sábado, abril 19, 2008

FRANCESA

Francesa
Daniel Navarro




Cuando le pregunté a mamá acerca de mi padre, me pareció que su respuesta ocultaba una sombra de dolor: me dijo que había sido fulminado por un rayo cuando se encontraba pescando y que su cuerpo se había extraviado en el mar. La mirada de profunda tristeza de ella me orilló a no querer indagar más y no volví a tocar el tema, hasta hace poco. La brisa en los poblados de pescadores es escasa y densa, pareciera que acarreara sargazo y lluvia. Mi niñez fue transitoria, pocos años de recuerdos tengo. Excepto algunos escasos y áridos juegos, mis recuerdos son extraños y asociados a los innumerables sitios donde vivimos por cortos períodos. Creo que todo eso contribuyó a que no haya podido entender mi zozobra.

--Mi pueblo no era grande, por lo que su extravío no había pasado desapercibido. Ya habían tenido noticia de que el prófugo de la silla eléctrica se las había ingeniado para cruzar el río que infructuosamente serpentea para tratar de separar destinos. Cubierto de lodo y semillas de sorgo, el espectro alcanzó uno de los canales que llevan a la ranchería donde el salitre avienta costras sin misericordia sobre los rostros del anonimato. El prófugo habría dormido en el abrigo de la libertad que brinda la lejanía de las rejas impuestas por ideas fundamentalistas y abominables. Él era parte de aquello que esa sociedad repudiaba y por ello le habían marcado la pena de muerte.

--Yo lo imaginaba rapado, tras las rejas en espera del perdón divino. No obstante, una serie de circunstancias lo habían llevado a un instante de gloria: el reo aprovechó miradas ciscunspectas, alianzas efímeras y sanciones predispuestas... y lo logró. Cruzó la puerta, se perdió en la noche sin rastro para los perros de guerra.

–Cuando lo conocí, no pude articular palabra, de miedo. Su calvicie cubierta por un gorro de campaña de un rojo intenso. Trazó los laberintos del extravío en cada una de las ciudades que se interpusieron en su andar, pero nunca perdió el sentido del sur. Tras dos noches de rondar por la ranchería donde vivía, por fin se dejó ver. Sus ojos verdes y cabello castaño no pasaron desapercibidos, más cuando trataba de disfrazar su lengua natal y pasarla por española. La risa de los que lo escuchaban provocaba un relajamiento de la tensión.

–“Jean Luc” fue entonces cuando me dijo su nombre, acompañando la voz con muecas y movimientos en manos y dedos.

--La salada esencia de la vida ocasionalmente se retuerce en la miel de un sendero desconocido. Jean Luc se integró por casi dos años a la vida de jornalero y la sombra de la persecución casi se desvaneció entre la pizca de algodón o cosechando sorgo. En ese tiempo, mi embarazo me provocaba náuseas pero intentaba aliviarlas con tragos a un fuerte licor que había encontrado en el pueblo y que se había hecho de su predilección.

--No obstante, es bien sabido que el olfato se desarrolla con la adversidad, y gracias a ello, la esquiva estrategia implicó mudarse con frecuencia de poblados, buscando alejarse de la frontera. mi amor por Luc se hizo adoración al ver su fortaleza, su deseo de salir adelante, por eso con mi vientre hinchado, en nómada por él me convertí. El paso por los campos agrícolas los convertía en momentáneos espantapájaros, suplantando inmediatamente a las aves en la rapiña de mazorcas, zanahorias y remolachas.

–Mis pasos sobre el lodo dibujaron el sendero desconocido de la felicidad, no descubrí otra cosa que el romance al aire libre, ternura de embarazo, muchedumbre de tres simultáneos que conciben el cauce en la brisa y la marea del follaje de los árboles.



El día que salió a pescar –me dijo mi madre--, había sido anteriormente noche de tormenta. Confió en su instinto y se adentró sin compañía en un mar que era adverso. El oleaje, los sonidos desconocidos de voces que no habíamos escuchado con anterioridad. Azules uniformes como las olas luciendo condecoraciones de un espacio vacío. Le grité al mar que no se lo llevara, le imploré y luché con nuestros cuerpos. Jean Luc me dijo que regresaría para conocer tu sonrisa (“Francesa” te llamaba) y que confiara en el viento del norte. Me dijo que éste lo retornaría en un otoño de nuestra existencia. Poco después le cayó un incendio por el cuerpo y quedó a la deriva en un mar donde se extravió su cuerpo.



Hoy desciendo de este vagón de ferrocarril y la tarde es fría, anteriormente la noche había sido de helada. Vine a ver a mi padre. Percibo que habla y me hundo en un mar de verdes miradas, como los ojos que le heredé. Imagino su acento que intuí y adopté desde niña... La marea de sentimientos se me precipita en una tarde de otoño, en este viento gélido que me revuelve el cabello. Las manos me tiemblan y deposito un pequeño ramo de violetas sobre el pasto. La sensación en ese instante cambió y repentinamente el clima de hielo se disuelve en una sensación de quietud. Siento que mi cuerpo se hincha de viento frío, contengo en mi cuerpo una fuerza capaz de volver la marea. Movida por un extraña y pacífico motivo, desando el camino y llego en la noche para esperar el ferrocarril que me llevará de regreso.

El camino del sur es siempre más cálido.






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Acerca de mí

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Cancún, Mexico
Escritor y Naturalista. Licenciado en Biología por la Universidad Nacional Autónoma de México, con estudios en Texas A&M University Campus Kingsville y The University of Florida.