lunes, septiembre 03, 2007

NUEVO MUNDO

Nuevo Mundo
Daniel Navarro



I
--Buenos días. ¿Ahí estás? Disculpa, como ves duermo desnudo. Soy indio. Un indio alto, por cierto. De la cama me sobresalen los tobillos y pies. Me place recibir la brisa cubierto apenas por una sábana. ¿Está Lucía? ¿La viste? Seguramente no. ¿Quieres leer el periódico? Ahí está Der Spiegel, también El País si quieres algo en español.
Efectivamente ella se ha ido y me levanto tarde, buscando aquellos strudel que con toda certeza me habrá preparado antes de asistir a su cita semanal. Es domingo y hace frío. Me levanto y miro la ciudad por la ventana diminuta que es el único contacto con la vida real de que disponemos. ¿Ponte algo de música, no?
Miro encima de la hornilla. Abro el frigidaire diminuto. Un poco de espumosa ale acompañará mi desayuno... Mas no veo los panecillos... “Oh, Dios, esta mujer me sacará canas”, pienso. Suena el teléfono. Contesto, veo un mensaje cargado. Lo escucho...
--¡Me lleva la puta madre!
Investigo la dirección del número, bajo corriendo. Me monto en la bicicleta. Recorro calles...
La veo. Ella sale, cierra una puerta. La miro caminar. Él la toma de la cintura. Ella le sonríe. Se dirigen hacia donde decido no seguirla.
Mi bicicleta se inclina, buscando refugio en la pared más cercana. Me alejo con pasos de fantasma.
“Oh, flaca, ¿qué sucede?” pienso sin creer lo que miro. La mano de la pareja le recorre las nalgas a mi mujer mientras ardo en furia...
Al regresar a nuestro nido de amor.
--¡Puta madre!, ¡Pinche española de mierda!, ¡Me lleva la chingada!
--
--¿Que lo piense? Ni madres, nada. ¿Qué hubieras hecho tú? Ja!, no me vengas con mamadas, mejor cállate el hocico... —te grito exasperado--. Mejor me llevo mis putos trapos y tomo un taxi...
--
Después del reiterado silencio de mi interlocutor.
--Oh, disculpa los ex abruptos... ¿te referías a ese anuncio? Sí, lo vi. El anuncio reza: Frankfurt Am Mein...
--
Danke... --le expreso al rubicundo taxista en idioma alemán, y me enfilo hacia la entrada.



II
Desciendo del avión. Aeropuerto Internacional de la ciudad de México. Dos filas en migración: los extranjeros y los nativos indígenas como yo que arriban a las costas del Nuevo Mundo. Igualito que con Cristóbal Colón. Mi piel morena y mis cabellos erguidos no dejan lugar a dudas: soy descendiente de Moctezuma. El oficial me intuye el penacho y nos entendemos con la mirada: “Pásale wey” me dice.
En la otra fila, me acerco a la salida. Alguien me toca del hombro:
--¿Können Sie Spanischen sprechen? --me dice una mujer que efectivamente había viajado conmigo todo el trayecto.
Para no hacer el cuento largo, con lo poco que le entendía y lo mucho que le inventaba, pues me convertí en su intérprete.
La llevé a conocer las tres maravillas naturales de México: los tacos, las quesadillas y el tequila en cualquier esquina. Todo lo demás era gris en la ciudad llena de nostalgia. Irónicamente ella veía todo de colores. A mí todo me parecía tan insignificante. A lo mejor era por mi española que me había cambiado...”¡cómo arde!”
Fuimos a Xochimilco y parecía vikinga la mujer. Caminando veía Berlín en la torre Latinoamericana y se entretuvo alimentando palomas en la Alameda. Pusimos una ofrenda simbólica en la estatua del Barón Von Humboldt. Curiosamente tomó un mapa y quiso recorrer calles con nombres alemanes: Hegel y Schiller en Polanco, Beethoven en la ex-Hipódromo de Peralvillo...¿Sigues conmigo, pinche idolito de mierda?
Después de Garibaldi y los mariachis, descubrí que la grandota tenía buena pierna pero para nada comparada con mi baturra. Tenía lindos ojos, pero extrañaba siempre la mirada de la campiña española. Los labios germanos nunca igualaron el sabor del flamenco arabesco. Jamás.



