sábado, agosto 25, 2007

EL OTRO CUENTO

El otro cuento
Daniel Navarro




“Pedro... las tienes contigo?” -preguntó uno de ellos con voz apenas audible.
”Sí, y son de oro” replicó, tocando las treinta monedas en su bolso y cumpliendo la instrucción que le había sido encomendada.
“Santiago, ¿has dado aviso?” preguntó otro, mientras se dirigían presurosos hacia el lugar donde se realizaría la reunión, y la respuesta fue positiva.
Cuando estuvo preparado todo, el centurión que había dado las treinta monedas a Pedro mandó pedir confirmación.
El plan continuaba.
Un hombre justo compartía el pan y el vino con sus discípulos durante la cena, y después les besaba los pies hablándoles de perdón y compasión.
Les describía un reino de justicia, bondad y misericordia.
De la libertad que conlleva la verdad.
Del amor como sentimiento primordial.
La noche estuvo presente en aquel momento crucial, y de ella he escuchado lo que sigue:
Judas Iscariote besó a Jesús, a quien apresaron.
Como criminal lo llevaron a un juicio por sedición, perdido de antemano por lo que la sentencia sería la crucifixión.
De nada valieron los reclamos de un Judas estupefacto y que al grito de “¡Traición!” puso en evidencia a los que se habían acobardado...
A los que por treinta denarios habían vendido a su maestro.
El murmullo se hizo mayor.
Había incredulidad y confusión.
El que había recibido las monedas se las arrojó a Judas para que dejara de gritar con violencia creciente,
y huyó para no ser identificado.
Rápidamente el Maestro fue rodeado y separado del que imploraba que lo liberaran.
“¡Traidores!”
Judas revelaba con gritos cada uno de los nombres de aquellos que tantas veces habían presenciado milagro tras milagro.
El discípulo defensor no claudicó.
Peleó rabiosamente, abriéndose paso por entre la turba hasta que alcanzó entonces con la mirada a su Maestro.
Jesús, que siempre lo supo todo, le dijo con dulzura infinita:
“Amado Judas, hijo mío.
“El reino del cielo será de aquellos que me aman y que perdonan a los débiles de carácter...”
No pudo hablar más.
Todavía no amanecía y ya se había iniciado el castigo con latigazos en la espalda.
Seguirían la unción con la corona de espinas
y la desnudez
en aquella lenta agonía de un viernes tormentoso.
Al ver a su maestro recibir con la mirada caída el castigo, Judas Iscariote corrió a la higuera y se quitó la vida:
No podía presenciar que vituperaran a su maestro en el Calvario.
No podía mirar su cuerpo maltrecho cargando la cruz, las palmas de sus manos contraídas por el golpe de los clavos lacerando su carne viva,
la lucha perdida por respirar,
y el golpe de lanza en el costado,
para terminar.
Los hechos de ese día transcurrieron y llegaron a su fin.
Los once, arrepentidos, se confabularon
para contar
el otro cuento de Judas.











Cancún, México

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Acerca de mí

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Escritor y Naturalista. Licenciado en Biología por la Universidad Nacional Autónoma de México, con estudios en Texas A&M University Campus Kingsville y The University of Florida.