lunes, septiembre 03, 2007

COMETA

Cometa
Daniel Navarro


Al cerrar los ojos
los abro dentro de tus ojos

Octavio Paz



--Hoy me invadió una sensación a temprano. Lo sentí en mi abdomen. Mi cerebro no ha descansado un sólo segundo. La frenética actividad me llevó los casi trescientos sesenta y cinco días, hasta alcanzar este punto. Físicamente me he deteriorado notablemente--. Tal fue su leve comentario durante el trayecto a la oficina del Director. Al llegar, su asistente le entregó unos papeles y se extendió durante casi una hora en explicarle mi derecho a revocar la decisión que él mismo había tomado.

--No--. Aseveró y firmó los documentos en el hospital. Un rumor en el aire lo distrajo. Alcanzó a discernir unos ruidos, como de personas aglomeradas, en las afueras del edificio. Dichos sonidos desaparecieron tras la puerta del pasillo, en su regreso a la gris Sala "E".

--¿Profesor Cifuentes, podría contarme por última vez cómo fue? --le dijo el médico mientras le golpeaba con sus dedos, las venas de su brazo. El impacto le enrojeció el área, pero surtió efecto. La aguja hipodérmica avanzó insolente, hasta alcanzar su vaso sanguíneo. Tomaron una muestra generosa de linfocitos. Después entró otra aguja, con la substancia final.

--En aquel entonces, habitaba en un laboratorio. Ahí vivía, rodeado de seres inanimados tales como planos inclinados, resortes, palancas y charolas de agua en donde se demuestra la conducta de las olas. El mundo experimental de las cosas más sencillas...


El doctor volteó a ver a la enfermera, algo le dijo con la leve inclinación de la cabeza. Ella se acercó y le acomodó mejor la almohada.

--Tirar una piedra al lago, reproducir esos movimientos crecientes, ondulares, de líquidos... una fascinación –le dijo y casi concluyó con las palabras--: Todo hermoso, exacto y armónico.

--Sí, me imagino –el doctor se aprestaba a tomar el pulso. No debe tardar el efecto de la sustancia que le acababa de introducir en el cuerpo: un potente anestésico que aplanaría el ritmo cardiaco hasta hacerlo una línea recta.

--Los sucesos de la vida mensurables, exactos... hasta que llegaste tú –dijo, buscando con sus ojos el rostro de la enfermera.
Cuando escuchó esa aseveración, ella volteó a ver al doctor. Inmediatamente, ambos pusieron atención.

--Al verte mi reloj suspendió su marcha –siguió hablando con la vista todavía buscando a la enfermera. Se le empezaba a nublar la vista. No obstante, en forma difusa alcanzaba a distinguir su cofia--. Los balines de acero caminaban hacia arriba en los planos inclinados y los resortes... ah, los resortes... al tocarme con tus amadas manos, las mías temblaron desde entonces.


Al llegar a este punto, ella se tapó la boca con sus manos en señal de alarma. La enfermera preguntó sobre los detalles de este punto que no constaba en los libros de registro. ¡El caos! El médico y la enfermera rápidamente salieron hacia la oficina del Director. El ejecutivo atendió al responsable de ese procedimiento y al entender la gravedad del asunto, tres médicos se sumaron al equipo.
Llegaron a su lado, los pudo ver. Eran cinco y al rato ya eran doce. Mientras, el agonizante seguía con su relato, cada vez más dificultosamente.

--Cuando te fuiste tú, la luz de las mañanas es quieta. Los cuartos del laboratorio son ahora enormes bóvedas desplazadas alrededor de un eje que no persevera. Sigo en mi órbita...


