sábado, agosto 18, 2007

AMOR GITANO

Amor gitano
Daniel Navarro



--“Sé que puedo provocarte llanto o ira, pero en un adiós es la confesión la que agiganta el momento. Lo hace monumental, sin pretensiones, nítido en toda su volumen emocional. Por ello, tengo que confesarte que hay una mujer en mi vida, no sé desde cuando, ni podría responderme yo mismo aunque me lo preguntara. No lo hago porque no me interesa responderlo. Mi mirada está concentrando este vino tinto que me confunde las palabras pero no el pensamiento.

“No me preguntes cuándo robé un beso de su boca. No me inquietes con incertidumbres del futuro. No quisiera lastimarte confesándote los momentos en que mis miradas se tornaron en rosas, en rojos encendidos o en púrpuras vespertinos siguiendo las horas del día y de la noche. La miel de su voz en mis oídos es un embeleso, cuando me pide que no la deje, que la ame, que la posea una vez más. Entonces, abro mi mano para que la lea, para que me revele mi destino y mi futuro. En su clarividencia estoy cegado.

“Cuando miro sus ojos y su cabello ensortijado sé que estoy embrujado, completamente desorientado entre sus laberintos gitanos. Con el pandero, el oro aprisionando sus muñecas, alrededor de su cuello, y el volumen de su corazón, sigue el ritmo y me llama. La suya es agua para beber, suspiros viajeros trascendentales. Me voy entre los brazos de una mujer gitana. No me esperes. Abrí la puerta que me dibujó entre las nubes, y no he regresado. Cuando escuches un pandero, sabrás que ella y yo estamos por ahí, flotando en el aire, amándonos.”



--¡Qué gitana ni qué la chingada! --exclamó Alicia al terminar de leer el escrito que se encontraba aparentemente escondido entre los papeles de Agustín. Hirviendo de celos, salió de la recámara y acto seguido juntó a las señoras del rumbo. Las arengó diciendo que su marido había sido seducido por una húngara, la que además robaba niños. Esto por supuesto generó un sentimiento de solidaridad inmediata entre las mujeres, quienes escucharon una historia de engaño y traición. Juntó a varias de sus vecinas, las más belicosas, se treparon en un autobús y se fueron rumbo a la oficina de Correos.

–Que los encierren en San Juan de Ulúa--, sentenciaba con ahínco a los cuatro vientos, mientras se mantenían guindadas de la barra de metal que cruzaba longitudinalmente al hacinado vehículo.



Agustín era estibador en el puerto de Veracruz, sin embargo a pesar de lo rudo del trabajo, nunca abandonó sus ejercicios literarios. Creía ser descendiente directo de Agustín Lara (“Hasta me llamo igual,” decía) y por eso daba rienda suelta a su pasión aventurera, a su delirio por escribirle a las mujeres. Tomaba con seriedad su oficio de escritor y estudiaba con detenimiento la rima de “Vende Caro tu Amor, Aventurera” o la aperlada letra máxima en “Mujer Divina”. A fin de cuentas, paisanos, hasta ahí llegaban las similitudes porque en su cara ruda no había cicatriz ni tampoco era el flaco de oro: más bien tenía un cuerpo adornado con una maciza panza que sujetaba con un cincho cuando trabajaba cargando fardos en el puerto. Fumaba únicamente cuando tomaba ron con sus compañeros del sindicato.

--Algún día seré lo suficientemente famoso, como para que alguien escuche mis canciones y lea mis versos--. Me dijo, mostrando un cuadernillo de hojas desprendibles, en donde bosquejaba historias y poesía.

--Sí, efectivamente, algún día llegará--. Le dije tras leer algunos trozos. Salimos del Café de La Parroquia y caminamos por la calzada hasta llegar a una esquina donde había muchas personas arremolinadas cerca del mercado de artesanías. Nos acercamos y distinguimos en el centro del grupo a una gitana que alegremente bailaba moviendo el pandero. “Ella es mi musa, pero no lo sabe...” me dijo en secreto.
Pude inferir que siempre la veía bailar al son de la austera música.
Quedé prendado: Su cuerpo era hermosa escultura en aire dorado, ágil y ambarino.
Su poder de seducción era inigualable, ya que me percaté que todas las personas que estábamos mirándola, compartíamos el mismo embeleso.
Su ritmo era el giro de su falda de colores de volar extenso.
Busqué a mi amigo quien desprendía fuego con los ojos, una mirada de amor que ella esquivaba veleidosa. No mucho después, mi embrujo se rompió al percatarme que un grupo de ruidosas mujeres se acercaba a donde nos encontrábamos.




--Yo soy poeta, mis hermanos son poetas, mi familia entera--, trató de explicar Agustín, con aplomo.

--Sí, ya sé que eres un güevón, te la pasas haciendo tus versitos, pero a mí no me vas a ver la cara de pendeja, hijo de poeta? Ajá: hijo de puta, serás--. Remachó Alicia, acentuando excesivamente la letra u. El público miró divertido mientras el lío se incrementaba en nivel y lenguaje.
La gitana, hábil en el manejo de multitudes, sabía cuándo aparecer o disolverse en el aire. Por eso se escurrió discretamente y desapareció.
Mi mirada la siguió unos momentos más, hasta que me interrumpieron los empujones de las señoras...

--¡Quítate, estorbo!--, me increpó un energúmeno vestido de mujer, y entre todas empujaron a mi amigo y le dieron una tunda de palabras y algunos golpes. El estibador tenía mucho cuerpo y fortaleza como para haber lastimado a alguna de ellas, pero no se defendía, lo que acrecentaba la seguridad de las mujeres. Imposible de rescatar, Agustín cayó presa de su mujer y su equipo de solidarias vecinas.

--¡Señoras, por favor!--, exclamé en ruego, tratando de calmarlas...

--Tú cállate, güey —. Me espetó la masculina voz de la persona vestida de mujer, quien intentaba alcanzarle una patada a mi amigo el poeta.

Finalmente lo dejaron en paz. Tras calmar a la fiera de su mujer con repetidos juramentos de que el escrito era solamente poesía y con la promesa de un vestido nuevo como regalo, Agustín poco a poco recobró la calma.

Seguimos caminando por el malecón un tramo más, cuando casi llegando al faro, me despedí. “Tú sigue escribiendo” le dije con ánimo.

--Claro que sí, querido amigo mío, yo nací para músico y poeta, me dijo con alegría.

--Adiós, Flaco--. Le dije mientras las palmeras borrachas de sol, inexistentes en el malecón, proyectaban una sombra esquiva en el mar.




Antes de cruzar la calle me di cuenta que en una banca, un hombre extremadamente delgado miraba al mar y fumaba. Vestía impecable y tenía una cicatriz en su cara. Quizás esperaba a la gitana... no lo sé.









Cancún, México.

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Acerca de mí

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Escritor y Naturalista. Licenciado en Biología por la Universidad Nacional Autónoma de México, con estudios en Texas A&M University Campus Kingsville y The University of Florida.