lunes, septiembre 03, 2007

LA CASTA

La Casta
Daniel Navarro
Fotografía Invitada: Lily Díaz




Tristísima estrella
adorna los abismos de la noche;
enmudece de espanto en casa de la tristeza.
Pavorosa trompeta suena sordamente
en el vestíbulo de la casa de los nobles.
Los muertos no comprenden, los vivos comprenderán.

Toda luna, todo año, todo día, todo viento
camina y pasa también,
así toda sangre llega al lugar de su quietud,
como llega a su trono y poder...

Cantando tocaré
el armonioso, sonoro instrumento.
Vosotros, fascinados por las flores,
danzad y alabad al Dios omnipotente.
Gocemos de esta breve dicha,
porque la vida es sólo un momento fugaz.







Un hombre acarreaba chivos.
Su camisa amarillenta probablemente ocultaba colores de siglos, sangre deslavada por los años.
Un botón faltaba, el tercero contando de arriba hacia abajo.
Con sus casi veinte chivos, cada mañana buscaba el cielo donde guarecerse de lo que lo perseguía y no lo dejaba en paz.
Lo miré y me acerqué con el propósito de tomarle una fotografía. Aceptó y tras cumplir con mi interés, empezamos a charlar brevemente.
Me contó de sus chivos y su vida diaria. Repentinamente algo vio en mi mano y me dijo:

--¿Has estado en los pantanos del atrio, verdad? ¡Los has visto! –me sorprendió con su pregunta y por acto reflejo me miré el dorso y la palma de mis manos. No encontré nada extraño.

--Disculpe, no le entendí –le contesté. Por un momento me entró la inquietud por saber si el señor estaba perturbado de sus facultades mentales. Lo miré con discreción y él hizo un movimiento con su bastón para reagrupar el hato de chivos.

--Has visitado sitios donde la sangre de la gente era casi de un ladrillo de alto. Los mataron cuando rodearon todo con sus fusiles. Todos los que estuvieron dentro de la iglesia, cayeron. No había razón para esa masacre. Tus manos están manchadas. Has visitado uno de esos lugares donde nos acorralaron. Hubo niños acuchillados, yo mismo los vi.


Estábamos conversando afuera de la terminal de trenes de un pueblo en la lejana y olvidada Yucatán, ajena a la moderna ciudad de Mérida.
El cielo limpio demarcaba unas breves nubes en una esquina.
El edificio estaba en ruinas y era una muestra del desinterés y abandono de los ferrocarriles por parte del gobierno mexicano.
Una edificación de madera, con el paso de un huracán, se había casi completamente vencido. Un listón impedía el acceso a las personas ante el peligro de que todo se viniera abajo.

--Ya no hay trenes. No se escuchan ya los sonidos del silbato de la locomotora. Poco a poco mi labor se hace más llevadera. ¡Quisiera que ya acabara! –me dijo. Posteriormente me pidió que le contara en dónde había estado.

--Kikil –le respondí.

--Un ladrillo de alto, así fue la cantidad de sangre derramada --me dijo--. En todos lados. Se refugiaron en las grandes iglesias. No pude llegar a tiempo para salvarlos. Como niños acorralados dentro del atrio. Todos cayeron. Lo único que se escapó fue el tumbar de la sangre inocente. Las almas volaron y en respuesta, esas iglesias han quedado vacías. Nadie va a mirar lo que todavía se escucha en las gruesas paredes de piedra y cal.


Escuché esa narración con detenimiento.
Poco conocimiento tenía de lo que había sucedido, aunque confieso que al recorrer pueblos en Yucatán me llamó la atención la gran cantidad de monumentales edificaciones hoy abandonadas.
Las paredes de casi un metro de espesor, cuarteadas. Los cielos de las naves precipitadas, las campanas corroídas, la pintura inexistente.





