sábado, septiembre 01, 2007

EL PRISMA Y EL ARCO IRIS

El prisma y el arco iris
Daniel Navarro



El secreto de la creatividad estriba en saber cómo esconder tus fuentes.
Albert Einstein




Abrí la puerta y entré a la clase de Mecánica Cuántica.
Tomé asiento y mi cuaderno con impecables notas tomadas a lo largo del semestre me situaba una perspectiva bastante aceptable para lograr con esta última asignatura la mención honorífica del posgrado en Física.
No hay nada de malo en aspirar ser el mejor de mi generación y lograr una deslumbrante carrera: Claude Horvitz, inventor.
Volteé y recorrí con la mirada.
Pocos compañeros en el salón.
Simultáneamente se oyó el timbre y entró el Profesor Eisenberg, un hombre corpulento que tenía la extraña afección de tener un corazón demasiado grande para su cuerpo, por lo que tenía que estar forzosamente excedido de peso.
Borró mecánicamente el pizarrón y mientras lo hacía, empezó la clase:

--Recuerdo la anécdota de que alguna vez un hombre quería ser contador de cuentos. Su aspiración era vivir atrapando la esencia de la lluvia y la luz, la distancia en el horizonte, el color de los milagros, la inocencia de las flores.

Al terminar de borrar, se dirigió a su escritorio y tomó uno de los dos libros y antes de abrirlo, nos miró sin dejar de narrar.

--Quiso contar una historia e investigó las minucias, hurgó entre recuerdos propios y ajenos. Cabalgó en desbocada brida y alcanzó parajes distantes. Días, meses, años estuvo pensando lo que contaría, las historias que escribiría. Todo estaban en su cabeza, pero algo le hacía falta: la fantasía desbordada. No obstante, buscó en geografías olvidadas ese sitio divino donde encontraría respuesta a su lacerante inquietud. En uno de esos recovecos de los mapas conoció a un orfebre que se dedicaba a urdir brillantes de fantasía a telas y cartoncillos.”

El maestro abrió el libro en una parte que previamente había marcado con un trozo de tela, y copiando de las páginas, sin abandonar el relato, empezó a escribir en el pizarrón la ecuación de Euler...

“El orfebre escuchó, interrumpiendo sus labores, mientras le confesaba sus aspiraciones y entonces le extendió un obsequio: un prisma –En ese momento hizo una pausa y nos miró brevemente, como si revelara un secreto--. Con este obsequio que prometía el arco iris, paradójicamente se inició una temporada oscura, se diluyó la esperanza.”


Yo seguía con la mirada la manera de escribir del maestro. Debido a que entre mis capacidades se incluía hacer las deducciones correctas de esta ecuación, tenía la convicción de que uno de estos días, justo en este salón absolutamente experimental, haría mi descubrimiento total.

“El hombre envejeció en el abandono –dijo el profesor Eisenberg al terminar de escribir la ecuación y prosiguió--, nunca supo que había descubierto la ruta de la invención. Pero aunque lo hubiera sabido, de nada le habría servido debido a que ese camino se cerró con los años y para nadie era posible visualizar la senda una vez más. Se cubrió el bosque y quedaron únicamente algunas señales demasiado débiles para ser reconocidas por el ojo humano. La invención consiste en encontrar esas señales ocultas...”


El maestro interrumpió su cátedra y se dirigió a un compañero que evidentemente estaba en otro lugar, distraído...

--Christopher J. Marmasse --le llamó por su nombre--, los descubrimientos en la Mecánica Cuántica son parecidos a la escritura de un cuento. Es preciso aventurarse en terrenos ignotos, requerimos un poco de fantasía y no hay mapas que permitan encontrar la salida. Sin embargo, presiento que verdaderamente está usted ausente de la clase, y esa no es exactamente la manera de atraer a la mirada de las ciencias...mucho menos de la imaginación.


Christopher era un compañero extremadamente inteligente con inclinaciones hacia la música, por ello, entendía la forma parabólica de explicar del maestro.
A mí también las historias lineales me provocan tedio porque me recuerdan a mis maestros de la escuela primaria con sus frustradas dotes de sabelotodo.
Así que abrí como sin querer mi reciente adquisición: el manuscrito de los Principia Mathematica, la versión previa a la que fuera publicada, y que rescaté junto con un prisma de vidrio.
¡Ominosa coincidencia con la historia del profesor!
Adquirí ese manuscrito en un sitio infame, pero el que me lo vendió me juró y perjuró que perteneció alguna vez al mismísimo Isaac Newton.
Si bien ese comentario me provocó una sonrisa sarcástica, ya que Newton es el autor de tales Principia, el original en efecto parecía letra antigua del idioma latín, lengua que no domino aunque entiendo por mis propias raíces monásticas.
El documento contiene un pasaje críptico, que se traduce en algo parecido a: “No quisiera que el lector se sienta cohibido y le ruego elabore acuciosas investigaciones antes de ceder el esfuerzo a una decisión basada en la teoría de las probabilidades. Solamente le doy una pista, solo una: la respuesta está justo enfrente.”


