domingo, diciembre 02, 2007

ERROR MORTAL

Error Mortal

Daniel Navarro



Las palomas en errático caminar divagan sobre la cornisa de un edificio con ventanas y escalinatas que aún hoy permanecen clausuradas con cadenas y cerrojos. Al sol, hablando el viejo sonido que me adormece, relatan su andar –me pregunto si recordarán nuestra historia— interminables en los espejos de los ventanales coronados por medallones de guerreros, hojas de conchas; leones y demonios. Ocupo la banca semicubierta por hojarasca y el viento que con frecuencia erosiona memorias –aunque lo intenta--, no consigue lavar tu perfume de mi piel. La sombra alargada busca trémulo contacto con tus pasos que transitaran el césped.


Tus labios fueron progresivamente fugaces y tus miradas tan esquivas que apenas podía tolerar la desmedida ambición al buscarme una vez tras otra. Permanecí tan enamorado de ti a pesar de escuchar tus frecuentes razonamientos para marcharte
y las débiles excusas para regresar. ¡Cuántas veces prometiste quedarte y cuántas veces escuché el canto de tu barca levando anclas de mi puerto para perderte en océanos marcados por la incertidumbre! Volvías a mí, a este sitio donde sabía regresarías y escuchando el sonido de las palomas ocupabas el espacio donde aparecieras en mi vida.



Supe desde el primer instante que tu ropa había caído bajo el influjo de una cifra por adelantado apenas disfrazada de necesidad. Cuando desnuda te pregunté si me amarías, hundí mi orgullo entre tus despectivos y fascinantes rincones. Atribuir mi debilidad para contigo a un ficticio parecido con alguna historia de mi vida era una debilidad en sí misma; particularmente cuando sabía que la necesidad monetaria era la magia que me permitía acercar mis ojos a los tuyos y descubría la profundidad del vacío que era mi propia angustia. Dejé que navegaras en mis mares a pesar de que era imposible retenerte.



Un caballo adornado con flores en la crin, calandria de amantes errantes, nos paseó alguna vez y ambos vimos esta silla precisamente. Te invité a estar juntos en espacio. Al detener la antigua carreta, sorpresivamente un beso tuyo me alcanzó. Alentando instantáneamente una esperanza dolorosa, mi corazón desangrando armó un castillo inexpugnable y ese único beso amoroso me inventó un pasado y un futuro. Mis labios apresaron los tuyos y cuando reparaste en el mortal error de mostrarme la esquina de tu alma, la toqué. Un edificio abandonado fue testigo del navegar a trote desbocado sobre una banca parcialmente cubierta por la hojarasca; penumbra de cómplices ramas, copas y sombras.



Te fuiste cuando la luna te lo indicó y yo permanecí anclado a tu sombra atrapada en el césped. Mi ropa perdió lustre con los años y mi piel arrugada ahora poco disimula la miseria que me envuelve --junto con algunos periódicos--, el frío nocturno. Me acompañan los diálogos sacrílegos y burlones de esos leones y demonios de piedra en las columnas del edificio solitario. No me inmuto. Defiendo tu memoria al vuelo de las palomas que en las mañanas me adormecen en su vuelo. Sé que la última vez que te fuiste, verdaderamente fue doloroso para los dos, por primera vez, aunque esquivaras mi mirada.



Sigo anclado a tu perfume a pesar de los años, las canas y las arrugas de esta piel que se resiste a ceder a la tersura de una muerte anónima. Sé que me amaste. Al menos un instante. Un fulgor que casi duró la eternidad de la caída de una hoja del árbol.



La hojarasca me cubre ahora el cuerpo acurrucado entre recuerdos.








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Acerca de mí

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Cancún, Mexico
Escritor y Naturalista. Licenciado en Biología por la Universidad Nacional Autónoma de México, con estudios en Texas A&M University Campus Kingsville y The University of Florida.