Al llegar a la ciudad de Oaxaca, donde vivo, mandé revelar mis fotografías.
Lo que encontré en el material me electrizó.
El hombre de los chivos apareció envuelto en una sábana manchada de sangre. Parecía ser un diácono acomodando cuerpos en el piso de una iglesia.
En un momento, distinguí a una persona que lo miraba con desesperación.
La fotografía parecía reproducir la escena en movimiento.
Le jaló la sotana y le arrancó un botón, quizás sería el tercero contando de arriba a abajo.
El agonizante expiró y en su caída aparecieron multitud de rostros exhumados.


Impactado por la visión, solté la imagen cuando pensé que ese chivero que había conocido era el mismo diácono que había llegado tarde a una cita. Los mayas fueron exterminados sin misericordia en el pasado y ahora el pastor me traía una explicación posible. “Yo no soy antropólogo ni historiador, solo un aficionado a la fotografía” eran mis reflexiones.

Inspeccioné el material y todavía no terminaron mis sorpresas porque pude ver a la estación de trenes sin la inclinación de sus paredes, así como un brillo aceitoso en los rieles, que contrastaba con el óxido que cubría el metal durante mi visita.
Ahora estoy recopilando las historias de aquella Guerra de Castas.
Creo que no es casualidad que mi pasión fotográfica me hubiera acercado a un testigo cuya labor es acarrear chivos. Su afán de pastor había sobrevivido los siglos y cuando me habló, algo debe haber motivado. Seguí buscando en los negativos fotográficos.

Una imagen más me sorprendió. Fue la última. Para esa toma, había seleccionado un primer plano con un chivo que pastoreaba y el pastor dentro del rebaño. La iglesia abandonada se distinguía en el último plano. El rostro del chivero se había modificado en grado superlativo. Ahora parecía mi propio retrato. Pasó un largo rato. Cuando volví a ver mi imagen, ya la sorpresa no me era inmediata. De alguna forma supe que había visto esa secuencia. La lente de la fotografía había descubierto sucesos debajo del telón de las piedras.

El descubrimiento de Yucatán me hizo concentrar mi oficio y ahora me dedico a ser fotógrafo de edificios religiosos. Curiosamente, el balar de los chivos me acompaña en el subconsciente desde aquella vez que visité la ruta de las iglesias abandonadas.



En aquellos lugares las almas erráticas provocaron un abandono total que todavía hasta hoy confunde la mirada. Las iglesias guardan una dolorosa penitencia que atestigua la caída sin fin de los techos, el derrumbe de las paredes, la hendidura de los frontispicios y la herrumbre de las campanas. El correr del tiempo quizás detenga el manar de la sangre inocente hacia los cenotes.
Cuando ese entonces llegue, no creo que exista ninguna piedra de éstas que están presentes en mis fotografías.

Toda luna, todo año, todo día, todo viento
camina y pasa también.

Quizás entonces, el pastor y su rebaño, descansen en paz.













· El poema maya ha sido traducido al español por Antonio Médiz Bolio.

· Fotografías Copyright 2005 Lily Díaz (lilidiaz1@hotmail.com). Material fotográfico original utilizado con permiso para propósitos culturales en el presente blog.

· Fotoexpedición a una hacienda henequenera abandonada de la Península de Yucatán, organizada por Jesús Montalvo, Cancún, México.

· Modelos: Guillermo Talavera.


· Fotografía "La Casta": BLOGGER_PHOTO_ID_5106603432919746050
· Fotografía "Entes": BLOGGER_PHOTO_ID_5106602926113605106
· Fotografía "Chak Mool": BLOGGER_PHOTO_ID_5106601375630411218
· Fotografía "Kikil": BLOGGER_PHOTO_ID_5106599984061007298
· Fotografía "Encuentro": BLOGGER_PHOTO_ID_5106602350587987426

Kikil, México.

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Acerca de mí

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Cancún, Mexico
Escritor y Naturalista. Licenciado en Biología por la Universidad Nacional Autónoma de México, con estudios en Texas A&M University Campus Kingsville y The University of Florida.