III
La germana quiso recorrer el país y seguirse por Guatemala y Centroamérica hasta alcanzar el Machu Pichu. Decliné la aventura. La alemana se sorprendió antes de irse, cuando le dije que ese territorio era español. Fue la última vez que la vi. Pero es verdad. América ya había sido conquistada por mi mujer durante sus recorridos antes de conocerme. Lucía era una vagabunda y cuando vino a México era ya en sí su viaje de regreso. Había quedado prendada de un venezolano, de un argentino, cubano, peruano, chileno, uruguayo... en fin, de veras que recorrió territorio besando y amando aquel continente lleno de patrias que cuando niña creyó en el otro lado del mundo. Descubrió que no lo es tanto. Eso me dijo entre besos. Yo la amé inmediatamente.
La miré una vez en la universidad y a poco charlamos.
Su mirada chispeante, su acento salivoso, sus labios de eterno rojo, me cautivaron. Entendí aquella letra que decía “La prefiero compartida antes que perder su vida...” Doloroso pero cierto.
Extraño aquella ocasión cuando Lucía y yo tomamos un camión hasta su hotel y entonces descubrí la Madre Patria entre gemidos. Conquisté Puerto de Palos, San Lúcar de Barrameda, tomé por asalto a Madrid, navegué la Pinta, la Niña y la Santa María. Hicimos los viajes de ida y vuelta, y uno más, de regreso a Europa. Conmigo.
Viajera incansable, hicimos la excursión de México a Berlín y terminamos en una buhardilla alemana.
Yo, su acompañante azteca, ¿para qué me quería? Incontestable pregunta. ¿Yo? Tú lo sabes perfectamente bien: la amo como nunca he amado. Me dio un corazón que hizo latir al mío.



IV
Sigo en esta esquina, Centro Histórico. Me dedico a leer poesía y cada día me visto de danzante, porque azteca de antemano ya lo soy. Bailo, bailo sin parar, hablo con mis espíritus, contigo. Invoco a mis dioses. Me duele el corazón. Mis ojos siguen buscando los suyos. Me clavó una flecha española una mujer de labios carnosos. Me envenenó el alma con la pócima del desencanto y la frustración. Mis tobillos llenos de cascabeles siguen danzando junto con los otros concheros. Mi maraca diminuta marca el ritmo. Te invoco, Lucía, entre humo de incienso, entre alientos a sacrificio. Entre caras ocultas entre el barro. Bailo sin parar, en círculos.
¿Regresará algún día? Me pregunto incansable.
Mis pisadas se estrellan en cada golpe del tambor afuera del Templo Mayor. Invoco a los santos españoles, hablo las pocas palabras en náhuatl que recuerdo.



V

No muchos eclipses, mareas y amaneceres transcurrieron. La estatua de piedra proyecta una sombra sobre la tarde en la ciudad de México. Los ojos de piedra miran los danzantes. Sostiene los braserillos que desprenden un fragante aroma.
Dos personas se acercan y la tocan. Él acaricia la piedra y musita: “Gracias”. La piedra vibra al verlos juntos.
Él vuelve a creer en su mujer. La llama:
--Lucía, acércate flaca, ven a ver a la estatua...
Ella se acerca, la piedra recibe la mirada curiosa y aceitunada de una mujer que entiende palabras de café y cocoteros, carabelas y sangre.
--¿A poco no está bella? –pregunta él. Lucía se desconcierta un poco al ver que su novio habla con una piedra.
--“No tienes remedio, cabrón!”, “¡Qué poca madre! “Regrésame a mi mujer” le responde divertido el pétreo espíritu encerrado en la figura prehispánica, en son de burla y broma.
A poco se alejan.
Él –entre risas de felicidad- voltea a ver a la estatua mientras le acaricia las nalgas a la española que había regresado a conquistar América. Una vez más.













· Cancún, México.

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Acerca de mí

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Cancún, Mexico
Escritor y Naturalista. Licenciado en Biología por la Universidad Nacional Autónoma de México, con estudios en Texas A&M University Campus Kingsville y The University of Florida.