martes, agosto 14, 2007

CRONICA DE UNA DANZA RELIGIOSA EN METEPEC, ESTADO DE MEXICO

Crónica de una danza religiosa en Metepec, Estado de México
Daniel Navarro


Parto del hecho de que no soy especialista en danza. Por ende, estas notas representan un atisbo y las expongo para consideración de los expertos en la materia. Domingo 12 de agosto 2007. Se celebra a San Lorenzo Mártir en la explanada que se encuentra afuera de la iglesia dedicada al santo, en el barrio de San Lorenzo, Metepec, Estado de México. Cercanías del volcán Nevado de Toluca, temperatura media anual de 12ºC, anualmente se presentan heladas. Cultivos principales: maíz, cacahuate, chícharo, avena.

A las dos de la tarde llegué y ya estaban bailando. Pude apreciar aproximadamente 15 danzantes en cuatro hileras, la mayoría hombres. Vestidos de pantalón blanco, sombrero tipo vaquero, camisa blanca, cinturón ancho. Algunos de tenis, otros de zapato, al menos cinco hombres usaban sandalias. Las mujeres de pantalón blanco, sin sombrero, blusa blanca, zapato cerrado. Tres músicos sin uniforme: violín, guitarra y bajo eléctrico. Una tonada repetitiva y de poca variación tonal. "Tristeza," fue lo que pensé "esa tristeza curiosa, que parece alegre, de fuerte carga emocional, de sabor a indio mexicano". Los instrumentos tenían amplificadores eléctricos y en una pared, tres altavoces reproducían con estridencia la música. Los encargados de los controles del sonido jugaban baraja a espaldas de los músicos. Edad aproximada de los músicos: 45 años. Uno de ellos, el del violín llevaba arete en su oreja derecha.

Fui invitado a una comilona de 300 personas. Mole, arroz, tamales, frijoles, tortillas, coca cola, brandy, tequila, el menú. Pedí doble ración de mole. Quería regresar de inmediato a ver la danza, así que comí rápido. Todo aquel que entrara al patio de la casona en donde me encontraba, recibía un plato de comida, gratuito. En el patio un nogal de castilla con nueces maduras. La generosidad para con desconocidos y fuereños (incluyéndome a mí) era apenas el empiezo de mis descubrimientos.

La plaza frente a la iglesia. Seguían bailando. Traté de poner atención. No soy muy bueno con los pasos, así que tuve que concentrarme. Una secuencia de pasos sencillos, no pude discernir la secuencia de puntos cardinales en la danza, tampoco el tipo de movimientos, algunos brincando con suavidad, otros con elegancia. Giro a la izquierda, giro a la derecha. Un detalle pasé por alto: todos los hombres portaban un fuete al cinto. Algunos también traían un estandarte con la Virgen de Guadalupe, otros con la imagen de la Virgen de San Juan de Los Lagos, Jalisco. Me llamó la atención que casi todos traían una cubeta de plástico. Nunca había visto danzas con tan peculiar aditamento.

Los mayordomos (hombre y mujer) danzaban al frente del grupo, y una persona de jorongo se movía libremente por el área de baile, con micrófono de mano, hablando todo el tiempo. La voz del guía daba instrucciones para modificar la danza, por ejemplo hacer un círculo, o interrumpirlo para regresar a la formación inicial. Asimismo, las palabras no podían escucharse con claridad por la estridencia, pero eran repetitivas. Por ejemplo, en una danza se mencionaban a manera de letanía letanía una serie de “parajes” localizados en la Costa Chica de Guerrero. En otra, una serie de personas que no eran bienvenidas a la danza tales como borrachos o tahúres. La que más me llamó la atención es una letanía que menciona la palabra “bajen sus armas, porque aquí las armas no valen, las armas no sirven ante la fe, haremos respetar y defenderemos a San Lorenzo, la Virgen del Carmen y la Virgen de la Soledad del Puerto de Acapulco”. Inevitablemente me hizo preguntarme si lo que estaba escuchando era un resabio de la guerra cristera en México hace poco menos de un siglo.

En un momento, el guía ordenó a los “arrieros” descargar, y entonces me di cuenta que en las cubetas había obsequios para el público: cacahuates garapiñados y otros tipos de golosinas. Parte yo mismo de la audiencia, repentinamente uno de los danzantes me ofreció un pequeño paquete de semillas de calabaza secas y crujientes.

La secuencia se repitió durante al menos una hora, posteriormente se hizo un intermedio (digamos), durante el cual en un espacio cerrado se distribuyó alimento para los danzantes y sus familias. Pude ver que era barbacoa de borrego. Porciones muy grandes. Las familias permanecían en largas mesas colocadas entre los danzantes y el público. Sobre las mesas tenían artículos de plástico tales como cucharas, bandejas, cubetas de todos tamaños, y ese aditamente para hacer machacar frijoles y hacerlos refritos cuyo nombre se me escapa. También, dentro del área de danza, se mantenía fuego para preparar tortillas. Dicho fuego tuvo presencia toda la ceremonia de la danza. Cinco horas al menos.

Aproveché para charlar con un danzante. Me dijo que se llaman Los Arrieros y que viven en Santa Cruz Atizapán. Que los invitaron a bailar el 3 de diciembre en El Oro, y el 12 de diciembre en San Miguel. Que ellos no reciben salario. Que los que los invitan les proporcionan transporte y alimento. Que ellos adquieren los objetos que regalan. Que las cubetas son para regalar. Que el fuete es para golpear al que baila mal.

La tarde nublada. Llamaron a proseguir la danza. El guía fuete en mano y en alto indicaba la formación. Se recuperó el orden, la energía, el fervor. Hombres con hombres bailando con religiosidad en una danza cuyos orígenes son desconocidos. Hombres rurales mexicanos que supongo tienen pocas oportunidades de bailar en otras circunstancias. Posiblemente sea un prejuicio mío.

Al acercarse el fin de la ceremonia, la gente arremolinada bajo la carpa instalada. El guía daba orden de desprenderse de la “carga”. Entonces se regalaron todos los objetos sobre la mesa, alimento, plástico, adornos de yeso coloreado (un delfín blando y azul llamó mi atención). Muchos regalos para el público.

Al final, el guía dio órdenes de hacer reverencia ante las imágenes colocadas al frente de la danza, de la siguiente manera (la música sin dejar de tocar): Orden para atrás, luego hacia delante, hincarse y persignarse (lo cual hicieron con rapidez), orden para atrás, luego adelante, hincarse sin persignarse. Luego la misma secuencia otra vez persignándose.

La voz del guía final fue una plegaria pidiendo a San Lorenzo y a los otros santos, abundantes cosechas, alimento para los danzantes y para los asistentes que veíamos la danza, salud y gracia divina. Pidió que tomaran el sombrero con la mano en alto (el puño en el interior del hueco del sombrero), y en caravana abandonaron el local de danza.

Cesó la estridencia. Mis oídos descansaron. Emocionado, desorientado, confundido. Quizás por eso, posteriormente me fui con los cueteros atrás de la iglesia. Quise aprender a lanzar una gruesa de petardos (144, arreglados en hilera). Para celebrar a la manera de los pueblos rurales del centro de México. Un trago de tequila y explosiones en el firmamento.

1 comentario:

Sergio Francisci dijo...

No me olvido de usted, compañero: es que ando perdido de mis palabras.
Un saludo, una reverencia.

Acerca de mí

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Cancún, Mexico
Escritor y Naturalista. Licenciado en Biología por la Universidad Nacional Autónoma de México, con estudios en Texas A&M University Campus Kingsville y The University of Florida.