Sintió entonces que lo tomaban con cierta desesperación. Su cuerpo era presa ahora de espasmos que no lograba adivinar. No obstante, su mente seguía lúcida. Escuchó que le preguntaban reiteradamente:

--Profesor Cifuentes, ¡Cifuentes! –casi le gritaban--, el temblor, el temblor de las manos...
Ya con voz muy baja, prosiguió con su relato:

--y ansío regresar justamente a aquel punto de mi existencia cuando apareciste en la puerta de mi laboratorio de física—y su mente alcanzó justamente aquel punto, meses atrás, años, cuando la miró entrar.

--Entonces mi corazón supo que llegaba alguien que anidaría como águila en las inalcanzables ramas de mi bosque. Mi elocuencia de maestro se endulzó con tus ojos de amar sencillo. Mis ecuaciones verbales chocaron con el remanso de tus labios. Jamás entendiste demasiado de mis preocupaciones intelectuales. La materia era optativa, así que no era demasiado complicado el darse de baja si te resultaba compleja e inmanejable.
La actividad en la sala “E”, era frenética...

--Derivo sin esfuerzo. Mis acontecimientos siguen su curso.
Los médicos sudan por las consecuencias del acto. Sin luz en los ojos del Profesor, una leve sonrisa se le dibujó en los labios.

--¡Oh, divertimento! He mentido al firmar en los documentos que el oscilar de las manos es de nacimiento. No es verdad. Mis manos temblaron desde el momento en que te vi y que hasta ahora no he sido capaz de volver a encontrarte.
“Estoy convencido de que cuando te fuiste, tus manos también acusan temblor. Tus acontecimientos deben ser paralelos a los míos...”


En secuencia, los médicos le inyectaban a Cifuentes una multitud de substancias para evitar que el corazón suspendiera totalmente la actividad. Si bien ésta era casi es indetectable para los osciloscopios, las ondas cerebrales alfa y beta lograban persistir...

--Mis manos continúan su leve temblor. Ya en la penumbra de la conciencia, me conduce la certeza de que concurrirás. Asistirás a nuestra cita una y otra vez, como cometa visitando el cielo de mi existencia. Estoy convencido de ello.
El diálogo proseguía en su sopor.

--"Los doctores siguen insistiendo en regresarme, pero es demasiado tarde."
Sonrió por última vez, para sus adentros.


El director evadió la turba que afuera del edificio clamaba a viva voz que la eutanasia en seres humanos clonados seguía siendo un homicidio, un crimen. “Pero el temblor, es típico de seres clonados, ¿cómo pudo haberse presentado esta confusión?” pensaría atormentado una y mil veces.

--Entro en la noche.
Ya no hay señales eléctricas discernibles. Inexplicablemente sus manos persisten en su quieto tremor.
Cifuentes viajó en un universo circular que quedó suspendido y al cual ansiaba retornar.

--Un inconfundible aroma a mañana me reveló que algunos sucesos ocurrirán poco después del amanecer. ¡Ahora te veo! ¡Vienes hacia mí! Estamos una vez más en aquel salón de física. Te miro entrar, nido de águila para mi bosque solitario. Tomas tu lugar en el laboratorio, abres tus cuadernos. Me reflejo en tus ojos y mi felicidad no tiene límites. Sigo explicando teoremas y leyes, binomios. Cometa de larga cabellera, acudes a la repetición de los sucesos. Viniste a verme. Sabías que te esperaría. La mañana entra por las ventanas y recuerdo que algo me avisó que retornarías... ¡Ya sé! Ese sentimiento a temprano. ¡Sí! Por eso supe que estaríamos otra vez juntos.
“Te acercas, me tocas.”


El cuerpo del Profesor Cifuentes quedó inmóvil. La señal de los osciloscopios cardiovasculares y cerebrales eran líneas horizontales que corrían paralelas sin fin.

--Sólo entonces, entre las tuyas, cesa el temblor de mis manos.









Cancún, México.

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Acerca de mí

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Cancún, Mexico
Escritor y Naturalista. Licenciado en Biología por la Universidad Nacional Autónoma de México, con estudios en Texas A&M University Campus Kingsville y The University of Florida.