Las Flores de Reforma
Daniel Navarro
Un abismo, un tren, un visionario. Invariablemente tres. Me atrae el precipicio, el dramaturgo y el sueño.
Dos. Milenario y efímero.
Uno. Ahora me lees.
La nada. Un retroceso hacia el ayer me indica que hay cosas que no se han cumplido.
Veamos.
Tres.-Un hombre se quiso a sí mismo tanto que se olvidó de los demás. La mujer que estaba a su lado era su madre. Pero tampoco lo veía, porque se quería demasiado a sí misma. Y se olvidó de su hijo. Afortunadamente, un gato veía la televisión, y se entretenía viendo videos de Animal Planet. Aprendió poco a poco. De tanto mirar la televisión aprendió (al menos en teoría) a cazar monos y cocodrilos. Supo de los recovecos de las planicies africanas y del Amazonas.
Dos.- Una pareja se asciende con las confesiones de un amor perdido. Ella, alimentando el deseo de volver a ver su sonrisa. Él, de mirar lo que sucede en el siguiente párrafo. No hay secuencia, la historia es tan predecible.
Variar el movimiento.
Hacer girar la tierra.
Uno. Ahora escribo a una persona que viaja. Martes. Mirará una montaña, una curiosidad geológica reminiscente de los árabes y de la conquista de España.
Ayer admiraba a Gengis Khan. Hoy siento su historia recorrer el cuerpo geográfico de un sueño. Se me cae la dentadura de los golpes que me propina, pero lo veo desfallecer. Venzo en la batalla. Imperio Mongol.
¿Cuándo volveremos a vernos?
Una flor marchita, un narciso, tres o cuatro en realidad. Así es la coincidencia. Tres o cuatro escritorios en un edificio de Polanco. Las flores secas, los bulbos. La amistad es como esas historias que se cuentan en momentos no anticipados. Historias verdaderas o ficticias. La amistad es impredecible.
Miro con cierto alborozo que las flores se han ido de Reforma.
¿Dónde están?
Había una vez un silencio.
Lo interrumpió tu estornudo.
Y me dedico a contarte historias que no tienen sentido.
Oh, la vida.
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