Amor de pantano y sabana
Daniel Navarro
--Tú, pescador, lanzarás el chinchorro a la laguna, esperando ver retribuida tu capacidad para abrir el círculo de la luna de la red, pero al jalar el cordel constatarás que no hay pesca.
No te desanimarás porque sabes que mordí tu anzuelo.
Seguirás lanzando con frenesí la red al agua y tu empecinamiento te permitirá mantenerte en vilo a pesar de los infructuosos esfuerzos por que sabes lo que buscas... estás convencido de que existo.
Además, la suerte está echada: ya no volverás a la orilla donde se encuentra tu choza.
Seguirás buscándome.
Alguien notará tu ausencia.
Quizás te busquen durante una semana o dos.
Luego abandonarán tu búsqueda y alguno pensará “Siempre quiso volar”.
Te tendrán por muerto y hasta se improvisarán unos rezos de despedida.
Por ello, nadie vendrá a pescar a esos parajes en señal de respeto ni te buscarán en esta sabana.
Si estás decidido, ven.
Sabes que te espero.
Un lucero apareció en mi cielo. No era el tradicional de la mañana que es el mismo del atardecer. No. Era una luz especial que tomaba baños en el río ancho donde el Usumacinta se pierde en el horizonte. Sirena de agua escurrida en la orilla, con tu luz me impregnaste todos los huesos y forjaste castañuelas de frutos de apompo convirtiéndolas en barcazas. Estabas distante y me acerqué a verte. Apurado, abrí la caja de madera y guardé mis redes, anzuelos, chinchorros. En el camino tiré por la borda los pescados y los recuerdos acumulados en un balde rojizo. Las líneas abiertas en el agua por el borde del cayuco eran punta de flecha. Un espacio abierto en la sabana grande, inmensa, llena de zacatales, es pequeño si se compara con la voluntad de encontrarte. Así fue. No estaba escrito en las estrellas: nosotros lo decidimos. Juntos nos tiramos a un abismo sin saber el destino ni el principio... mucho menos el acabarse. No había libro abierto, ninguna clave, ni indicio. ¿Puro azar? Así fue: sin pensar, desear ni provocar. Cuando llegué a tu lado y me miraste, supe lo que haríamos sin explicaciones ni juicios. El espacio fue infinito y decidí sin dolor ni vida ni muerte. Enterrados en ese lodo de la sabana, nos desplazamos por los pantanos, fui alimento de cocodrilos en la noche y alas de garza en las mañanas: amor: vida: aire: esencia. Dos partes en una sola. Una luna dividida entre los tallos de juncos diluido en la acuarela de esta noche. Amor de pantano y sabana, repté contigo en las alargadas líneas de los ríos y por entre la senda de los tapires. Arañé agua y pasto de filosos bordes, sanando con el lodo reseco del mediodía. En momentos de sed, alguna mariposa fugaz bebía agua de la depresión de tu cuello, y luego batía sus alas en señal de despedida. Sirena que recalaste en mi orilla, he venido a buscarte.
Julián el pescador vivía solo en una cabaña infame cubierta de cartón negro.
Su escaso mobiliario y enseres indicaban una vida absolutamente errante y solitaria, mucho mayor que la soledad que normalmente nos acompaña.
Estaba decidido a encontrar un amor entre los recovecos del río.
Yo lo había conocido tiempo antes y sabía que su único acompañante era un perico verde de frente amarilla que se volvía loco de algarabía al verlo acercarse a la palapa.
Fue hace como tres temporada de pesca cuando instalamos nuestro campamento en la misma orilla del río donde se encontraba la cabaña de Julián.
También recuerdo que fue uno de esos días cuando ocurrió que se extravió.
La desolada cabaña se convirtió en martirio para su único sobreviviente, el perico.
Por eso, cuando me di cuenta, lo traje al campamento para alimentarlo. No era robo, lo regresaría tan pronto Julián regresara.
Sin embargo, como vimos que el tiempo transcurría sin su presencia, después de unos días nos organizamos en el campamento y salimos a buscarlo.
Nuestras frágiles embarcaciones surcaron los manglares, los litorales de la intrincada red de humedales y el río a lo largo y a lo ancho.
No lo encontramos a él, pero sí su cayuco que estaba encallada en una orilla.
Las redes y todos sus implementos de pesca se encontraban protegidos en una caja de madera.
Inmediatamente los cayucos de otros compañeros recobraron fuerza e iniciaron una búsqueda por los ramales de los ríos, caminando por la sabana y los pantanos.
Se dice que alguno de ellos descubrió huellas de pisadas de seres humanos entre las sendas de los tapires, pero nunca dimos con Julián.
Después de quince días abandonamos la búsqueda y casi se nos olvidaba el incidente cuando me sucedió: distinguí a Julián y a una mujer extremadamente joven, a la orilla del río.
Parecían felices en ese universo apartado y se escurrieron en el agua después de un largo rato.
Traté de acercarme para hablarles, sin embargo, los amantes del pantano desaparecieron en el agua.
Yo pienso que Julián perdió la razón porque nosotros los pescadores estamos expuestos a ese delirio que sucede cuando tratamos de atrapar la luna con el chinchorro. Muchos lo han intentado, pero pocos lo han logrado.
¡Quién sabe! a lo mejor Julián fue uno de ellos.
No cabe duda, como dice el verso aquel: “y si una potra alazana caballo viejo se encuentra, el pecho se le desgrana...”
Un cayuco en una orilla del pantanal es ferozmente salvaguardado por fauces de cocodrilos. Mientras, bajo las raíces del manglar, la luna se transluce entre las redes de un viejo pescador y su sirena.
Cancún, México.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario