lunes, septiembre 03, 2007

CUARENTA Y DOS PASOS

Cuarenta y dos pasos
Daniel Navarro




Su primer día transcurría bien en su nuevo empleo.
Entonces ella entró.
La mujer buscaba un ejemplar del Paralelo Cuarenta y Dos, y así se lo hizo saber al empleado de la librería donde se vendían viejas litografías, papeles marginados, libros usados con tapas lustrosas y cantos dorados.
Cuando el contrahecho empleado le preguntó si había leído también a Dalton Trumbo, ella no contestó porque significaba que ese hombre poseía un don especial: el de la asociación en el tiempo, y además compartía su afición por los escritores rebeldes en tiempos convulsos.

--Quiero saber si hay alguna influencia de John Dos Passos sobre el desarrollo de la mexicanidad como concepto, ¿recuerdas alguna otra obra sobre este tema? –preguntó ella, sin dejar de dirigir sus ojos hacia los altos estantes donde se concentraban historias y vivencias arropadas en papel conservado tras el paso de los siglos.
Con sus manos descubrió providencialmente una escalera y sin preguntar al empleado, la tomó para escalar dos o tres peldaños e inspeccionar más de cerca los títulos de ese edificio de paredes cubiertas de letras encuadernadas.

Una vez ahí, siguió escalando un peldaño más, y otro, hasta completar seis ante la mirada del muchacho de camisa azul y memoria fotográfica.
Ante su vista, el cuerpo de la mujer se erguía buscando aquellos libros y pudo admirar sus piernas, sus caderas, intentar adivinar la talla de su ropa interior.
Quizás por ello no pudo advertir cierta torpeza en sus movimientos.

Durante unos minutos ella siguió buscando y cegado por un deseo repentino e irrefrenable, el joven extendió lentamente su brazo con un movimiento destinado a rozar aquella escultura que acechaba las paredes con mirada de microscopio.
De no ser por una súbita decisión de parte de ella, que terminó en un descenso, sus manos hubieran podido sentir el calor de su piel.

--Ruth, así me llamo, ¿y tú? –le sorprendió la franqueza de ella.

--Jacobo –respondió él y asintió con la cabeza cuando la mujer le encargó que revisara con cuidado su bodega para ver si tenían aquellos libros que le interesaban --. Mañana ven y te digo.

Ella lo miró fijamente, mostrando la belleza de su rostro, los labios que cubrían su sonrisa y su cabello recogido. Muy delicada, hermosa, con matices de distancia en la mirada.

--Estaré aquí al mediodía –dijo, y se retiró.

Jacobo la siguió con la mirada y sus ojos se contrajeron al chocar repentinamente con la mirada de Artemio, quien exclamó al ver al muchacho tan embelesado con aquella presencia femenina:

-- ¡Ah!, qué las hilachas, ya me saliste enamorado, Jacobo –dijo, y acomodó los libros que se encontraban apilados en la parte central del pasillo--: ¡Y luego de quién! A medida que pasen los días, descubrirás que no regresará jamás.

--Pero... ¿cómo lo sabe? ¿La conoce?

--La conozco –suspendió momentáneamente su actividad--. Es la mujer de un poeta que se extravió hace años; aunque a mí me da la impresión de que otra cosa fue lo que sucedió. La mujer está convencida que lo encontrará perdido en alguna librería de ejemplares usados y antiguos, que es donde ella y su amoroso compañero acostumbraban pasar las tardes. Siempre camina la misma rutina. La misma senda.



Al siguiente día, Jacobo estaba listo esperando a Ruth con el volumen que buscaba.
Había acomodado también una flor.
No se presentó durante la mañana y casi cerraban el establecimiento cuando ella llegó.
Providencialmente no estaba Artemio. Jacobo le entregó el libro y nerviosamente sostuvo la rosa, casi evitando la mirada.
Ruth tomó el libro y miró con ternura el obsequio, dando tímidamente las gracias.

--¿Sabes? Tuve un novio que escribía poemas --le confesó mientras tomaba asiento en uno de esos banquitos incómodos--, y antes lo buscaba como autómata. Ahora sigo recorriendo las librerías de antiguos y usados, pero no con la intensidad que tenía. Poco a poco me han abandonado tanto la fuerza como la certidumbre. Para serte franca, no sé lo que espero encontrar, quizás esta flor que tú me das...

--Yo no soy poeta, pero si quieres te leo uno de mis favoritos –le propuso Jacobo--, pero antes déjame cerrar la tienda, parece que mi patrón no regresará. A veces sale de viaje para ver sus asuntos en Orizaba. Espero que se haya ido.


La puerta se cerró durante tres días. Setenta y dos horas fluyeron entre sombras, versos y esporádicas salidas para abastecerse de vino tinto y algo para comer. Hicieron el amor entre letras, y los libros apilados fueron lo suficientemente mullidos para los dos. Al tercer día, ella le suplicó:

--No me dejes.

--No te vayas.

--Léeme un poema cada día y seré tuya para siempre. Conquista un nuevo mundo con tus ojos, aprésame un sueño entre tus dedos y después convierte las flores en camino.

Besando sus manos, Jacobo le prometió un paraíso donde no cabía la duda ni la incertidumbre. Encendió con su voz la llama de ella y casi la introdujo en una pajarera dorada y luminosa. Sin embargo, en el último momento, Ruth le preguntó:

--¿Darías la vida por mí... Fueren las condiciones que fueren?

--¿A qué te refieres? –preguntó con extrañeza.

--Soy ciega. Bueno, casi ciega... --Respondió. Todo adquirió un sentimiento de extrañeza, de sorpresa... de ansiedad...

--No es posible... --dijo Jacobo, mirando directamente a Ruth. Inesperadamente pudo ver que efectivamente sus ojos tenían una pálida mancha que cruzaba de un lado a otro.

--No nací así: sufrí un accidente hace diez años. Por eso recorro todos los días la misma senda. Me intimida mucho que se den cuenta de mis limitaciones y por eso lo oculto. Distingo un poco de luz, demasiado poca, todo está finalmente en penumbra. Salgo de esta librería, camino treinta y cinco pasos a la izquierda y llego a la esquina donde hay una luminaria. Quince pasos más y entro a la cafetería de los chinos donde meriendo. Los ciegos todo lo medimos con pasos.

--Entonces... no sabes cómo soy... –e inició una larga lista de atributos de fealdad, pero ella lo interrumpió:

--Sé como eres en lo íntimo. Eso es lo que deseo. El exterior es tan solo una fachada que la circunstancia proporciona. Te he confesado la verdad... ahora dime: ¿me amarás?





La ciudad de México es un cristal donde se filtran palabras de tinta apelmazadas entre los labios de los amantes. Me invitaron a la inauguración y fui. Jacobo y Ruth son una pareja de amigos míos que iniciaron su propio y modesto negocio de libros antiguos y actualmente son el único establecimiento en el primer cuadro de la ciudad en donde puedo conseguir libros en braille. No fuimos muchos al evento, pero pasamos una tarde muy agradable. Cuando llegué, no quise hacerlo con las manos vacías, por eso busqué un puesto de flores. Providencialmente, una florería les queda como a cuarenta y dos pasos de distancia (yo también mido todo en pasos). No me costó mucho trabajo encontrarla.











· El autor (vidente) aprendió braille a la edad de 17 años.

Cancún, México.

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Acerca de mí

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Cancún, Mexico
Escritor y Naturalista. Licenciado en Biología por la Universidad Nacional Autónoma de México, con estudios en Texas A&M University Campus Kingsville y The University of Florida.