Con esa mezcla de curiosidad vana, giré el prisma en mis manos, sin hacer demasiados movimientos para no atraer la atención del maestro que seguía desbordando su evidente atracción por mi compañero de clase.
Pude ver a Christopher reflejado en una de las pulidas caras entonces inesperadamente la descomposición de la luz se desplegó magnificente y me sentí otra vez en el vértice de lo que sería algo futuro.
No supe si era exactamente mareo, pero de cualquier forma suspendí el giro del prisma en mi mano y la lectura del latín. Entonces en mi mente se clavó la pregunta: ¿Se presentará mi oportunidad de la misma manera en que algo trivial como una manzana cayendo de un árbol disparó la idea de la gravitación universal?


Durante la hora en que el maestro estuvo impartiendo cátedra, mi mente repentinamente divagó por una rendija que me recordó las rejillas de difracción. Sin poderme contener, mi imaginación me tendió una trampa. Sentí que podía explicar el por qué existía aquella creencia antigua de que al final del arco iris se encuentra un tesoro.
Supe, (o al menos así pretendí) que la metáfora indicaba la entrada a la invención en uno de los extremos de ese arco iris que aparece bajo ciertas condiciones de óptica, geografía y condiciones pluviales. Por ende el otro extremo sería la salida de ese cuasi-túnel, pudiendo desplazarse en ambos sentidos.
El tema de este arco iris pendular a final de cuentas me transportaba inevitablemente a mi período de escolapio precoz, con mis tempranas inquietudes sobre astronomía.
Consideré la posibilidad de que la fantasía y la imaginación del dilema planteado por el profesor en su clase, fuera algo así como los colores derivados de la luz blanca, al pasar por el prisma del creador de historias.
El arco iris en realidad no existe sino en una sola rendija, y es visible para aquel que se encuentra en una posición definida con exactitud por cálculos geométricos.
“La imaginación será tan inmaterial como la luz roja, pero tiene la virtud de sentirse su presencia”, reflexioné y concluí:
“por ello, la realidad se difracta en sueños, fantasías, imaginación, pesadillas. Cuando se ejerce control sobre estas percepciones, entonces estamos listos para la invención. La quinta dimensión de la percepción, el centro y su síntesis.”


Estimulado por las deducciones obtenidas en el razonamiento de la óptica de la imaginación, sin advertirlo me fui empantanando en la lógica de lo perverso.
Sin embargo al principio no me di cuenta sino hasta que seleccioné a Christopher para ser mi primer viajero en el terreno de la invención como un procedimiento controlado y volitivo.
Por supuesto que antes de explicarle mi descubrimiento, ya había formalizado un protocolo formal de seguimiento.
Mi mente científica sabía que era preciso tener evidencia de la magnitud de mis descubrimientos.
Para ello, apunté cuidadosamente todos los formatos y adquirí los aditamentos mecánicos para lograr seguir la secuencia de sueño, fantasía, imaginación, pesadilla y emerger en la invención.
La lista de implementos me excitaba tanto que no podía dejar de pensar en su uso: picotas, cajas de Faraday, electrodos, esferas de cristal donde apenas podía caber una persona completamente retorcida en sí misma, y una modificación de aparatos de encefalografía que me permitían modificar las ondas cerebrales.


Christopher leyó mis protocolos y rehusó terminantemente a ser parte de esos experimentos. Eso lo tomé como un síntoma de ofensa y de un inocultable grado de envidia ante la fastuosidad y escrupulosidad de mis notas.

--La secuencia es clara, requerimos incorporar los elementos para poder transitar por ese “arco iris” perceptual, y alcanzar la síntesis en la invención como un acto de deseo intencional –le dije al detallarle la serie de pasos a seguir en el protocolo.

--Es simplemente tortura –me contestó con molestia. No es necesario aplicar el tratamiento de esa forma a la mente ni a la realidad. No me parece apropiado, es más, estoy convencido de que es una locura...

Para demostrarle la verdad de mis razonamientos, y tras fracasar en los intentos de convencerlo, decidí proponerle el invertir los papeles. De este modo, yo sería el conejillo de Indias, y él me guiaría por ese arco iris de la percepción. Entonces todavía con reticencia, Christopher aceptó.

--Si has estudiado la secuencia experimental iniciamos mañana –le dije con firmeza.


Los días siguientes fueron mudo testigo de tratamientos medievales dentro del campo de la imaginación mezclada con el castigo físico.
Los electrodos ciertamente afinaban la forma en que captaba la realidad.
El procedimiento era impune, despiadado, y a medida en que transcurría, mi mente flaqueaba. No obstante, en mí se encontraba la certidumbre de que alcanzaría ese estado ansiado de la invención.
No sabía cómo llegaría a él, pero estaba seguro que sabría distinguirlo.
Por ahora estaba recorriendo la imaginación mezclada con terror.
Había cuidado la manera de comunicar los avances a Christopher, para poder contar con datos sólidos sobre los descubrimientos.


