domingo, noviembre 04, 2007

LA DANZA





LA DANZA

La danza
Daniel Navarro





¡Catalina! –El muchacho casi gritó cuando lo dedujo--: Fue así, ¡de tres en tres!


Algunos copos de nieve caían en Moscú.
Los tigres liberados cruzaban el Kremlin diagonalmente, mientras los caballos percherones recorrían el escenario arrastrando un carruaje.
Los felinos se movían hacia adelante (serían seis en total) y ágilmente se impulsaban, sin hacer ruido, como fantasmas.


Ella ocupaba el único asiento de ese ricamente decorado vehículo, contemplé la mirada perdida, ausente.
Su piel inmaculada y nacarada, los labios en una mueca de distancia “Un amor imposible” se repetía circularmente.
Actriz de teatro, Catalina hubiera querido lanzarse ante las vías del tren, como Anna Karénina, aquél personaje de la literatura a la que ahora encarnaba.
Sus ojos azules y su cabellera castaña eran un reflejo del tedio producido por el impacto ante lo imposible.


Afuera, bordeando los bosquecillos encantados de utilería, las calles llenas de nieve colmaban la ciudad que sorprendió a los camaleones, las baldosas de los zares se levantaban en un universo de locura.
Un hombre veía el carruaje avanzar y se apartó.
El viento parecía soplar ante la comitiva de tigres y caballos percherones que avanzaban en loca carrera.
Se unieron en la Plaza, una horda de mongoles que venían en asalto a Moscú.
Los elefantes en estampida... Función de teatro para un solo espectador.



Un lustroso ébano masculino entre penumbras sigue la escena.
Catalina en el escenario, desciende del carruaje, y se mira reflejada en un espejo.
Ignorando el escenario, con cadencia se vuelve a retocar el labial y el maquillaje.
Cierra el aditamento y lo coloca en su bolso de piel.
La mirada de reflejos, besos con indicios le recuerda aquellos momentos que no regresarán.
“Alejandro ...” Unas serpientes se acomodan en la copa de los árboles, y esperan...



Miro lo que me muestra el escenario y la voz es mi pensamiento.
Ella me indica el instante en que debo participar, ascender en el guión que no alcanzo a dilucidar.
Hombres y bestias alrededor de Catalina que mira todo con desprecio.
Veo que una mano del color de los asiáticos que la busca acariciar con lascivia, ella se deja por un instante y posteriormente evita el toque en forma brusca.
Otros olfatos le detectan y poco a poco el escenario se inunda de seres cuya procedencia me es desconocida.



“De tres en tres” recuerdo que sollozó el muchacho.
Me identificaba con él, particularmente cuando lo vi desfallecer al caer del carruaje en un fallido intento por defender lo que ella parecía aceptar: la inminente cópula salvaje entre la mujer y dos hombres:
“Somos dos, requerimos tres, falta uno... uno”, repitió al final, desplomado.



Ascendí al escenario y sin retirar la vista del caído, participé en el desenfreno.
Me abrí paso en la turba que se arremolinaba alrededor de Catalina desprendiendo luces en el piso y bambalinas.
Me acerqué, me acercó su rostro, mordí mis labios con su boca y perfumé mi cuerpo con su aroma esparcido en el sudor bajo las luces.
Ella levantaba los brazos y acomodé mi figura como su sombra.
Me perdí en sus profundidades y olvidé mi nombre.
Sombra y carne, miré por sus ojos y a través de los míos.
Mi piel se hizo luz y oscuridad, transmutada en la esfera de las incógnitas sin solución.
Era yo, ahora somos ella y yo al mismo tiempo.
Ella es mí y su, lo nuestro, sitiado por nuestra determinación de ser entes simultáneos.


Volteo y, por ende, voltea –volteamos-- mirando a través de mis ojos al caído.
Ella y yo nos acercamos, haciendo caso omiso de marabunta y hordas que siguen inundando el escenario, apilados a nuestro alrededor.
Senos y pelambres, uñas y pieles desnudas en un cuadro que se derrama.
Al inclinarnos, ella con sus manos y yo con mi piel, tocamos al caído.
Responde, nos toca, se funde, me inundo con la presencia del único espectador que había presenciado nuestras visiones extraterrenales.


“Alejandro” lo llama.
Él abre los ojos.
Ella lo mira y yo desde la parte posterior de su retina me niego a aceptar lo que veo.
Soy yo la sombra y al mismo tiempo veo a Alejandro reflejar mi propio destello.
Al fin logro entender que mi llamado es fuerte.
He llamado a la bestia y me ha obedecido.
Ella se doblega ante mi presencia.
Alejandro se acerca, se une, los tres estamos inmersos en el mismo cuerpo, como monstruosidad homérica.
Somos tres rostros de un minotauro en el salón vacío del teatro; en anatomía femenina, nuestros tres rostros miran hacia todas partes simultáneamente.
Coordinados desplazamientos regidos por el deseo de ella: Ágiles, volátiles, sensuales.



Las hordas y las bestias callan al unísono: se oyen unas llaves.
Gira la cerradura y en un extremo, la puerta del teatro se abre.
La luz solar inunda el rectángulo que se proyecta en el piso.
Breve instante que aprovechamos para apretujarnos entre las paredes, con rapidez, junto con las bestias violentas del escenario.
Elefantes, tigres, carruajes, baldosas y torres nos difuminamos ante la homogeneidad de una pared fría.



En el teatro sucede lo rutinario, las farsas y lo maniqueo.
La mujer (nácar), él (arena), yo (ceniza), las bestias (proboscidios del Congo, felinos de Siberia) y las hordas (furiosos herederos de Gengis Khan) atestiguamos lo que sucede desde nuestro refugio de piedra y cal.


El día transcurre (doce clepsidras) y llega la noche, cuando la impaciencia nos invade ya al ver un salón pletórico de seres grises –todos--: los que ocupan el escenario (actores, olores vulgares, música despreciable) y los que se desparraman en asientos (cerdos alcohólicos presos del tedio).



Al fin termina, después de la medianoche.
Sólo cuando se vacía el escenario y se oculta la última luz bajo el acoso de la oscuridad, nos aventuramos a ocupar nuevamente ese espacio que nos pertenece.

Surgimos en procesión:
Monstruosidades bellas,
hordas sin clemencia,
bestias de belfos, trompas y colmillos;
ávidos para colmar nuestros alientos,
a morder una vez más el telón en lujuria,
a poseernos lamiendo baldosas de un Kremlin que llama nieblas,
y sin pudor estrellando cada sillón contra las paredes,
cuando hacemos la danza del amor.










Maridaje.- Sugiero leer esta historia en compañía del segundo movimiento de la 11ª Sinfonía de D. Shostakovich.
Cancún, México

Arte gráfico: lili diaz, avrilphoto. México.

No hay comentarios.:

Acerca de mí

Mi foto
Cancún, Mexico
Escritor y Naturalista. Licenciado en Biología por la Universidad Nacional Autónoma de México, con estudios en Texas A&M University Campus Kingsville y The University of Florida.