja. El jimador la mira con sorpresa. Se ríe. “Válgame Dios” musita.
Se recorta la figura de una mujer de firme anatomía, cabello revuelto, contra el marco de la puerta. Tú me miras ardiendo de celos. Me imagino tu pregunta al ver tu cara desfigurada por la furia.
Me encamino hacia la visitante.
“Es una amiga...” te contesto.
Antes de dar un paso más, me desvanezco con un dolor profundo, como cuchillada, en mi espalda.









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Acerca de mí

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Cancún, Mexico
Escritor y Naturalista. Licenciado en Biología por la Universidad Nacional Autónoma de México, con estudios en Texas A&M University Campus Kingsville y The University of Florida.