Posteriormente, las sesiones se concentraron en sueño y pesadilla, logrando poco a poco ganar control de esos sentimientos, convenciéndome a mí mismo de que eran un paso dentro de la gama de percepciones y que a final de cuentas lograría mi objetivo.
Mi cuerpo desfallecía tras horas interminables de suplicio, recorrí los bordes de la locura.
Tras la picota, percibí claramente una orilla del arco iris.
Decidí entrar por el extremo que me parecía más cercano.
Mi mente veía claramente el rojo y repté para acercarme y lanzar una primera mirada de inspección en ese túnel. Repentinamente todo fue negro.
No lo supe pero el desmayo duró casi media hora.


Cuando desperté vi a Christopher con las sales para recuperar mi conciencia y entonces agriamente le pedí que continuara.
No pude decir más, porque una espantosa corriente eléctrica recorrió mi cuerpo y en espasmos involuntarios se contrajo repetidamente.
Entonces tuve la certeza de que estaba entrando en el terreno de la invención... lo estaba logrando... Lo supe porque recordé aquella frase en latín que había leído en los Principia y que posteriormente había sido borrada en la publicación del libro clásico.

Entonces entendí la raíz de los descubrimientos de la gravitación universal, ¡había llegado donde estuvo una vez estuvieran los genios y ahora proseguía mi propio camino!
¡Frente a mí, el panorama de la invención!
Estaba dentro del péndulo del arco iris, pero ahora ya era demasiado tarde...




Teorema

El cuerpo de Claude Horvitz era una masa deforme recorrida por constantes ondas de choque.
En ese momento el corazón se le agrietó completamente, desbordándose en el interior del cuerpo.
El cerebro transmitió sus últimas conexiones nerviosas antes de desmielinizarse en su totalidad.
Christopher miró el trazo del osciloscopio y sudó nerviosamente cuando se dio cuenta que ocurría un ataque masivo al corazón, y corrió con desesperación para desconectar la fuente de electricidad de alto voltaje.
El cuerpo de Horvitz dejó de moverse y adquirió una soltura de muerte.
Le tomó el pulso y no encontró señal. “El profesor Eisenberg” reflexionó aterrado. Inmediatamente llamó por teléfono, nadie contestó.
Los esfuerzos por volver a la vida a Horvitz resultaron inútiles y en ese sentimiento de complicidad y culpabilidad, Christopher se hizo cargo del cuerpo.
Arrastrándolo al patio de su casa.
Durante toda la noche estuvo entretenido en cavar un hueco donde lo depositó y finalmente lo cubrió de tierra.

“Soy un monstruo” recapacitaba y su mente trabajaba de prisa.
Tuvo cuidado de borrar cualquier evidencia de lo que había sucedido, asimismo, guardó celosamente el contenido de las notas de los descubrimientos de Horvitz en los últimos instantes.


En la Universidad las clases continuaron sin contratiempo, a pesar de que la baja de Claude Horvitz fue ampliamente conocida y difundida.


Casi 10 años después de que sucedieran estos bochornosos incidentes, el científico Christopher Marmasse recibió el Premio Internacional de Física Cuántica por sus importantes contribuciones sobre la Automatización de Algoritmos para la Invención Artificial, Art-Inv (como se conoce en inglés).
Esto fue dado a conocer como el descubrimiento moderno más importante después de la formalización de la teoría gravitacional por Isaac Newton a fines del siglo XVII ya que abre paso al pensamiento e invención por sistemas cuántico-cibernéticos.
Durante el discurso de recepción de tan distinguida presea, y que dicho sea de paso le pavimentaría el camino hacia el Premio Nobel, hizo amplio reconocimiento del Dr. Eisenberg.


Actualmente la oficina del Dr. Marmasse ocupa la sala de honor de la Universidad de Cambridge, donde da clases a alumnos avanzados. Tiene numerosos libros y se cuenta que entre ellos está un manuscrito que dicen perteneció al mismísimo Isaac Newton, así como un prisma original de sus experimentos.



Hay un teorema -modificado de Euclides- que se repite casi religiosamente en la Academia de Ciencias, el cual dice que “no existen caminos reales para el descubrimiento científico”.
Probablemente es correcto, aunque cabe también la posibilidad de que la ciencia no sea sino un ciclo de laureles de gloria coronando inexplicables tragedias.
Como ejemplo, nunca se supo nada de aquel hombrecillo que fue sepultado a altas horas de la noche en los oscuros patios del Trinity College allá por el año de 1677, cuando se descubría la gravitación de los cuerpos celestes.
Por un tiempo se sospechó de tortura.
Tampoco ha trascendido la historia de ese otro fallecido estudiante de posgrado llamado Claude Horvitz.
Nosotros los únicos nombres que nos hemos aprendido son los de Sir Isaac Newton y Christopher J. Marmasse, genios de la ciencia universal.










· Arte gráfico: "El Arco Iris en la palma de la mano", Copyright Lily Díaz (lilidiaz1@hotmail.com), Derechos Reservados 2001. Fotografía original, utilizada con permiso con propósitos únicamente culturales.

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Cancún, México.

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Acerca de mí

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Escritor y Naturalista. Licenciado en Biología por la Universidad Nacional Autónoma de México, con estudios en Texas A&M University Campus Kingsville y The University of Florida.